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Plinio Corrêa de Oliveira Comunismo y anticomunismo… IntraText CT - Texto |
* La era de la Ostpolitik vaticana
A través de toda la inmensa máquina de propaganda del comunismo internacional, desde el Kremlin hasta la más apagada célula comunista de aldea, comenzaron a registrarse, en el mundo entero, una serie de actitudes un tanto distensivas, ya en relación al conjunto de las naciones libres de Occidente, ya en relación a las diversas iglesias, y especialmente en relación a la Santa Iglesia Católica.
De ahí una nueva actitud de aquéllas y de ésta con relación al mundo de más allá de la cortina de hierro. Tal cambio ya se había vuelto visible en el pontificado del sucesor inmediato de Pío XII, el Papa Juan XXIII (1958-1963), y esa tendencia a la distensión se fue prolongado hasta nuestros días, para culminar con la reciente visita de Gorbachov a Juan Pablo II.
En 1969, con la inauguración de la Ostpolitik del Canciller teutónico Willy Brandt, ese vocablo alemán entró en boga en los medios de comunicación social. Y, así, acabó aplicándose también a la política distensionista del Vaticano. Sin embargo, en realidad, esta última precedió cronológicamente al distensionismo de Bonn.
Evidentemente, de Pío XII a Juan Pablo II, hubo una inmensa modificación en la línea diplomática del Vaticano en relación al mundo comunista. Esta materia envuelve, sin duda, aspectos doctrinales que dependen del Magisterio Supremo del Romano Pontífice. Pero, esencialmente, la materia es diplomática y, en sus aspectos estrictamente tales, puede ser objeto de apreciaciones diversas por parte de los fieles.
Así, no tenemos duda en afirmar que las ventajas obtenidas por la causa comunista con la Ostpolitik vaticana no sólo fueron grandes, sino literalmente incalculables. Ejemplo de ello es lo ocurrido en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
De hecho, fue en la atmósfera de la incipiente Ostpolitik vaticana que fueron invitados representantes de la Iglesia greco-cismática (“Ortodoxa”) rusa para acompañar, en calidad de observadores oficiales, las sesiones de aquel Concilio. ¿Ventajas de la Santa Iglesia en esto? – Según lo que hasta el momento se sabe, ínfimas, esqueléticas. ¿Desventajas? Mencionemos sólo una.
Bajo la presidencia de Juan XXIII, y después de Pablo VI, se reunió el Concilio Ecuménico más numeroso de la Historia de la Iglesia. Estaba resuelto que en él irían a ser tratados todos los más importantes asuntos de actualidad, referentes a la causa católica. Entre ellos no podría dejar de figurar – ¡absolutamente no podría! – la actitud de la Iglesia frente a su mayor adversario en aquellos días. Adversario tan completamente opuesto a su doctrina, tan poderoso, tan brutal, tan astuto como otro igual la Iglesia no había encontrado en su Historia ya entonces casi bimilenaria. Tratar de los problemas contemporáneos de la religión sin tratar del comunismo, sería algo tan fallo como reunir hoy en día un congreso mundial de médicos para estudiar las principales enfermedades de la época y omitir del programa toda referencia al SIDA...
Esto fue, pues, lo que la Ostpolitik vaticana aceptó a pedido del Kremlin. Este declaró que si en las sesiones del Concilio se debatiese el problema comunista, los observadores eclesiásticos de la iglesia greco-cismática rusa se retirarían definitivamente de la magna asamblea. Estrepitosa ruptura de relaciones que hacía estremecer de compasión a muchas almas sensibles, pues todo lleva a temer, a partir de ahí, un recrudecimiento de las bárbaras persecuciones religiosas del otro lado de la cortina de hierro. ¡Y, para evitar esta posible ruptura, el Concilio no trató del SIDA comunista!
La mano tendida era cubierta por un guante: el guante aterciopelado de la cordialidad. Pero, por dentro del guante, la mano era de hierro. Lo sentían las más altas autoridades de la Iglesia, lo que no impidió que prosiguiesen con la Ostpolitik . Esto fue llevando a creciente número de católicos a tomar en relación al comunismo una actitud interior equivalente a una verdadera “caída de barreras ideológicas”. Y en el terreno de la acción concreta, a colaborar cada vez más con las izquierdas en la ofensiva contra el capitalismo privado y en favor del capitalismo de Estado, con la ilusión de que el primero era opuesto a la “opción preferencial por los pobres”, mientras que el segundo tenía varias afinidades (o incluso más que esto) con la opción tan preconizada por el actual Pontífice. ¡Oh, qué cruel desmentido les infligió el capitalismo de Estado!