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LA LIBERTAD HUMANA Y CRISTIANA
61. La vocación divina del hombre pide de él una respuesta libre en Jesucristo.
El hombre no puede menos de ser libre. Es propio de su dignidad y responsabilidad que, siendo dueño de sus acciones, guarde la ley. natural y la ley de la gracia y adherirse a Dios que se reveló en Cristo. La libertad del hombre caído quedó de tal manera herida, que no puede cumplir las obligaciones de la ley natural por mucho tiempo, sin el auxilio de la gracia divina; pero la gracia eleva y fortalece de tal manera su libertad que viviendo en la carne, está en capacidad de vivir santamente en la fe de Jesucristo (Cfr. Gal. 2,20).
Misión de la Iglesia es promover y defender el verdadero sentido de la libertad y su recto uso contra cualquier coacción injusta. Ella, además, la defiende de sus negadores que sostienen que la actividad del hombre depende totalmente de determinismos psicológicos y de acondicionamientos económicos, sociales, culturales y otros por el estilo.
No niega, sin embargo, la Iglesia que la libertad aún ayudada por la divina gracia, está expuesta a graves dificultades psicológicas y al influjo de las condiciones externas en que cada uno vive; de manera que la responsabilidad humana no pocas veces se disminuye y, aún más, casos hay en que casi desaparece, o desaparece totalmente.
También tiene en cuenta la Iglesia las investigaciones y el progreso moderno de las ciencias antropológicas acerca del uso y de los límites de la libertad humana. Por todo esto, se preocupa en educar y cultivar la genuina libertad, 1-o mismo que procurar en el campo psicológico, social, económico, político y religioso las condiciones convenientes para el verdadero y justo ušo de la libertad.
Los cristianos, por tanto, deben trabajar con dedicación y sinceridad en el orden temporal de las cosas para que en lo posible se den las mejores condiciones para el ejercicio de la libertad. -
Es este un compromiso que ellos comparten con todos los hombres de buena voluntad, aunque deben también saber que esta obligación les urge a ellos por razones más válidas y apremiantes; pues no se trata de promover solo un bien terrenal, sino el bien inestimable de la gracia y la salvación eterna.