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P. Fabio Ciardi, OMI El carisma de los Fundadores y Fundadoras… IntraText CT - Texto |
Roma, AMCG, 16 de noviembre de 2002
“El carisma de los Fundadores y Fundadoras, como ‘Palabra de vida’, se conserva siempre incontaminado, profético y actual”. ¿De dónde proviene la pretensión de semejante título? Probablemente, de una profunda visión de fe, que sabe captar el carisma en su esencia: don de lo Alto, comunicación que Dios hace de sí mismo y de su dynamis, Evangelio del Verbo que se hace historia y hace la historia, Palabra de Dios pronunciada nuevamente en la fuerza del Espíritu. Al ser “Palabra de vida”, el carisma comparte sus características: es acción, creación, realidad viva y eficaz. Al ser, y en cuanto que es, “Palabra de vida”, podría gozar también de la perennidad de la Palabra: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).
Lo cual no quita el atrevimiento de una afirmación tan incondicional: “El carisma permanece siempre”. ¿No nos dice la historia que a cientos han desaparecido los Institutos? Los tres adjetivos – incontaminado, profético y actual – son, además, afirmaciones estremecedoras. Precisamente la historicidad del carisma, ese entrar en la cotidianidad de la vida de la Iglesia y de la gente lo lleva al desgaste, a la consumición, con el riesgo de la contaminación, de la merma de tensión proposicional, de la pérdida de adherencia a la cultura, a las expectativas, a las problemáticas siempre nuevas de la humanidad. ¿Habría sido necesario el empujón del Concilio Vaticano II si la vida consagrada hubiera permanecido siempre incontaminada, profética y actual?
Evidentemente, una cosa es el carisma y otra cosa es el Instituto que lo expresa. Pero de hecho no puede haber esquizofrenia entre las dos realidades. El carisma se manifiesta siempre en la concreción de las personas que están investidas de él y que son llamadas a vivirlo. ¿Puede existir un carisma sin la estructura humana que le da cuerpo? Y si un Instituto decae, ¿cómo podrá subsistir el carisma que lo ha animado?
Antes de responder a estos interrogantes, desearía detenerme con vosotros en la primera parte del título: “El carisma de los Fundadores y Fundadoras, como ‘Palabra de vida’”; y, antes aún, desearía volver a ir a las raíces profundas de toda forma de vida consagrada, al humus de donde ha nacido y del que está llamada constantemente a alimentarse: el Evangelio.