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San Juan Bautista de la Concepción
Obras I - S. Juan B. de la C.

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  • EL CONOCIMIENTO INTERIOR SOBRENATURAL
      • CAPITULO 9 - Cuánto inporta disponernos para recebir esta luz, y los provechos que con ella nos vienen
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CAPITULOa 9 - Cuánto inporta disponernos para recebir esta luz, y los provechos que con ella nos vienenb

 

            1.         Ea, mis hermanos, los que estos ringlones leyeren, dispónganse para tanto bien como Dios desea hacernos dándonos esta soberana participación de su luz. Desembarácense de veras despreciando todo lo que es lodo y arena y los puede impedir para no caminar con más presteza a alcanzar este bien. Procuren, en la forma que pudierenc en este mundo aún viviendo, desnudarse de este hombre terrestre, que tan ciegos y llenos de tierra les tiene los ojos del entendimiento para que no veand, miren ni gocen de luz que tantos bienes train consigo. Procuren, cuando así se vean inpedidos y estorbados, con esa tierra hacer lo que Cristo mandó al ciego cuando le puso lodo en los ojos, que le dijo que se fuese a los baños de Siloé a lavar1. Lavémonos una y otra vez, como pedía David a Dios cuando decía: Amplius lava me ab injusticia mea2. Que nadie se contente con lavarse una vez, sino muchas, pues es llano que la ceguera es dificultosa de curar; lávese una vez en la confesión, otra vez con lágrima, y otra y millares de veces pida a Dios lo lave, limpie y desembarace con su gracia.

 

            2.         ¡Oh Señor mío, y si advirtiesen todos los poderosos y grandes del mundo en qué consiste el recebir esta luz que enseña los caminos ciertos, derechos y verdaderos para ti sin errar, y cómo lo procurarían! No es dificultoso de conocer, si ellos se ponen a considerar un niño de quince o deciséis años en un rincón de su celda pobrecito, solo, con unos trapos viejos cubiertas sus carnes, sentado en un rinconcito y suelo de su celdilla leyendo en un Contemptuse mundi, que le está enseñando no sólo a despreciar lo que ya ha dejado, sino a sí propio, y a desnudarse de cualesquier afectos. A éste le hallarán lleno de sentencias, lleno de


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sabiduría, lleno de luz y claridad con que sabe por dónde ha de ir y caminar; y no sólo tiene luz para [sí], sino para dar a quien se la pida.

 

            Esta verdad Cristo nos la enseña, que dice: Confiteor tibi Pater, Domine caeli et terrae, quia abscondisti haec a sapientibus et prudentibus, et revelasti ea parvulis3. Tu gusto y agrado es comunicar tu luz, sabiduría y conocimiento a los humildes [19v] y despreciados del mundo, y esconderlos a los poderosos y sabios de la tierra porque ésos, como están tan cargados de lodo y arena, ni pueden caminar ni ver lo que Dios siempre está dispuesto para enseñar a todos los que con veras se dispusieren. Luego, si el alcanzar esta sabiduría consiste en humildad y desprecio de todas las cosas de la tierra, y por otra parte vemos que vale tanto que es madre de todo bien y es la que enseña a la voluntad lo que ha de amar y la que nos enseña y da a conocer a Dios, ¿quién no es muy humilde, muy pobre, y procura estar tan solo que sólo con Dios hable?

 

            ¡Oh Señor mío y bien mío, consuelo de los hombres, qué bien en esta ocasión te podemos llamar lumbre de nuestros ojos, pues los más claros son ciegos sin ti que les des luz verdadera! Ea, mis hermanos, amemos mucho a Dios, que aunque es verdad que el conocimiento enseña lo que se ha de amar, el amor ayuda al conocimiento para que más conozca y más quiera conocer. Llano es que la necesidad que un estómago tiene de comer dispierta el gusto para comer. La hambre que uno tiene de Dios y el deseo de amarle dispierta al entendimiento para que busque y descubra las grandezas de Dios, que ha de ser amado.

