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Ioannes Paulus PP. II
Orientale lumen

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Caminar juntos hacia el «Orientale Lumen»

28. Al concluir esta Carta, mi pensamiento va a nuestros amados hermanos los Patriarcas, los Obispos, los Sacerdotes y los Diáconos, los Monjes y las Monjas, los hombres y las mujeres de las Iglesias de Oriente.

En el umbral del tercer milenio todos sentimos que llega a nuestras Sedes el grito de los hombres, oprimidos por el peso de amenazas graves y, sin embargo, tal vez incluso sin darse cuenta, deseosos de conocer la historia de amor querida por Dios. Esos hombres sientes que un rayo de luz, si es acogido, puede aún disipar las tinieblas del horizonte de la ternura del Padre.

María, «Madre del astro que nunca se pone»(67), «aurora del místico día»(68), «oriente del Sol de gloria»(69), nos señala el Orientale Lumen.

De Oriente surge nuevamente cada día el sol de la esperanza, la luz que devuelve al género humano su existencia. De Oriente, según una hermosa imagen, regresará nuestro Salvador (cfr. Mt 24, 27).

Los hombres y las mujeres de Oriente son para nosotros signo del Señor que vuelve. No podemos olvidarlos, no sólo porque los amamos como hermanos y hermanas, redimidos por el mismo Señor, sino también porque la nostalgia santa de los siglos vividos en la plena comunión de la fe y de la caridad nos apremia, nos grita nuestros pecados, nuestras incomprensiones recíprocas: hemos privado al mundo de un testimonio común que, tal vez, hubiera podido evitar tantos dramas e, incluso, cambiar el sentido de la historia.

Sentimos con dolor el hecho de no poder aún participar en la misma Eucaristía. Ahora que el milenio está a punto de concluirse y nuestra mirada se dirige totalmente al Sol que surge, los encontramos con gratitud en el recorrido de nuestra mirada y de nuestro corazón.

El eco del Evangelio, palabra que no defrauda, sigue resonando con fuerza, solamente debilitada por nuestra separación: Cristo grita, pero el hombre no logra oír bien su voz porque nosotros no logramos transmitir palabras unánimes. Escuchemos juntos la invocación de los hombres que quieren oír entera la Palabra de Dios. Las palabras de Occidente necesitan las palabras de Oriente para que la Palabra de Dios manifieste cada vez mejor sus insondables riquezas. Nuestras palabras se unirán para siempre en la Jerusalén del cielo, pero invocamos y queremos que ese encuentro se anticipe en la santa Iglesia que aún camina hacia la plenitud del Reino.

Quiera Dios acortar el tiempo y el espacio. Que pronto, muy pronto, Cristo, el Orientale Lumen, nos conceda descubrir que en realidad, a pesar de tantos siglos de lejanía, nos encontrábamos muy cerca, porque, tal vez sin saberlo, caminábamos juntos hacia el único Señor y, por tanto, los unos hacia los otros.

Que el hombre del tercer milenio pueda gozar de este descubrimiento, logrado finalmente por una palabra concorde y, en consecuencia, plenamente creíble, proclamada por hermanos que se aman y se agradecen las riquezas que recíprocamente se donan. Y así nos presentaremos ante Dios con las manos puras de la reconciliación y los hombres del mundo tendrán otra sólida razón para creer y para esperar.

Con estos deseos, imparto a todos mi Bendición.

Vaticano, 2 de mayo, memoria de San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia, del año 1995, decimoséptimo de mi Pontificado.

 

 

 




67) Horologion, Himno Akáthistos a la Santísima Madre de Dios, Ikos 5.



68) Ibíd.



69) Horologion, Completas del domingo (Primer tono) en la liturgia bizantina.




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