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Ioannes Paulus PP. II Dies Domini IntraText CT - Texto |
10. El cosmos, salido de las manos de Dios, lleva consigo la impronta de su bondad. Es un mundo bello, digno de ser admirado y gozado, aunque destinado a ser cultivado y desarrollado. La « conclusión » de la obra de Dios abre el mundo al trabajo del hombre. « Dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho » (Gn 2,2). A través de este lenguaje antropomórfico del « trabajo » divino, la Biblia no sólo nos abre una luz sobre la misteriosa relación entre el Creador y el mundo creado, sino que proyecta también esta luz sobre el papel que el hombre tiene hacia el cosmos. El « trabajo » de Dios es de alguna manera ejemplar para el hombre. En efecto, el hombre no sólo está llamado a habitar, sino también a « construir » el mundo, haciéndose así « colaborador » de Dios. Los primeros capítulos del Génesis, como exponía en la Encíclica Laborem exercens, constituyen en cierto sentido el primer « evangelio del trabajo ».(10) Es una verdad subrayada también por el Concilio Vaticano II: « El hombre, creado a imagen de Dios, ha recibido el mandato de regir el mundo en justicia y santidad, sometiendo la tierra con todo cuanto en ella hay, y, reconociendo a Dios como creador de todas las cosas, de relacionarse a sí mismo y al universo entero con Él, de modo que, con el sometimiento de todas las cosas al hombre, sea admirable el nombre de Dios en toda la tierra ».(11)
La realidad sublime del desarrollo de la ciencia, de la técnica, de la cultura en sus diversas expresiones —desarrollo cada vez más rápido y hoy incluso vertiginoso— es el fruto, en la historia del mundo, de la misión con la que Dios confió al hombre y a la mujer el cometido y la responsabilidad de llenar la tierra y de someterla mediante el trabajo, observando su Ley.