Índice: General - Obra | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
Amedeo Cencini, FDCC ¿Cuales vocaciones para una vida consagrada renovada?… IntraText CT - Texto |
2.2. Relación como fraternidad
Aquí la relación es más evidente todavía. Mientras que no
es tan evidente y cristalina la manera de sentir la fraternidad de parte de las
nuevas vocaciones. Indudablemente, por un lado, está el encanto misterioso de
este valor clásico de la vc, y al mismo tiempo mientras atrae no es en absoluto
un valor fácil y sencillo para vivir, y si es verdad que encanta a algunos, es
también verdad que infunde temor en otros, ni tampoco es cierto que los que se
sienten potencialmente atraídos poseen luego la capacidad y la libertad de
vivir ese valor. La
juventud de hoy, notoriamente menos sólida desde el punto de vista emotivo por
la debilidad de la experiencia relacional familiar, presenta a menudo una
actitud ambivalente respecto del fenómeno de la relación en general, actitud
que hay que considerar con una cierta atención, sea cuando exalta la relación y
la fraternidad sea cuando indica que las teme.
2.2.1. Condición fraterna
En primer lugar la vocación de consagrarse a Dios es por naturaleza vocación a
la fraternidad, justamente porque se trata de un don (el carisma) que viene
desde arriba, un don que nadie puede tener la presunción de interpretar a
solas, y que sólo se puede entender mediante la aportación de todos los que han
recibido ese don. Como "nadie se hace cristiano a solas, sino que es la
Iglesia que lo hace cristiano, y no para si mismo, sino ‘para’ ponerse al
servicio de la iglesia y de su misión", lo mismo ocurre en la relación
entre individuo consagrado y comunidad religiosa. En la vida religiosa, la
fraternidad nace en seguida como exigencia intrínseca del carisma, exigencia
más teológica que psicológica, y hay que comprobarla también a ese nivel. Por
esto se trata de una verificación importante porque desvela en qué medida el
joven ha entendido o está entendiendo la naturaleza del don, su origen y su riqueza
y complejidad, como algo que justamente porque viene de Dios y dice un proyecto
suyo, está destinado a la edificación de la comunidad, no pertenece al
individuo, hay que compartirlo, hay que decirlo en términos sencillos y
accesibles a todos, y puede ser comprendido solamente por quienes lo respetan
en esta lógica extrovertida-relacional. El carisma, cualquier carisma, crea
fraternidad por su propia naturaleza, remite constantemente a la relación, dice
una vocación de vivir con los demás, nadie lo podría entender encerrándose en
si mismo. Menos aún vivirlo. No es suficiente, pues, verificar una
disponibilidad genérica a vivir la relación, lo que es indispensable es
constatar la capacidad de vivir la condición fraterna como la condición típica
del consagrado, como su manera de ser específica, como la forma y la norma de
vida, su característica esencial unida a la posibilidad de comprender del todo
el don del Eterno.
2.2.2. La fraternidad como criterio vocacional
La fraternidad, pues, no es sencilla y exclusivamente un problema de caridad,
de aprendizaje del difícil arte de la convivencia con los que son distintos de
mí, sino que es dimensión constitutiva del carisma religioso, por los
siguientes motivos:
2.2.2.1. Identidad y pertenencia
Es la capacidad de sentirse parte de un grupo de personas, con las que se
comparten la misma raíz, los mismos valores, el idéntico proyecto del Padre,
gracias al cual esas personas llegan a ser hermanos y aquel grupo su familia.
El sentido de pertenencia nace del sentido de identidad, es componente
esencial. En efecto, el hombre ha de pertenecer a alguien y a algo, está hecho
para entregar su vida y su corazón, su llamada y su futuro en las manos (o en
el corazón) de otro; será él que elegirá a quién, pero no podrá evitar hacerlo.
Y así la pertenencia desarrolla y madura la capacidad de relación.
El sentido de pertenencia, entonces, se manifiesta por disposiciones interiores precisas: quiere decir confianza en el otro y en la vida, hasta el punto de compartir con ellos los bienes materiales y espirituales y optar por depender o aceptar que el grupo y sus normas limiten; significa libertad para convivir con personas que no se han escogido, cariño que no nace de la carne y de la sangre pero que es igualmente rico humanamente; quiere decir, capacidad de enamorarse, como libertad para querer sin límites ni restricciones (simpatías o antipatías) demasiado humanas, decidiendo… envejecer junto con las personas que Dios me ha puesto al lado, abandonándose totalmente. En este sentido el enamoramiento representa la cumbre de la libertad de abandonarse, o la forma más alta de relacionarse. Un joven incapaz de enamorarse es por definición no idóneo para la consagración.
Aquel que pide entrar en un instituto religioso tiene que mostrar esa libertad interior que abre a la fraternidad y a la amistad.Debemos, pues, prestar mucha atención a los que son sutilmente sospechosos o a los que tienen dificultad en abandonarse, porque no se fían o están dispuestos a fiarse sólo de los perfectos: "los que se fían de todo el mundo, indican que tienen muy poco discernimiento, pero los que no se fían de nadie indican que lo tienen menos aún" (A. Graf), y a un nivel superior, "aquel que no confía en su prójimo, por lo general tampoco confía en Dio" (C.Chapman), y ciertamente no es un hombre de relación. Ni tampoco tiene empatía y mirada benévola aquel que quiere huir del mundo para no contaminarse con las fealdades y distorsiones del siglo actual y sueña con una vc como espacio "ecológico" y exclusivo.
