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Ioannes Paulus PP. II Orientale lumen IntraText CT - Texto |
DEL CONOCIMIENTO AL ENCUENTRO
17. Han transcurrido treinta años desde que los Obispos de la Iglesia católica, reunidos en Concilio con la presencia de no pocos hermanos de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, escucharon la voz del Espíritu que iluminaba verdades profundas sobre la naturaleza de la Iglesia, manifestando así que todos los creyentes en Cristo se encontraban mucho más cercanos de lo que se pudiera pensar, todos en camino hacia el único Señor, todos sostenidos y apoyados por su gracia. De aquí brotaba una invitación cada vez más apremiante a la unidad.
Desde entonces se ha avanzado mucho en el conocimiento recíproco. Este conocimiento ha intensificado la estima y nos ha permitido a menudo orar juntos al único Señor y también los unos por los otros, en un camino de caridad que ya es peregrinación de unidad.
Después de los importantes pasos dados por el Papa Pablo VI, he querido que se prosiguiera por el camino del conocimiento recíproco en la caridad. Puedo atestiguar la alegría profunda que ha suscitado en mí el encuentro fraterno con tantos líderes y representantes de Iglesias y Comunidades eclesiales en estos años. Juntos hemos compartido preocupaciones y expectativas, juntos hemos invocado la unión entre nuestras Iglesias y la paz para el mundo. Juntos nos hemos sentido más responsables del bien común, no sólo de forma individual sino también en nombre de los cristianos de quienes el Señor nos ha hecho pastores. A veces, a esta Sede de Roma han llegado los apremiantes llamamientos de otras Iglesias, amenazadas o heridas por la violencia y el atropello. A todas ha tratado de abrirles su corazón. En favor suyo, en cuanto ha sido posible, se ha elevado la voz del Obispo de Roma, para que los hombres de buena voluntad escucharan el grito de nuestros hermanos que sufrían.
«Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo. A lo largo de los mil años que se están concluyendo, aún más que en el primer milenio, la comunión eclesial, "a veces no sin culpa de los hombres por ambas partes"(36), ha conocido dolorosas laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo. Desgraciadamente, estos pecados del pasado hacen sentir todavía su peso y permanecen como tentaciones del presente. Es necesario hacer propósito de enmienda, invocando con fuerza el perdón de Cristo»(37).
El pecado de nuestra división es gravísimo: siento la necesidad de que crezca nuestra disponibilidad común al Espíritu que nos llama a la conversión, a aceptar y reconocer al otro con respeto fraterno, a realizar nuevos gestos valientes, capaces de vencer toda tentación de repliegue. Sentimos la necesidad de ir más allá del grado de comunión que hemos logrado.