12. Por lo tanto, ya que la función de la Curia Romana
es eclesial, exige la cooperación de toda la Iglesia, hacia la que se
proyecta. Efectivamente, en la Iglesia nadie está separado de los
demás, sino que cada uno forma con todos los otros un único y
mismo Cuerpo.
Esta cooperación se efectúa por medio de esa comunión, de
que he hablado desde el principio: Comunión de vida, de caridad y de
verdad, para la cual Cristo el Señor ha constituido el Pueblo
mesiánico, y lo ha asumido como instrumento de redención y lo ha
enviado al universo entero como luz del mundo y sal de la tierra. Por lo tanto,
como la Curia Romana ha de estar en comunicación con todas las Iglesias,
así también es necesario que los Pastores que rigen las Iglesias
particulares "como vicarios y legados de Cristo", se esfuercen por
estar en comunicación con la Curia Romana, para sentirse cada vez más
estrechamente unidos al Sucesor de Pedro, mediante estas relaciones de
confianza.
Esta comunicación recíproca entre el centro de la Iglesia y, por
decirlo así, la periferia, no exalta la autoridad de nadie, sino que
promueve al máximo la comunión entre todos, como si se tratara de
un cuerpo vivo, que está articulado por muchos miembros y actúa
con todos ellos. Esto lo expresó muy bien Pablo VI con estas palabras:
"Es claro que, al movimiento centrípeto hacia el corazón de
la Iglesia, tiene que responder otro movimiento centrifugo, que desde el centro
llegue a los extremos y toque de alguna manera a todas y cada una de las
Iglesias, a todos y cada uno de los Pastores y fieles, de modo que se exprese y
manifieste ese tesoro de verdad, de gracia y de unidad, del que Cristo
Señor y Redentor nos ha hecho participes, guardianes y
dispensadores".
Todo esto tiene la finalidad de ofrecer de modo más eficaz al
único y mismo Pueblo de Dios el ministerio de la salvación: ese
ministerio que antes que nada requiere la ayuda mutua entre los Pastores de las
Iglesias particulares y el Pastor de la Iglesia universal, de forma que uniendo
todas sus energías, se esfuercen por cumplir la ley suprema, que es la
salvación de las almas.
Los Sumos Pontífices, al crear la Curia Romana, así como al
adaptan la a las nuevas condiciones de la Iglesia y del mundo, no han hecho
otra cosa que proveer de modo cada vez más provechoso a la
salvación de las almas, como demuestra la historia. Con razón,
pues, Pablo VI concebía la Curia como "otro Cenáculo de
Jerusalén", totalmente dedicado al servicio de la Santa Iglesia. Yo
mismo he puesto de relieve que la única actitud y norma de todos los que
trabajan en ella es la de un diligente servicio de y a la Iglesia. Más
aún, en esta nueva ley sobre la Curia Romana he querido establecer que
todas las cuestiones sean tratadas por los dicasterios siempre "de forma y
con criterios pastorales, poniendo la atención tanto en la justicia como
en el bien de la Iglesia, pero sobre todo en la salvación de las
almas".
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