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P. Fabio Ciardi, OMI El carisma de los Fundadores y Fundadoras… IntraText CT - Texto |
2. El carisma de los Fundadores y Fundadoras, como “Palabra de vida”
Los fundadores y fundadoras, aun en el deseo de vivir todo el Evangelio, generalmente quedan impactados por especiales pasajes evangélicos, y sobre ellos han echado las bases para sus obras y con ellos las han animado. Éste es el componente fundamental de su carisma.
Francisco encarna la pobreza que nace del amor; Domingo, la sabiduría que es iluminada por la caridad; Ignacio, la obediencia que por el amor se identifica con las necesidades de la Iglesia; Teresa de Jesús, la oración que es amistad, se transforma en servicio y forma a los siervos del amor; Juan de Dios y Camilo de Lellis, la caridad hecha obra de misericordia; Eugenio de Mazenod, la evangelización para los pobres con el amor de Cristo; Juan Bosco, la pedagogía para con los jóvenes, nutrida por entero de un amor que previene y atrae.
La sucesión de los carismas de la vida consagrada se puede leer como el despliegue de Cristo en los siglos, como un Evangelio vivo que se actualiza en formas siempre nuevas10. Lo había indicado intuitivamente Pío XII en la Mystici Corporis: “La Iglesia, cuando abraza los consejos evangélicos, reproduce en sí misma la pobreza, la obediencia, la virginidad del Redentor. A través de múltiples y variadas instituciones con que se adorna como con joyas, hace ver en cierto modo a Cristo contemplando en el monte, predicando a las multitudes, curando a los enfermos y heridos, llamando al buen camino a los pecadores, haciendo el bien a todos ...”. Es el texto recuperado por el Concilio Vaticano II: la Iglesia, mediante los carismas de la vida consagrada, se ocupa activamente en que Cristo sea presentado mejor a los fieles e infieles “o mientras él contempla en el monte, o anuncia el reino de Dios a las turbas, o cura a los enfermos y heridos y convierte a vida mejor a los pecadores, o bendice a los niños y hace el bien a todos, obediente siempre a la voluntad del Padre que lo ha enviado” (Lumen gentium, 46). De forma más sobria, pero igualmente eficaz, Juan Pablo II escribe que el Espíritu Santo “a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo” (Vita consecrata 5, cf. 32).
Todo carisma nace en un determinado período histórico y en su contexto cultural; es deudor a su época y refleja los rasgos humanos de las personalidades que lo han manifestado. Sin embargo, en una profunda lectura teológica, todos los que han recibido el carisma para dar a luz a una familia religiosa – más allá de las contingencias históricas – han encarnado de forma totalmente especial determinadas “Palabras de vida”. El carisma aparece en su origen más alto: el Verbo encarnado que se manifiesta y se dice a través de esas personas que son como palabras de la única Palabra, aspectos particulares de la totalidad del Evangelio. En sus obras se refleja un misterio de Cristo, una palabra suya, se refracta la luz que emana del rostro de Cristo, esplendor del Padre. “En la unidad de la vida cristiana – escribe Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Vita consecrata - las distintas vocaciones son como rayos de la única luz de Cristo, ‘que resplandece sobre el rostro de la Iglesia’” (n. 16). Todo carisma se nutre del Verbo, es expresión del Verbo: lo contiene y lo manifiesta.
Todos los que, bajo la acción del Espíritu Santo, están en el origen de un nuevo tipo de “lectura” evangélica, consideran los especiales rasgos evangélicos hacia los que el Espíritu los atrae, como la “perla preciosa”, el “tesoro” que les ha sido desvelado de forma privilegiada. Tienen conciencia de comprenderlo y de poderlo desentrañar en profundidad y con una modalidad nueva, quizás jamás alcanzada anteriormente en la Iglesia11.
Ésta es la razón por la que cada fundador y fundadora, al mirar su propia obra, la ve siempre como la más hermosa. Aprecia las otras y quizá las valora como mejores bajo múltiples aspectos, pero en la suya encuentra siempre algo original que, a sus ojos, se la hace ver precisamente como la mejor. San Camilo de Lellis, por ejemplo, acostumbraba a decir a sus compañeros: “Hermanos, dad gracias a Dios de que os ha tocado el plato fuerte de la caridad de los enfermos”, por lo que “nuestra Religión no tiene por qué envidiar a ninguna otra Religión del mundo”. En efecto, “esta Religión precede a las demás, en cuanto que consiste en las obras de caridad ministrando y sirviendo a los pobres y enfermos que son hijos de Cristo” (Testimonios dados en el proceso de Nápoles y en el de Roma, reproducidos por Vanti, S. Camillo de Lellis, Torino 1929, p. 380). “Preferid las otras Órdenes a la vuestra en lo tocante al honor y la estimación – decía S. Francisco de Sales a las Visitandinas -, pero preferid la vuestra a todas las demás en lo referente al amor (...)”12. También S. Vicente de Paúl afirma: “No conozco Compañía religiosa más útil a la Iglesia que las Hijas de la Caridad”13. Es tal “que no conozco más grandes en la Iglesia”. Mi fundador, San Eugenio de Mazenod no tenía empacho en afirmar: “En la tierra no hay nada por encima de nuestra vocación”14. “Puede haber Órdenes más severas, pero no las hay más perfectas”15.
Para los fundadores y fundadoras vale de forma eminente lo que von Balthasar escribe de los santos en general: son “una nueva interpretación del realce, un enriquecimiento de la doctrina respecto a nuevos rasgos hasta este momento poco valorados. Aunque ellos mismos no han sido teólogos o doctos, su existencia, en su conjunto, es un fenómeno teológico que contiene una doctrina verdadera, regalada por el Espíritu Santo”. Representan “la parte viva y esencial de la tradición que, en todas las épocas, muestra al Espíritu Santo en trance de interpretar de forma viva la revelación de Cristo fijada en la Escritura. (...) Son ‘el evangelio viviente’. (...) Solamente quien habita, él mismo, en el espacio de la santidad puede comprender e interpretar la palabra de Dios”16.
Sí, verdaderamente “el Espíritu Santo ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada Regla” (Caminar desde Cristo, 24).
Podríamos decir que los fundadores y fundadoras no practican la lectio divina: son una lectio divina. No escuchan, no meditan, no oran la Palabra de Dios: la reviven en sí mismos y la proponen viva y actualizada a la Iglesia y al mundo. El pasaje de la Lumen gentium, citado anteriormente, que describe la multiplicidad de los carismas es muy explícito al respecto: los carismas presentan “a los fieles e infieles” no una acción, sino una persona, Cristo: Cristo que contempla y no tanto la contemplación; Cristo que anuncia el Reino, y no tanto una acción misionera; Cristo que cura a los enfermos, y no tanto un ministerio caritativo. Necesariamente Cristo se muestra a través de una acción y una obra concreta. Y éste es un componente fundamental del carisma. Pero el sujeto es Cristo, el Verbo que se expresa en esa palabra suya.
En definitiva, la vida de la Iglesia se nos presenta como la progresiva experiencia del misterio cristiano, la participación cada vez más plena, libre y consciente en la vida de Cristo en la Iglesia, la gradual asimilación de los valores evangélicos y la consiguiente integral transformación del propio ser en el de Cristo.