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Amedeo Cencini, FDCC ¿Cuales vocaciones para una vida consagrada renovada?… IntraText CT - Texto |
2.3. Relación como libertad
Otra dimensión esencial de la vida religiosa, visible en toda una rica
tradición que nos ha sido entregada y capaz aún de suscitar atracción, es la
libertad del espíritu consagrado. Una libertad muy particular, quizá no
visible a simple vista, quizá porque no siempre es testimoniada; un régimen de
vida marcado por una regla, por superiores a los que hay que obedecer, por una
posibilidad limitada de autoafirmación, y sin embargo libertad que en el curso
de la historia ha dado frutos inéditos y sorprendentes, como prueba de aquello
que la voluntad de Dios puede hacer cuando encuentra a una criatura libre,
libre de fiarse de él.
Al mismo tiempo el de la libertad es otro tema e ideal, como el de la fraternidad, capaz de apasionar a todo ser humano, por el cual cualquier joven estaría dispuesto a batallar, excepto echarse atrás cuando se trata de gestionar esa libertad, de encontrarse a solas para decidir, de conjugar verdad con libertad, ser libres de amar y superar los miedos y las convenciones. Digamos que la libertad de uno se convierte en problema, por lo menos en la sociedad actual, cuando entra en contacto con la libertad del otro, es decir cuando entra en juego la relación. Pero no debería de ser así. La fórmula según la cual la libertad de uno acaba allí donde empieza la de los demás, de cara al liberalismo, expresa una lógica todavía puramente defensiva, que no puede entenderse como regla última en las relaciones sociales. Porque se detiene en una perspectiva según la cual la expansión de una persona es inversamente proporcional a la de las demás: "en realidad se crece solamente con los demás y gracias a ellos. Por consiguiente, habría que decir, que la libertad de cada uno empieza allí donde empieza la de los demás y acaba cuando ésta es disminuida o negada. O somos libres juntos, o no lo somos nadie. Y esto significa, para el individuo, hacerse cargo del destino de los otros seres humanos, sobre todo de los más débiles" .
La relación, pues, es el lugar en el que nace y se expresa la libertad del individuo, justamente porque no se le puede separar de la del prójimo. Es muy necesario, pues, en la actual coyuntura o en esta "encrucijada" de la historia de la vida religiosa que las nuevas vocaciones entiendan bien el sentido de la libertad, que aprendan a generar libertad en las relaciones, que sepan ser libres y creativas, que no se contenten con repetir aquello que se ha dicho y se ha visto, que no teman correr riesgos, que tengan el valor de ir por caminos nuevos…
Quizá sea oportuno aclarar los términos.
2.3.1. Verdad, libertad y libertad afectiva
Existe ante todo una gran libertad que brota espontáneamente de la que hemos
llamado antes la verdad de la vida, como verdad fundamentalmente relacional (la
vida es un bien que se recibe que tiende, por su naturaleza, a convertirse en
bien que se entrega); aquel que descubre la lógica inquebrantable de esta
definición, aquel que capta lo inevitable del nexo entre bien recibido y bien dado,
accede a una libertad a nivel humano y creyente que constituye la base
fundamental, el elemento arquitectónico de una opción vocacional auténtica por
la vida consagrada. Es la que llamamos, a nivel psicológico, libertad afectiva,
que consiste en dos certezas: la certeza de haber sido amado desde siempre y
por siempre (=el bien recibido), y la certeza de poder y deber amar por siempre
(=bien entregado). Y puede notarse si el concepto de libertad es relacional,
más aun lo es la libertad afectiva.
Se hace cada vez más indispensable, y es un criterio vocacional preciso, ayudar al individuo para que capte esta verdad no en teoría, a partir de análisis abstractos, sino en lo concreto de su historia y de sus relaciones interpersonales vividas, para que verifique, constate la realidad histórica del bien recibido en la propia vida, bien recibido de Dios y no solamente de Dios: la historia personal es "la casa del misterio", "la señal de que Dios me ama", y ayudar a leerla es una verdadera escuela de fe y de animación vocacional. Porque justamente a partir de esta lectura, sobre todo si acompañada e iluminada, se desprende la otra certeza fundamental, la de ser llamados a amar, la de ser capacitado para querer por siempre, de manera total y definitiva, hasta poner esta elección en el centro de la propia vocación.
