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LA RENOVACION
9. En esta situación de tan profundos cambios cualquiera podría pensar que es inútil el esfuerzo apostólico que la Iglesia pretende desplegar. En realidad no se puede acusar al celo de los pastores ni el de los fieles, que en verdad es grande. Los impedimentos para una acción más eficaz parecen provenir o de la falta de una preparación adecuada a los nuevos y difíciles compromisos que se ofrecen al ministerio de la palabra o de una reflexión todavía imperfecta que se expresa en teorías que lejos de favorecer obstaculizan la iniciativa evangélica.
Es por esto por lo que el Concilio Vaticano II ha multiplicado sus llamadas a una profunda renovación del ministerio de la palabra. Pero esta renovación parece correr peligro principalmente:
—Por parte de aquellos que no logran ver la profundidad de la renovación propuesta, como si sólo se tratara de poner un remedio a la ignorancia religiosa. Según éstos, bastaría incrementar la instrucción catequística. Es evidente que este remedio no responde a la verdadera realidad. Lo que hay que renovar es el mismo lenguaje catequístico, pues se trata de una renovación no sólo en lo que respecta a la catequesis de los niños sino a la educación permanente de los adultos en la fe.
—Por parte de aquellos que quieren reducir El mensaje evangélico a sus consecuencias temporales en la vida de los hombres.
El Evangelio y su. ley de amor requieren, sin duda, que los cristianos colaboren con ‘todas sus fuerzas —comprometiéndose en actividades de orden temporal— a fin de promover cada día más la justicia y la fraternidad entre los hombres. Esto sin embargo no es suficiente para dar testimonio de Jesucristo, hijo de Dios y Salvador nuestro cuyo misterio, muestra inefable del amor de Dios (1 Jn 4,9) debe ser explícita e integralmente anunciado a los evangelizados y aceptado por ellos.
Las enseñanzas de la Constitución GS y de la Declaración DH no están por el "minimismo" en cuanto al servicio directo de la fe por el ministerio de la Palabra. Ambos documentos muestran su inquietud porque se ponga remedio a las situaciones de estos tiempos. En todo caso la renovación del ministerio de la Palabra no puede ir separada de la renovación general de la Pastoral.
Habrá que realizar tareas graves y decisivas: habrá que promover la evolución de las formas tradicionales del ministerio de la palabra, y suscitar nuevas; evangelizar y catequizar a aquellos que solo han alcanzado niveles culturales bajos; responder a las instancias de la "inteligencia" y salir al encuentro de sus exigencias; mejorar las formas tradicionales de presencia cristiana y encontrar otras más válidas; utilizar todos los recursos actuales de la Iglesia y al mismo tiempo renunciar a aquellas formas que aparezcan menos conformes al Evangelio.
Para lograr estos propósitos, la Iglesia confía en todos los miembros del pueblo de Dios Cada uno —obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos— según la propia responsabilidad, tiene
el deber de desempeñar su misión teniendo presente la situación del mundo que influye tan profundamente en la vida de fe.
La renovación catequística, para que pueda dar una ayuda eficaz a estos obreros del Evangelio, deberá valerse del. apoyo de las ciencias sagradas, de la teología, de los estudios bíblicos, de la reflexión pastoral y de las ciencias humanas y de otros medios —sobre todo de los medios de comunicación social— a través de los cuales se difunden hoy las opiniones y las ideas.