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Ioannes Paulus PP. II
Orientale lumen

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Una mirada limpia para descubrirse a sí mismos

12. A Cristo, el Hombre-Dios, se dirige la mirada del monje: en su rostro desfigurado, varón de dolores, descubre ya el anuncio profético del rostro transfigurado del Resucitado. Al espíritu contemplativo Cristo se revela como a las mujeres de Jerusalén, que subieron a contemplar el misterioso espectáculo del Calvario. Y así, formada en esa escuela, la mirada del monje se acostumbra a contemplar a Cristo también en los pliegues escondidos de la creación y en la historia de los hombres, también ella comprendida en su progresivo conformarse al Cristo total.

La mirada progresivamente cristificada aprende así a alejarse de lo exterior, del torbellino de los sentidos, es decir, de cuanto impide al hombre la levedad que le permitiría dejarse conquistar por el Espíritu. Al recorrer ese camino, se deja reconciliar con Cristo en un incesante proceso de conversión: en la conciencia de su pecado y de la lejanía del Señor, que se transforma en compunción del corazón, símbolo de su bautismo en el agua saludable de las lágrimas; en el silencio y en el sosiego interior buscado y donado, donde se aprende a hacer que el corazón palpite en armonía con el ritmo del Espíritu, eliminando toda doblez o ambigüedad. Este hacerse cada vez más sobrio y esencial, más transparente a sí mismo, puede llevarlo a caer en el orgullo y en la intransigencia, si llega a considerar que eso es fruto de su esfuerzo ascético. El discernimiento espiritual, en la purificación continua, lo vuelve entonces humilde y manso, consciente de captar sólo algún rasgo de esa verdad que lo sacia, porque es don del Esposo, único que encierra la plenitud de la felicidad.

Al hombre que busca el significado de la vida, el Oriente le ofrece esta escuela para conocerse y ser libre, amado por aquel Jesús que dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28). A quien busca la curación interior, le dice que siga buscando: si la intención es recta y el camino honrado, al final el rostro del Padre se dará a conocer, impreso como está en las profundidades del corazón humano.




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