13. Así, pues, en el momento de promulgar esta
Constitución Apostólico con la cual se delinea la nueva
fisonomía de la Curia Romana, quiero resumir los criterios e intenciones
que he seguido.
He intentado, ante todo, que la imagen y realidad de la Curia corresponda a las
nuevas exigencias de nuestro tiempo, teniendo en cuenta los cambios habidos
después de la publicación de la Constitución
Apostólica Regimini Ecclesiae universae, tanto por parte de mi
predecesor Pablo VI como por mi parte.
Luego, me ha correspondido hacer que de alguna manera se completara y se
realizara la renovación de las leyes, que ha introducido el nuevo
Código de Derecho Canónico ya publicado, o que está a
punto de efectuarse con la revisión del Código de Derecho
Canónico Oriental.
Además, ha sido mi intención que los antiguos dicasterios y
organismos de la Curia Romana resulten más aptos para conseguir las
finalidades que se les dieron, a saber, participar en las funciones de
gobierno, jurisdicción y ejecución; con ese fin, los
ámbitos operativos de los dicasterios se han determinado con mayor
lógica y se han precisado con más claridad.
También teniendo en cuenta la experiencia de estos años y las
exigencias siempre nuevas de la sociedad eclesial, he reconsiderado la figura
jurídica y la estructura de los organismos que justamente se llaman
"post-conciliares", cambiando eventualmente su conformación y
ordenamiento. Mi intención ha sido hacer cada vez más útil
y fructífera su función de promover en la Iglesia particulares
actividades pastorales así como el estudio de las cuestiones que, con
ritmo creciente, interpelan la solicitud de los Pastores y exigen respuestas
oportunas y seguras.
Finalmente, se han ideado nuevas y permanentes iniciativas, para coordinar el
trabajo de los dicasterios, de forma que su manera de proceder comporte un
carácter intrínseco de unidad.
En una palabra, mi preocupación ha sido la de ir decididamente adelante,
para que la conformación y la actividad de la Curia Romana respondan cada
vez más a la eclesiología expuesta por el Concilio Vaticano II,
resulten siempre más claramente idóneas para conseguir sus fines
pastorales, y satisfagan cada día mejor las necesidades de la sociedad
eclesial y civil.
Pues estoy convencido de que la actividad de la Curia Romana puede contribuir
mucho a que la Iglesia, al acercarse el tercer milenio del nacimiento de
Cristo, se mantenga fiel al misterio de su origen, ya que el Espíritu
Santo la hace rejuvenecer con la fuerza del Evangelio.
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