 

            3.         ¡Ojalá, Señor, conociese yo tanto de ti que no me conociese a mí! Ea, Señor, enciérrame en ti, abscóndeme en ese piélago de tu infinito ser. Piérdame a mí porque sólo halle a ti, donde tendré eterno y perpetuo seguro porque, como eres luz sin tinieblas4, día que no aguarda noche5, no hay que tener miedos ni temores, porque en la noche es cuando salen omnes bestiaef silvae, catuli leonum ut rapiant et querant a Deo escam sibi6. Y aun por eso decís vos, Señor, que allá arriba no suben ladrones a escalar la casa y hacer hurtos y robos7, porque no hay noche que los encubra, sino todo luz. Por esa seguridad me conviene a mí estar siempre unido, pegado y encerrado en vos, para que vuestra luz me guarde y defienda de los temores de la noche. Pero, si estoy en mí, en quien es ordinario andar juntas luz y tinieblas, y si un rato gozo de alguna luz divina con que mi alma festeja día solene, soy tan flaco que debo temer la cercanía de la noche, en que hacen sus presasg los leones rugientes que andan solícitos [20r] buscando a quién tragar8.

 

            Por eso, Señor, comparó David el alma que de ti gozaba, te tenía y poseía con beso de paz y abrazo de charidad, al día del cielo: Et


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tronum eius sicut dies caeli9; tu trono y asiento es como el día del cielo. En el cielo no hay más que un día, y ése se está en un propio ser, porque aquel día no se regula por las vueltas y discursos del sol, que nunca para como los días de acá, causa que con su absencia y huida se multipliquen los días y sucedan las noches. Pero en el cielo el sol que alumbra es el Cordero -et lucerna eius est Agnus10- y esta luz jamás se les esconde; y por eso no se les trasmonta el día ni se les descubre la noche, porque -como dice san Pablo11- quae convencio lucis ad tenebras? ¿Qué tienen que hacer las tinieblas en casa de la luz? Nada, porque es imposible se puedan juntar a hacer pacto o concierto en un sujeto.

 

            Pues de este bien goza el alma que, ayudada y favorecida de Dios, se hizo trono y asiento para que en ella morase y estuviese este gran Dios: que gózase del día del cielo, de un día que, mientras Dios está en ella, no aguarda noche ni se muda ni trueca, porque no es sol que camina, sino está de asiento en el alma que persevera en el cumplimiento de su ley. Así lo dice Cristo: Ad eum veniemus, et mansionem apud eum faciemus12. Gran cosa es, mis hermanos, esta soberana unión, esta junta y compañía con quien tanto bien nos viene.

 

            4.         No me parece que me hallo a salir de este capítulo. Como por mis peccados y miserias me hallo, me hallo tan lleno de tinieblas y obscuridad con que nada acierto a hacer cual conviene en servicio de este gran Dios, paréceme que por tratar de esta luz se me ha de pegar algo con que yo vea y conozca qué bueno es alejarme de las cosas de la tierra y estar en Dios.

 

            Esto, bien mío, no lo puedo hacer si no digo con la Iglesia una y millares de veces: Veni, Sancte Spiritus, emitte caelitus lucis tuae radium; sine tuo numine nichil est in homine, nichil est inocxium13. Dame, Señor, tu divino Spíritu, que con la luz de sus rayos lave lo manchado, fortifique lo débil y flaco y encamine lo torcido, porque sin este Spíritu y soberanos rayos, nada hay en el hombre que no esté dañado. Venga, Señor, a mí la lumbre de los corazones: Veni, lumen cordium14. Porque, aunque es verdad que la lumbre está en el entendimiento y el amor en el corazón y en la voluntad, según lo que Cristo pide: que le amemos ex toto corde, ex tota anima et ex tota mente15, amor y conocimiento son dos cosas tan conjuntas que, diciendoh Cristo que lo amemos con el entendimiento siendo obra de la voluntad, [20v] dice también la Iglesia que es lumbre de los corazones, porque ellos no saben amar sin esa luz, ni el entendimiento conocer sin ese amor. Y así, tiniendo luz, tiene el corazón amor; y tiniendo el corazón amor, tiene el entendimiento conocimiento, por ser dos cosas que siempre caminan juntas y dadas las manos. Y en una jerarchía se hallan entramas cosas entre los spíritus divinos,