Pero libertad afectiva no quiere decir solamente esto, es libre en el corazón aquel que sabe descubrir la belleza y la verdad de un ideal de vida, reconociendo en esto su verdad, belleza y bondad personales. Y aquí está encerrado, en esta formulación algo enrevesada, todo el misterio de la vocación religiosa y el dinamismo de la elección como capacidad de relación y de relación con la belleza, por tanto no sólo o no en primer lugar como llamada a la perfección, quizá entendida en modo... perfeccionista, o al deber de la santidad, austera y pesada, sino como libertad de ser atraídos por algo bello y que fascina, para que la persona sea capaz de decir unos "nones" muy difícil de decir a cosas bellas y atractivas, a cariños humanos benditos y consoladores, a perspectivas terrenales por las que el hombre se siente hecho. El criterio estético es criterio muy importante en el discernimiento vocacional, y es un criterio relacional, porque dice la libertad del corazón, la libertad que nace de la verdad, de la verdad de la vida, que hace el corazón capaz de emocionarse por lo que es bello y sacude la voluntad porque lo elija y los haga suyo.
2.3.2. Las señales de la persona libre
Es bello pensar en la vocación religiosa como a una gran señal de libertad en
un mundo (juvenil también) que tiene el culto de la libertad, pero que luego
corre el riesgo de perder continuamente el sentido de la libertad. Considero,
pues, que los símbolos esenciales de la vida consagrada como tal sean y tengan
que ser propuestos (en la animación vocacional), testimoniados (por la
comunidad religiosa) y reconocidos (en el discernimiento vocacional) como
símbolos de libertad.
2.3.2.1. Los votos como elección de libertad
El joven que pide entrar no puede, como es obvio tener la experiencia y la
profundidad de juicio del religioso maduro, pero puede y ha de tener una
perspectiva que lo oriente de manera precisa en la elección y motivaciones de
la elección misma. Por tanto es comprensible que un joven, hijo de nuestra
sociedad no tan pobre, y menos aún casta y para nada obediente, perciba los
votos como algo que le infunde temor, miedo a no poder, sensación de algo
pesado. Pero tendría que intuir también los espacios de
autorealización que se le abren por delante, a nivel de vida
relacional-afectiva, de la relación con los bienes, de la posibilidad de
adherir a proyectos mucho mayores que sus propios intereses.
"Los votos religiosos son un camino extraordinario para personalizar las relaciones, el espacio y el tiempo. (...) Personalizar las cosas, los objetos, los espacios, el tiempo significa poner la creación de nuevo por el camino del amor (...) el voto de castidad, de obediencia y de pobreza son caminos que llevan a la verdad del amor... La pobreza, por ejemplo, es ciertamente más fácil vivirla como no tener, como renuncia, pero quizá hoy es más significativo tener una relación con las cosas y con los objetos de manera que estén al servicio el amor. Quizá hoy es más importante para el mundo redescubrir que la creación pertenece a Dios y que se le ofrece a través de gestos de amor entre los hombres". Por esto el joven que entra en esta óptica no se dispone a vivir los votos partiendo de una actitud de rechazo del mundo o de sutil desprecio de la creación, sino que, por lo contrario, como aquello que liberando los sentidos de la bramosía de la conquista y de la posesión de las cosas, del cariño de los demás, de la propia vida, los hace cada vez más espirituales, es decir capaces de gustar la belleza profunda de las cosas, de captar en ellas la presencia del Creador. "Los ojos miran el mundo, las manos tocan el don de la creación, el paladar gusta sus sabores, mientras que el corazón glorifica al Creador y agradece al Dador amante de los hombres. El religioso vive en medio de este mundo come en una liturgia grande y universal, y en esto consiste la belleza (...) él ve las cosas y escucha su relato, el cantar de la creación. La belleza espiritual consiste en vivir en medio de un mundo que habla de Dios, que le recuerda a El, aunque a través del dolor, del drama, de la muerte como ha hecho la pascua del Señor".
