3. A la luz de estos principios se comprende cómo la
diaconía propia de Pedro y de sus sucesores hace necesariamente
referencia a la diaconía de los Apóstoles y de sus sucesores,
cuya única finalidad es la de edificar la Iglesia en este mundo.
Esta necesaria forma y relación del ministerio petrino con la
misión y el ministerio de los otros Apóstoles, requirió ya
desde la antigüedad, y sigue requiriendo, un signo que sea no sólo
simbólico, sino real. Mis predecesores, abrumados por la gravedad de su
tarea apostólica, tuvieron una clara y viva percepción de esa
necesidad; así dan testimonio de ello, por ejemplo, las palabras que
Inocencio III escribió el año 1198 a los obispos y prelados de
las Galias al enviarles un legado suyo: " Si bien la plenitud de la
potestad eclesial, que el Señor Nos confirió, nos ha hecho
deudores de todos los fieles de Cristo, sin embargo no podemos agravar
más de lo debido el estado y el orden de la condición humana.. Y
ya que la ley de la condición humana no lo permite, ni podemos llevar en
nuestra propia persona el peso de todas las preocupaciones, a veces nos vemos
obligados a realizar por medio de hermanos nuestros, miembros de nuestro
cuerpo, ciertas cosas que haríamos de buen grado personalmente si lo
permitiera el engranaje de la Iglesia".
Así se ven y se comprenden, tanto la naturaleza de esa
institución, de la que se ha servido el Sucesor de Pedro en el ejercicio
de su misión para el bien de la Iglesia universal, como la actividad con
que ha tenido que llevar a cabo las tareas a ella encomendadas: Me refiero a la
Curia Romana, la cual desde tiempos lejanos actúa ayudando al ministerio
petrino.
Por lo tanto, para hacer que esa fructuosa comunión de que hemos
hablado, sea más firme y progrese más abundantemente, la Curia
Romana surgió con este fin: hacer cada vez más eficaz el
ejercicio de la misión universal del Pastor de la Iglesia, que el mismo
Cristo confió a Pedro y a sus Sucesores, y que ha ido creciendo y
dilatándose cada día más.
En efecto, mi predecesor Sixto V así lo reconocía en la
Constitución Apostólica Immensa aeterni Dei: "El Romano
Pontífice, a quien Cristo el Señor constituyó como Cabeza
visible de su Cuerpo, que es la Iglesia, y quiso que llevara el peso de la
solicitud de todas las Iglesias, llama y asume a muchos colaboradores para una
responsabilidad inmensa.. para que, compartiendo con ellos (a saber, los
cardenales) y con los de más dirigentes de la Curia Romana la mole
ingente de los afanes
y asuntos, él, detentar de la gran potestad de las llaves, con la ayuda
de la gracia divina, no desfallezca.
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