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puesi, siendo los querubines inflamados y a quien se le atribuye el amor, son los serafines a quien se les da la sciencia16; y entramos son hermanos y están juntos en un escuadrón y capitanía. Y esa es la razón por qué, siendo la Palabra la segunda persona de la Sanctíssima Trinidad, a quien es dado el hablar y enseñar como sabiduría eterna del Padre, confiesa la Iglesia que locutus est per Spiritum Sanctumj17; porque, como el Spíritu es amor, el amor hace hablar y él es el que enseña.

 

            Según esto, danos tú, Señor, conocimiento para que te amemos y amor para que te conozcamos. Porque, si en mí hubiese conocimiento y no te amase, sería peor que un demonio, que te conocen y te aborrecen. Si te amase y no te conociese, eso sólo sería amor que llaman inperfecto, que todas las criaturas tienen aunque sean irracionales; o, por mejor decir, no sé qué amor sería, si sería como el de la bestia, que se va tras su amo porque le da de comer, sin tener entendimiento. Pero entramas cosas juntas son de grande consideración, porque mucho se ayudan entre sí.

 

            Así lo dice David: Inpinguasti in oleo caput meum; et calix meus quam preclarus est18. La cabeza del hombre es el entendimiento, el cual lo engorda Dios con el aceite de su sabiduría. Y a su sabiduría llama aceite porque el aceite es el que sustenta la luz; con él, metiéndole debajo del agua, ven lo que está metido y escondido en aquella profundidad. Pues dice que con este aceite y sabiduría engordó su entendimiento, y que provino de ahí et calix meus quam preclarus est, que el cálix de los trabajos y tribulaciones se me volvió claro de turbio, se me volvió dulce de amargo.

 

            ¡Oh qué linda ayuda la que tienen la voluntad con el entendimiento, pues sus trabajos se los saborea con altas consideraciones, y la voluntad al entendimiento le aguijonea para que abra los ojos! "¡Ay del solo -dice el Spíritu Sancto19-, que si cayere no tendrá quien le ayude!" ¡Ay del que sólo tiene entendimiento y le falta el querer y voluntad, que se estará depravado y pertinaz! Y el que dice tiene voluntad y no busca la luz, estará siempre parado y detenido en tinieblas.


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[21r]




a  rep.



b Capítulo-vienen al marg.



c  sigue des tach.



d sigue ni tach.



1 Cf. Jn 9,7.



2 Sal 50,4.



e  ms. contentus



3 Lc 10,21.



4 Cf. Jn 1,5.



5 Sab 7,10.



f  corr.



6 Sal 103,20-21.



7 Cf. Mt 6,20.



g  ms. presa



8 Cf. 1 Pe 5,8: "...diabolus tanquam leo rugiens circuit, quaerens quem devoret".



9 Sal 88,30.



10           Ap 21,23.



11           2 Cor 6,14.



12           Jn 14,23.



13           Sequentia de la misa del domingo de Pentecostés.



14           Ibid.



15           Mt 22,37.



h  sigue que tach.



i   rep.



16           En realidad, es a los querubines a los que se atribuye la plenitud de la ciencia y a los serafines el amor ardiente. Es la enseñanza del PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA, De caelesti Hierarchia, c.VII; y de STO. TOMÁS, Sum. Th., 1, q.63 a.7, 1; q.108, 5, a.5; 2, q.9., 3 a.4 y 7; etc.



j  ms. Sanctamtum



17           Idea concorde con Jn 14,26; 16,13-15. No hemos hallado la frase en textos eclesiásticos ni en los Santos Padres. Cf. STO. TOMÁS, Commentarium in Io. 14,6: "Nisi Spiritus adsit cordi audientis, otiosus erit sermo doctoris... Etiam ipse Christus organo humanitatis loquens, non valet nisi ipsemet interius operetur per Spiritum Sanctum".



18           Sal 22,5.



19 Ecl 4,10.






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