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Congregación para el Clero
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LA IGLESIA COMO COMUNION

 

66. La Iglesia es una comunión; de esta verdad ha adquirido ella una renovada conciencia en el Concilio Vat. II. -

 

La Iglesia es un pueblo congregado por Dios y estrechamente unido por vínculos espirituales. Su estructura pide diversidad de dones y de funciones, pero esta diversidad, aunque no sea simplemente de grado sino de esencia —como en el caso del sacerdote ministerial y el sacerdocio común de los fieles— no quita la radical y constitutiva igualdad de las personas. "Uno es pues el Pueblo de Dios escogido: ‘un Señor, una sola fe un solo bautismo’, (Ef. 4,5); común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de los hijos, común la vocación a la perfección, una sola salvación, una sola esperanza e indivisible caridad... Aún cuando algunos por voluntad de Cristo han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo" (LG. 32).

 

En la Iglesia por tanto toda vocación es digna de honor y un llamado a la plenitud del amor; toda persona tiene una consistencia sobrenatural que merece respeto; toda función y todo carisma, aún, cuando algunos son objetivamente más excelentes que otros (Cfr. 1 Cor. 12, 31; 7,38), cooperan al bien de todos con una favorable multiformidad de expresiones que el ministerio apostólico debe coordinar y discernir (CIr. LG. 12).

 

Esto vale también para toda la Iglesia particular, en cada una de ellas, por pequeña, pobre y, dispersa que sea, "está presente Cristo, en virtud del cual se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (LG. 26). -

 

Los fieles católicos deben ser solícitos por los cristianos separados, que no viven en comunión plena con la Iglesia católica, orando por ellos, hablándoles de las cosas de la Iglesia, pro moviendo con ellos los primeros contactos. Pero, ante todo, cada uno según su propia condición, deben los católicos considerar con sinceridad y diligencia lo que hay que renovar y hacer en la familia católica a fin de que su vida un testimonio más fiel y más claro de la doctrina y de las instituciones trasmitidas por Cristo a través de los apóstoles (Cfr. UR. 4,5).

 




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