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Ioannes Paulus PP. II Orientale lumen IntraText CT - Texto |
El monaquismo como ejemplaridad de vida bautismal
9. Quisiera ahora contemplar el vasto panorama del cristianismo de Oriente desde una altura particular, que permite descubrir muchos de sus rasgos: el monaquismo.
En Oriente el monaquismo ha conservado una gran unidad, y no ha conocido, como en Occidente, la formación de los distintos tipos de vida apostólica. Las varias expresiones de la vida monástica, desde el cenobitismo rígido, como lo concebían Pacomio o Basilio, hasta el eremitismo más riguroso de un Antonio o de un Macario el egipcio, corresponden más a etapas diversas del camino espiritual que a la opción entre diferentes estados de vida. Ahora bien, todos hacen referencia al monaquismo en sí, sea cual sea la forma en que se manifieste.
Además, en Oriente el monaquismo no se ha contemplado sólo como una condición aparte, propia de una clase de cristianos, sino sobre todo como punto de referencia para todos los bautizados, en la medida de los dones que el Señor ha ofrecido a cada uno, presentándose como una síntesis emblemática del cristianismo.
Cuando Dios llama de modo total, como en la vida monástica, la persona puede alcanzar el punto más alto de cuanto la sensibilidad, la cultura y la espiritualidad son capaces de expresar. Eso vale con mayor razón para las Iglesias orientales, para las que el monaquismo constituyó una experiencia esencial y que aún hoy sigue floreciendo en ellas, en cuanto cesa la persecución y los corazones pueden elevarse con libertad hacia el cielo. El monasterio es el lugar profético en que la creación se transforma en alabanza de Dios y el mandamiento de la caridad, vivida en la práctica, se convierte en ideal de convivencia humana, y donde el ser humano busca a Dios sin barreras e impedimentos, transformándose en referencia para todos, llevándolos en el corazón y ayudándoles a buscar a Dios.
Quisiera recordar también el magnífico testimonio de las monjas en el Oriente cristiano. Ha constituido un modelo de valorización de lo específico femenino en la Iglesia, incluso forzando la mentalidad del tiempo. Durante las persecuciones recientes, sobre todo en los países del Este de Europa, cuando muchos monasterios masculinos fueron cerrados con violencia, el monaquismo femenino conservó encendida la antorcha de la vida monástica. El carisma de la monja, con sus características específicas, es un signo visible de la maternidad de Dios a la que, con frecuencia, se refiere la sagrada Escritura.
Así pues, miraré al monaquismo, para descubrir aquellos valores que considero hoy muy importantes para expresar la aportación del Oriente cristiano al camino de la Iglesia de Cristo hacia el Reino. Sin ser exclusivos ni de la experiencia monástica ni del patrimonio de Oriente, estos aspectos a menudo han adquirido en él una connotación particular. Por lo demás, no estamos tratando de valorizar la exclusividad sino el enriquecimiento recíproco en lo que el único Espíritu ha suscitado en la única Iglesia de Cristo.
El monaquismo ha sido, desde siempre, el alma misma de las Iglesias orientales: los primeros monjes cristianos nacieron en Oriente y la vida monástica fue parte integrante del lumen oriental transmitido a Occidente por los grandes Padres de la Iglesia indivisa(26).
Los notables rasgos comunes que unen la experiencia monástica de Oriente y Occidente hacen de ella un admirable puente de fraternidad, donde la unidad vivida resplandece incluso más de lo que pueda manifestarse en el diálogo entre las Iglesias.