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Leo PP. XIII Rerum novarum IntraText CT - Texto |
1. Despertado
el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de
esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el
campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía. En efecto,
los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por nuevos
derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y
obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de
la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más
estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han
determinado el planteamíento de la contienda. Cuál y cuán grande sea la
importancia de las cosas que van en ello, se ve por la punzante ansiedad en que
viven todos los espíritus; esto mismo pone en actividad los ingenios de los
doctos, informa las reuniones de los sabios, las asambleas del pueblo, el
juicio de los legisladores, las decisiones de los gobernantes, hasta el punto
que parece no haber otro tema que pueda ocupar más hondamente los anhelos de
los hombres.
Así, pues, debiendo Nos velar por la causa de la Iglesia y por la salvación
común, creemos oportuno, venerables hermanos, y por las mismas razones, hacer,
respecto de la situación de los obreros, lo que hemos acostumbrado,
dirigiéndoos cartas sobre el poder político, sobre la libertad humana, sobre la
cristiana constitución de los Estados y otras parecidas, que estimamos
oportunas para refutar los sofismas de algunas opiniones. Este tema ha sido
tratado por Nos incidentalmente ya más de una vez; mas la conciencia de nuestro
oficio apostólico nos incita a tratar de intento en esta encíclica la cuestión
por entero, a fin de que resplandezcan los principios con que poder dirimir la
contienda conforme lo piden la verdad y la justicia. El asunto es dificil de
tratar y no exento de peligros. Es dificil realmente determinar los derechos y
deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios,
los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa,
porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para
torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas. Sea
de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en que todos
convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes
de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una
situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los
antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío,
desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de
nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros,
aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada
codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que,
reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no
obstante, por hombres condiciosos y avaros bajo una apariencia distinta.
Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las
relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos
pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y
adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una
muchedumbre infinita de proletarios.