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Elías Royón, SJ Animacion vocacional "por contagio"… IntraText CT - Texto |
La vida consagrada no tiene sentido si no se identifica como un carisma de la Iglesia y para la Iglesia. Sabemos bien cuál es la imagen de la Iglesia en nuestra sociedad, y cuántas dificultades encuentran bastantes cristianos practicantes para "sentir con la Iglesia", como igualmente conocemos el ambiente de desafección eclesial que se extiende de un modo difuso.
Nosotros nos situamos también en este mismo ambiente y sentimos esas mismas dificultades, que con frecuencia vivimos en tensión porque somos conscientes de que nuestra identidad de consagrados está indisolublemente unida a la Iglesia, y deseamos que sea así en la práctica.
Una tensión que en alguna manera ha sido recogida en algunos documentos de la Santa Sede, como Mutuae Relationes cuando afirma: "Todo carisma auténtico lleva consigo una cierta carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómodo e incluso crear situaciones difíciles dado que no siempre es fácil e inmediato el reconocimiento de su provenencia del Espíritu" (n. 12).
También Juan Pablo II en la exhortación postsinodal reconoce que "En la historia de la Iglesia, junto con otros cristianos, no han faltado hombres y mujeres consagrados a Dios que, por un singular don del Espíritu, han ejercido un auténtico ministerio profético hablando a todos en nombre de Dios, incluso a los pastores de la Iglesia" (VC 84).
Hablamos poco de la Iglesia, y menos aún con entusiasmo, y sin embargo es imposible sentir una auténtica llamada del Señor a su seguimiento, al margen de la Iglesia; y se puede estar al "margen" cuando se la considera solo como institución humana, necesaria sólo por razones de organización, sin ninguna referencia explícita a su misterio.
En ocasiones tendremos que preguntarnos si se nos percibe amando a la Iglesia y comprometidos con ella en sus dolores y esperanzas; sin olvidar que nosotros somos Iglesia y la gente así nos ve, por lo cual debemos contribuir a que se la reconozca más auténtica, más creíble, más evangélica, más servicial...
La experiencia de animación vocacional en este aspecto de "sentir con la Iglesia", en nuestro entorno, es desigual, y no faltan los casos de una cierta ambigüedad, como cuando se presentan candidatos a los noviciados motivados porque en la vida consagrada piensan "encontrar una mayor libertad que en la Iglesia".
Sin embargo la vocación religiosa contiene un componente alto de identificación y vinculación a la Iglesia institucional, y habrá que cultivar con mayor empeño un aprecio explícito a la Iglesia en los grupos juveniles, si queremos que se susciten en ellos vocaciones religiosas. A la vez, nuestra identidad de consagrados nos debe motivar a recuperar una mística eclesial, es decir, una comprensión orante del misterio de la Iglesia, para que tal vez aprendamos y enseñemos a mirarla como engendradora de santidad, en cuyo seno se nos ha dado, como don, la fe en Jesús.
Me parece que puede ayudar para el trabajo de estos días y para una posterior reflexión y toma de decisiones de los Superiores Generales, sintetizar a continuación en proposiciones y preguntas algunos de los aspectos de la visibilidad que acabo de exponer: