2. Pobres entre los pobres y pluriformidad
9. Con toda la Iglesia reafirmamos nuestra opción preferencial
por los pobres, que no se hace a discreción de cada uno de los hermanos, sino
que nos interpela como fraternidad y debe manifestarse visiblemente: viviendo
con los pobres para asumir todo cuanto haya de válido en su forma de creer, de
amar y de esperar; sirviéndoles preferentemente con nuestras manos;
compartiendo con ellos el pan y defendiendo sus derechos. Ser pobres con los
pobres, fraternizar con ellos, forma parte integrante de nuestro carisma
franciscano y de nuestra tradición como "frailes del pueblo".
San
Francisco afirma en el Testamento que su itinerario de conversión fue
definitivo cuando el Señor lo condujo en medio de los leprosos. Entonces él,
saliendo "del siglo", cambió la condición social y la residencia, emigrando
del centro hacia la periferia de Rivotorto y de Santa María de los Ángeles.
Nuestras Constituciones y los Consejos Plenarios de Quito y de Garibaldi animan
a la inserción entre los pobres de algunas de nuestras fraternidades, pero sin
olvidar las dimensiones contemplativa y fraterna que se expresan visiblemente
en la vida en común: "Son de alabar quienes, en determinadas
circunstancias de la región, viviendo con los pobres y participando de sus
condiciones y aspiraciones, los impulsan al desarrollo social y cultural y a la
esperanza de la vida futura" (Const. 60,6 ; cfr. 12,2 -
4 ;100,3 ; 104,1 ; V CPO , n.25,1). Creemos que la solidaridad
con los marginados es una de las respuestas privilegiadas contra las
injusticias de nuestro tiempo.
10. Reconocemos que la cercanía a la cultura de los pobres
nos enriquece desde un punto de vista humano y es un instrumento hermenéutico
necesario para llegar al corazón de nuestra herencia franciscana. Proponemos,
pues, que cada Circunscripción de la Orden elabore y realice planes para
establecer y evaluar nuestra humilde presencia entre los pobres, de modo que,
participando desde dentro en su cultura, lleguemos a ser miembros reconocidos
de su sociedad, y podamos promover su desarrollo integral. Estos planes deberían
incluir la selección atenta de las fraternidades de inserción y la formación de
los hermanos que las componen; además deben asegurar el constante apoyo de las
Circunscripciones y la condivisión fraterna de las experiencias.
11. Francisco encarnó la radicalidad evangélica y subrayó
con su estilo inconfundible que vivir y anunciar el evangelio es igual a
"nudus nudum Christum sequi".
Para
él es fundamental abandonarse en Dios con toda confianza. Por eso insiste en
que sus hermanos vayan por los caminos del mundo sin llevar nada, como ovejas
en medio de lobos, y confiando el anuncio evangélico, ante todo, al testimonio
de cada día de una vida de hermanos menores. Este modo de ser y de vivir, sin
poder y del todo indefensos, no es para Francisco una modalidad o una condición
para la evangelización, sino que es ya en sí misma evangelización. Nuestra
historia de Capuchinos nos anima a retomar y actualizar esta forma inmediata de
presencia evangélica en medio de la gente de cualquier clase, con una
particular predilección por la gente sencilla y pobre. En consecuencia, debemos
esforzarnos por actuar modelos de evangelización menos vinculados a la fuerza y
a la seguridad, que brotan de la cantidad y de la riqueza de los medios, y
haciéndonos disponibles a dejarnos enseñar por los pobres y a poner nuestra
confianza sólo en Dios.
12. Este Consejo Plenario de la Orden afirma que también la
pobreza, elemento esencial de nuestra vida, debe ser vivida a la luz de cuanto dicen
las Constituciones a cerca de la unidad y de la pluriformidad de nuestra
vocación franciscana. Por una parte, la unidad se vive en referencia a la
fraternidad y al principio "a causa de la misma vocación, todos los
hermanos son iguales" (Const. 84,3). Por otra, ya que los contextos de
vida son diferentes, sin una sana inculturación, no será jamás posible una
auténtica pluriformidad, ni una auténtica evangelización. La inculturación de
la pobreza debe llegar hasta el hábitat, los edificios, el tenor de vida, los
medios pobres de apostolado, el estilo externo de nuestra presencia.
Los
criterios que deben guiar la inculturación pluriforme son:
13. La norma de
las Constituciones: "el mínimo necesario, no lo máximo permitido" (n.
67,3) puede ser aplicada significativamente sólo en el contexto de la sociedad
en que viven los hermanos. Por eso proponemos que los hermanos en cada
Circunscripción aplique esta norma a sus circunstancias específicas. Con la
introducción del control del presupuesto y de los límites del gasto, las
comunidades locales y la fraternidad provincial pueden contener el uso de sus
recursos y dar un ejemplo adecuado de moderación y también de austeridad.
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