No solamente la capacidad de vivir en comunidad, sino también un cierto planteamiento de la vida religiosa (los votos, la adhesión a una regla, ciertos límites, etc.) supone justamente esta libertad previa de abandonarse y depender; aquel que no la posee sigue soñando de manera infantil el mito de la autonomía absoluta, sigue en búsqueda como un adolescente de la realización de si mismo en la afirmación de si mismo sobre el otro, y sigue siendo víctima del "síndrome de Peter Pan", el adolescente perpetuo que confunde la libertad con la ausencia de vínculos. Mañana será una carga para todos en comunidad, porque no pertenece a nadie.
2.2.2.2. Alteridad y diversidad
Se pertenece al grupo en el cual se reconoce la propia identidad sin por esto
tener que nivelar el proprio cerebro y sin renunciar a la propia originalidad.
No es un equilibrio sencillo y al alcance de la mano, por lo general pasa por
un cierto aprendizaje, pero luego lleva a la libertad para aceptar también la
diversidad de los demás, de consentirles ser ellos mismos, de no considerar un
conflicto la diversidad, de descubrir y acoger la riqueza de la relación con
aquel que es "distinto" de mí. Hoy existe también en nuestras
comunidades juveniles una especie de "homosexualidad latente", como
un intento de homologar al otro, de nivelar las diversidades, de igualarlo a la
fuerza a mí, que es el contrario exacto de la fraternidad humana y evangélica.
En el extremo opuesto el narcisismo, como intento de ponerse en el centro,
refiriendo todo a mi mismo, pero sin dejarme tocar y modificar y enriquecer
mínimamente por el otro y por su originalidad. En ambos casos,
ni el latente homosexual, ni el narcisista son capaces de vivir una relación
auténtica. En efecto, no son capaces de diálogo y de empatía, ni en comunidad
ni en el apostolado. Y hoy aquel que es incapaz de diálogo empático ciertamente
no puede pensar en consagrarse. Cuidado, pues, con los que sueñan con "la
comunidad de la observancia" en la que todos tienen que cantar en coro y
todo acaba por ser llano y homogéneo, en la que el proyecto de estar juntos
esconde intereses y pretensiones de gratificación emocional y quizá también el
temor a la soledad o a una relación demasiado íntima con una persona
"diversa"; atención a los que tienen una idea inmaculada de la vida
religiosa y comunitaria y temen la diversidad del límite, del pecado, de la
debilidad propia y de los otros. Pero atención también a quien ve en la diversidad solamente
un instrumento para sí y el lugar de su personal autorealización psicológica o
espiritual; aquel que no considera al otro como mediación indispensable de su
relación con Dios, corre el riesgo poco a poco de construirse a "su"
proprio Dios, convirtiéndose en un pequeño dios que no necesita de nadie y que
perpetuará la serie del consagrado individualista, a menudo un poco oso
también, que ha perjudicado mucho la vc y su imagen…
2.2.2.3. Responsabilidad y necesidad
Como sabemos existen los consumidores de comunidad y los constructores de
comunidad: los primeros se disponen sencillamente a explotar la fraternidad y
se quejan de lo que en ella no funciona, los segundos dan su aportación para
corregirla y promoverla, pero saben bien que la fraternidad es como ellos la
edificarán.
Sentido de responsabilidad no quiere decir solamente hacerse cargo de los demás, sino sentir la necesidad de su presencia, apreciar la personalidad de los que están a nuestro lado, sentir al hermano como lugar en el que Dios me espera y a través del cual Dios me habla. Es peligroso aquel que "consume" la comunidad y no se siente responsable de nadie, pero también lo es aquel que no necesita de nadie o cree no necesitar de nadie, y se basta a si mismo, y no sabe y no recuerda ni siquiera cuántas veces él mismo ha sido llevado sobre los hombros por otros y por la vida. La responsabilidad hacia los demás nace, en el fondo, de la conciencia agradecida de haber sido generados y por la certeza correspondiente de ser capaces de generar.
Vocación religiosa, más en particular, quiere decir entregarse al Instituto, pero quiere decir acoger sobre sí, sobre uno mismo el peso y la responsabilidad de la comunidad religiosa. Aquel que tiene el complejo de Atlas (y piensa que tiene que llevar todo el peso del mundo sobre sus espaldas) o quien, por el contrario, prefiere jugar a echar todo encima del otro, son ambos sujetos muy dudosos a nivel vocacional. Una vez más, son personas que no viven bien la relación, más bien la temen. Si de ello dependiera, en perspectiva apostólica, la vc debería volver a exhumar el modelo de la "ciudad colocada sobre el monte" (cf. Mt 5,4), como comunidad de elegidos y santos, compacta y sólida, no muy preocupada de la misión porque considera que su vida es autotransparente y su testimonio es convincente.