1.
Pobreza evangélica y minoridad en nuestro tiempo
1. Jesús, el Verbo de Dios, que "se despojó de sí
mismo, tomando condición de siervo y haciéndose obediente hasta la muerte y
muerte de cruz" (Fil 2,7), es el fundamento y el modelo de nuestra pobreza
evangélica. Nosotros, en su seguimiento, hemos elegido voluntariamente la
pobreza: una pobreza por el Reino, libre y alegre, que no es fin en sí misma,
sino que, como la de Jesús, "que, siendo rico, por vosotros se hizo pobre
a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9; cfr. Const.
59,1), nos hace disponibles para Dios y para los hermanos".
2. La intención fundamental de San Francisco es la de
"observar el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo " (Rb 1,1).
Él vio en la encarnación y en la cruz el modelo de su actitud radical: nada
retener para sí (cfr. Cta O, 29). Esto significa, en primer lugar, reconocer
que todo el bien que hay en nosotros o que se realiza a través de nosotros es
don de Dios; por tanto, debemos restituirlo a Él con la alabanza y con la
acción de gracias. El segundo componente de este despojo radical es más
doloroso: debemos tener "la firme convicción de que a nosotros no nos pertenecen
sino los vicios y pecados" (Rnb 17, 7). A esto, Francisco añade un tercer
elemento, también exigente: "y debemos gozarnos cuando nos veamos
asediados de diversas tentaciones y al tener que sufrir en este mundo toda
clase de angustias o tribulaciones de alma o de cuerpo por la vida eterna"
(Rnb 17,8) y "gloriarnos en nuestras flaquezas y en llevar a cuestas
diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo "(Adm 5,8).
3. El ideal evangélico de la pobreza comporta para
Francisco una elección de minoridad. Ser menores es una manifestación de
auténtica pobreza interior que, en el proyecto franciscano de vida, se expresa
también exteriormente; es humildad de corazón y ausencia de poder (cfr. Adm
2,3;3; 4; 6,4; etc.); es solidaridad con aquellos que sufren necesidad y
privación.
Sin la
minoridad, nuestra pobreza no tendría sentido y sería una forma de orgullo;
como sin la pobreza, la minoridad resultaría falsa.
Por
otra parte, pobreza y minoridad no son para san Francisco el fin, pero nos
ayudan a realizar y vivir el "carisma más grande" (cfr. ! Cor
12, 31), la caridad, que se expresa en la fraternidad franciscana hacia los
hombres y hacia la creación.
Fue
esta vida de fraternidad evangélica, vivida en pobreza y en minoridad, que
atrajo a Francisco personas de toda condición social y las hizo realmente
sensibles a los más necesitados.
4. De Francisco nació una Orden de hermanos (cfr. 1 Cel
38). Toda nuestra espiritualidad y tradición ha resaltado la pobreza, viéndola
especialmente bajo el aspecto ascético e individual; sin olvidar evidentemente
el aspecto comunitario y fraterno (cfr. especialmente: I CPO, nn.46 - 61 ;
IV CPO, nn. 43 - 45 ; V CPO, nn. 29 - 40.55 ; Const. 59 - 74). Sin
embargo, el sentido renovado de fraternidad, la difusión de la Orden en todo el
mundo y los nuevos problemas de nuestra sociedad nos invitan a reconsiderar y a
profundizar el significado de "nuestra pobreza evangélica en
fraternidad", es decir, desde el punto de vista comunitario, institucional
y estructural.
5. Dentro del movimiento franciscano los Capuchinos han
puesto en mayor evidencia la austera sencillez en el modo de vivir la pobreza y
la cercanía al pueblo en el practicar la minoridad (predicación popular,
asistencia a enfermos y apestados, limosna....). Tales valores, vividos en
fraternidad, renovados e inculturados, poseen una gran fuerza de testimonio
evangélico y de impulso de la promoción de los más desfavorecidos.
6. Para Francisco la codicia y la avaricia rompen las
relaciones con Dios, y la ambición y la competencia deterioran el sentido de la
fraternidad entre las personas. Para poder vivir plenamente el ideal evangélico
del amor y de la fraternidad, él con sus primeros compañeros adoptó una forma
de vida que implicaba, para entonces, opciones de pobreza llenas de coraje,
como el no-uso del dinero, la no-apropiación de los bienes, el trabajo manual
como medio ordinario de sustento y de ayuda a los otros y la limosna en caso de
manifiesta necesidad.
En
tiempos recientes, y teniendo en cuenta los nuevos contextos, Pablo VI (Declaración
del 4 de marzo de 1970) abrogó todas las declaraciones pontificias que durante
siete siglos habían interpretado la práctica de la pobreza en la Orden, excepto
aquéllas contenidas en el derecho Canónico y en las Constituciones. Con esto
declaró que los franciscanos no estaban ya vinculados a las opciones económicas
de Francisco y de sus primeros compañeros.
Sin
embargo, nosotros nos sentimos todavía vinculados a la fidelidad en lo que se
refiere a las intenciones profundas de san Francisco. Por tanto, debemos buscar
nuevos modos de vivir algunas opciones fundamentales del franciscanismo, tales
como: la austeridad de vida y el compromiso en el trabajo; la solidaridad y la
mutua dependencia, la vida inserta en la experiencia del pueblo, en particular,
de los pobres; el justo uso y administración de los bienes y de las
propiedades; el compromiso en favor de un desarrollo "racional".
7. Ante un mundo "globalizado" de la economía,
que hace sentir su influjo también sobre nosotros, reafirmamos humildemente y
con fe el valor de la pobreza evangélica como alternativa válida para nuestro
tiempo, según la inspiración original de Francisco y las líneas maestras de la
tradición franciscano-capuchina. Una pobreza evangélica que de nuevo hemos
pensado y aceptado como una opción de familia.
¿Cómo
reaccionar, por ejemplo, ante el influjo de un mundo globalizado? En primer
lugar, es necesario conocer los mecanismos de este nuevo "orden"
económico, entenderlos y evaluarlos críticamente, teniendo presente en
particular la problemática moral que encierra el mundo de la economía. Después,
deberemos vivir y dar testimonio de nuestra forma de vida evangélica que, aún
dentro de sus limitaciones, con sus valores de simplicidad, gratuidad, voluntad
de servicio, respeto de la persona y de la creación, desea proponerse como un
modo más humano y más verdadero frente al sistema económico vigente. Recordemos
que en este empeño no estamos solos, sino que caminamos junto a tantos hombres
y mujeres de buena voluntad que, en modos diversos, trabajan por el bien, la
justicia y la paz.
8. Para no encontrarnos sin preparación frente a los
desafíos del mundo actual, se programen durante el período de la formación
inicial cursos adecuados para el conocimiento de las realidades económico-sociales
y las experiencias de trabajo (voluntariado, servicio a los pobres, etc.), como
fue indicado también en el IV CPO (cfr. n.51). Se deberán tener presentes de un
modo especial los aspectos antropológicos y éticos que están implicados en la
problemática económica. También la formación permanente deberá encontrar en la
profundización de esta temática uno de sus principales compromisos.
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