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Ioannes Paulus PP. II Orientale lumen IntraText CT - Texto |
19. El camino de la caridad conoce nuevos momentos de dificultad después de los recientes acontecimientos que han afectado a Europa central y oriental. Hermanos cristianos que habían sufrido juntos la persecución se miran con recelo y temor en el momento en que se abren perspectivas y esperanzas de mayor libertad: ¿No es éste un riesgo, nuevo y grave, de pecado que todos, poniendo el máximo empeño, debemos tratar de vencer, si queremos que pueblos en búsqueda puedan encontrar con más facilidad al Dios del amor, en vez de quedar de nuevo escandalizados por nuestras divisiones y contrastes? Cuando, con ocasión del Viernes Santo de 1994, Su Santidad el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I regaló a la Iglesia de Roma su meditación sobre el «Vía Crucis», quise recordar esta comunión en la reciente experiencia del martirio: «Nos encontramos unidos en estos mártires entre Roma, la "Colina de las cruces" y las islas Solovki y tantos otros campos de exterminio. Estamos unidos por el telón de fondo de los mártires. No podemos menos de estar unidos»(45).
Así pues, es urgente que se tome conciencia de esta gravísima responsabilidad: hoy podemos cooperar para el anuncio del Reino o convertirnos en causantes de nuevas divisiones. Que el Señor abra nuestros corazones, convierta nuestras mentes y nos inspire acciones concretas, valientes, capaces, si es necesario, de superar los lugares comunes, las fáciles resignaciones o las actitudes de inercia. Si el que quiera ser el primero está llamado a hacerse el servidor de todos, entonces la valentía de esta caridad hará crecer el primado del amor. Pido al Señor que inspire, ante todo a mí mismo y a los Obispos de la Iglesia católica, gestos concretos que sean testimonio de esta certeza interior. Lo exige la naturaleza más profunda de la Iglesia. Cada vez que celebramos la Eucaristía, sacramento de la comunión, encontramos en el Cuerpo y en la Sangre, que compartimos, el sacramento y la llamada a nuestra unidad(46). ¿Cómo podremos ser plenamente creíbles si nos presentamos divididos ante la Eucaristía, si no somos capaces de vivir la participación en el mismo Señor que debemos anunciar al mundo? Frente a la recíproca exclusión de la Eucaristía sentimos nuestra pobreza y la exigencia de realizar todos los esfuerzos posibles para que llegue el día en que compartamos el mismo pan y el mismo cáliz(47). Entonces, la Eucaristía volverá a ser plenamente percibida como profecía del Reino y resonarán de nuevo con plena verdad estas palabras tomadas de una antiquísima plegaria eucarística: «Como este pan partido estaba esparcido por las colinas y, reunido, llegó a ser una sola cosa, así tu Iglesia se congregue desde los confines de la tierra en tu reino»(48).