Ciertamente, no podrá pretenderse que un joven que pide entrar tenga este tipo de madurez espiritual, pero una cierta predisposición para percibir-gustar la belleza y moverse en la libertad del Espíritu, esto sí, por lo menos si se quiere elevar el tono de nuestra vida y de nuestro testimonio. Por un lado "una vida religiosa que no logra crear esta liturgia y esa belleza corre siempre el riesgo de desviar"; por el otro el sheol no ha atraído nunca a nadie, y aquel que se sintiera atraído no mostraría ciertamente salud psíquica y espiritual. Por tanto aquel que lee e interpreta la consagración solamente con el registro de la renuncia que oprime no indica una auténtica disposición ni hace atractivo el don de Dios. Atención a los observantes tristes, que parecen impermeables al gozo y acaban por entristecer nuestros ambientes y inutilizar cualquier animación vocacional.
2.3.2.2. La
misión como valor para correr riesgos
Otro elemento muy útil de discernimiento es la consideración de la relación
entre el yo actual (=aquel que el individuo es y reconoce que sabe hacer) y el
yo ideal (=aquel que él mismo quisiera ser pero no puede ser aún): la vocación
genuina a la vida consagrada es una decisión que se basa en una cierta
desproporción entre dos elementos estructurales del yo, es decir, elige bien no
aquel que mide el ideal según sus capacidades actuales, evitando la opción de
algo que se pone más allá de las posibilidades, sino aquel que, por el
contrario, indica una cierta dosis de atrevimiento a la hora de soñar el
futuro, llegando al punto de elegir algo que no está tan seguro de saber hacer,
algo que es grande y más alto, divino y no solamente humano, que no hubiese
elegido si no hubiera sido elegido por el Eterno, imposible para sus fuerzas.
Es decir que la persona llamada a la consagración no va donde lo psicólogo para
que le haga tests sobre sus actitudes, no pide todas las garantías, no tiene
todas las seguridades.. Hay
algo de locura sana en esta opción. En la cultura de la prevención y de la
competencia de hoy (hay que calcular, predisponer, anticipar todo... y cada
cual debe estar en su lugar con la competencia que se le pide) esta locura es
cada vez más rara, reemplazada por una "sabiduría" excesiva, o por la
demencia de aquel que piensa solamente en sí mismo y en sus economías. Y es la
garantía no sólo de vocación sana, sino también de la renovación de nuestros
institutos religiosos...
2.3.2.3. El seguimiento como fantasía del amor
En nuestra sociedad tecnológica cualquier opción parece proceder, como decíamos
hace un momento, del cálculo frío y de la previsión de una cuenta justa, de un
interés que se alcanza. La opción de consagrarse a Dios es inútil, no persigue
fines utilitarios, es vida malgastada, sexualidad que no produce, renuncia en
el vacío. En la actual desertización paulatina del sentimiento y de lo que es
más hondamente humano la opción por la vida religiosa se plantea realmente como
algo de alternancia y contrapunto. Se convierte en recuperación de
humanidad y de aquella libertad radical de las palabras de San Agustín:
"ama y haz lo que quiera", o en términos más modernos: dejarse llevar
allí donde el corazón te conduce. Hay, es cierto, toda una conversión que subyace a esta
libertad que no es espontaneidad emotiva e instinto salvaje, sino que en todo
caso es indispensable que el joven muestre esta libertad de moverse porque
empujado interiormente por el encanto de algo o de alguien que se va poniendo
cada vez más en el centro de su vida. Quizá no sabrá reconocer enseguida aquel
sentimiento o captar su sentido o explicar las razones, pero aquello es amor,
es don del Espíritu. Ya que el Espíritu es la fantasía bohemia y sosegada de
Dios, y por consiguiente también el amor que de El viene o que El ha depositado
en el corazón del joven se convierte en fantasía, valor para seguir a Cristo
por caminos imprevistos, adhesión a una regla que fija los términos del viaje y
uniforma el paso a los de los demás compañeros de aventura, pero al mismo
tiempo exuberancia de un corazón que está aprendiendo a latir en sintonía con
el Eterno. La vida consagrada necesita hoy de estas vocaciones y de esta
fantasía del amor.