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Ángel Pardilla, CMF "Caminar desde Cristo con María"… IntraText CT - Texto |
2. Los contenidos de la primera parte
La figura de María queda profundamente caracterizada por las primeras palabras del ángel que, en el griego de Lucas, tiene una cierta cadencia y asonancia (Lc 1, 28). La primera palabra, “chaire” (Lc 1, 28), tiene el valor de un saludo, pero a este saludo hay que darle todo el peso y la seriedad que el contexto exige. Traducirlo como "¡buenos días!", etc., es situarlo a un nivel demasiado superficial. El valor de la expresión no puede tampoco reducirse al de la forma habitualmente usada en cualquier grupo de personas. Quien dirige este saludo no es un hombre cualquiera: es Dios mismo. Y ni mucho menos la destinataria es una persona cualquiera: es la criatura más cercana a Dios. El acto del saludo se hace en una atmósfera de grandísima solemnidad. Respetando la seriedad de estos elementos, la palabra puede traducirse como "ave", "salve", "Dios te saluda". De hecho, bastantes Padres latinos que han usado la palabra "ave", en la traducción, han buscado poner en evidencia la importancia espiritual de este saludo, considerando el valor de "AVE" como antítesis de "EVA": en Eva desobediente a Dios, la dignidad de la mujer se pierde; en la mujer del "Ave", sierva del Señor, la dignidad de la mujer se reconstruye y llega a su máximo esplendor. Teniendo en cuenta el uso de la palabra en el lenguaje bíblico de los Setenta, no se puede negar que se trata de un saludo alegre: "alégrate". Naturalmente, el sentido y el alcance de esta alegría dependen del contexto. No se trata de la alegría que pueden dar el mundo o una persona cualquiera; a María se la ofrece la alegría que sólo Dios puede dar. Algunos Padres griegos afirman que, con esta expresión, el Ángel ha evangelizando a María. En la Anunciación, Dios comunica a María la gloria que ÉL desea y con la intensidad que a ÉL le agrada. El contexto indica que esta alegría tiene la cualidad y la profundidad reservadas a la persona elegida por Dios entre todas las criaturas.
La secunda expresión del saludo, la palabra “kecharitoméne” (Lc 1, 28), expresa una característica importantísima de María. Esta palabra es el participio pasado pasivo del verbo ‘charitóo’; su contenido está en estrecha relación con el del sustantivo ‘charis’, que significa "gracia". La palabra puede traducirse como "graciosa", "dotada de gracia ", "destinataria de la gracia", "preferida", etc. La traducción más famosa es la de la Vulgata: "gratia plena" ("llena de gracia").
El hecho de que la palabra sea un participio pasivo denota, a la luz del contexto, que esto de lo cual María está dotada no es el fruto de una iniciativa o de un esfuerzo personal; lo que María posee es ante todo un don de Dios, y resultado de una iniciativa divina. María es el sujeto pasivo de una acción cuyo sujeto agente es Dios. La fórmula está indicando que María tiene aquella gracia porque la ha recibido de Dios. Por esto las traducciones se deben entenderse de esta forma: "llena de gracia por Dios", "llena de gracia por obra de Dios", etc.. El respeto de la prioridad del elemento divino de la fórmula no se opone al reconocimiento de las características del sujeto humano. Como persona humana, María permanece realmente enriquecida y transformada respecto a las demás personas humanas, en razón del carácter particular de esta gracia.
El hecho de que la palabra sea un participio pasado denota que hay que prestar atención al doble valor temporal del verbo: al pasado y al presente. María ha estado colmada por Dios de gracia en el pasado y el efecto de esta acción perdura en el presente. María no es la simple destinataria de una mera promesa; es la destinataria de una acción divina que ha producido en Ella un efecto maravilloso.
El sentido y la importancia de ‘kecharitoméne’ dependen del sentido y el alcance de la raíz principal ‘charis’ ("gracia"). El sentido y el alcance de “gracia" dependen, a su vez, del contexto. Esto indica que necesita dar al vocablo un valor profundamente religioso y que es necesario atribuir a esta gracia la luminosidad de la luz a la hora de la aurora. El contexto indica que si la dignidad suprema de ser elegido y consagrado por Dios Padre es propia de Jesús, la dignidad suprema de ser elegida y consagrada por Dios es propia de María. La gracia de María es, pues, una gracia de vocación, de elección y de consagración eminentes. María es la persona consagrada por Dios con el más maravilloso de los carismas de la historia de la salvación. Es la persona consagrada por Dios mediante la gracia polivalente de todos los dones oportunos para concebir a Jesús, darlo a luz y ofrecerle lo necesario para prepararse a la obra de la redención. El contexto indica que, en lo que mira a la manifestación de la benevolencia divina, María era la predilecta de Dios. Por tanto, el alcance de la elección-consagración de María no ha sido inferior al de la elección-consagración de Jeremías: "Antes de haberte formato yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1, 5). El contexto indica también que la gracia singular de Dios alcanzaba en María a toda su humanidad. Nada en la persona de María quedaba sustraído al influjo del amor divino. Por esta razón, si bien el verbo, de por sí, no expresa con certeza la idea de plenitud, el contexto legitima la célebre traducción o interpretación de la Vulgata: "gratia plena" ("llena de gracia").
El saludo del Ángel contiene una tercera fórmula: "El Señor contigo" (Lc 1, 28). La fórmula no tiene un verbo explícito. Sin embargo el verbo "estar/ser" está claramente sobreentendido. podría tratarse de la expresión de una felicitación ("El Señor esté contigo"); pero el contexto está a favor de un sentido afirmativo. Dado que la fórmula precedente tiene el valor de un pasado-presente, la traducción ordinaria "El Señor está contigo", es legítima. Él le comunica que goza del pleno apoyo del Señor para poder realizar la gran obra para la que ha sido elegida.
La segunda parte de la primera unidad describe la reacción de María frente al triple contenido del saludo del Ángel: "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1, 29). En la segunda y tercera unidad María reaccionará hablando. Aquí ella reacciona turbándose y meditando en silencio. El estupor de María surge de la cualidad del saludo; ella se maravilla frente a la majestad del saludo, que es grandioso por su origen (viene de Dios) y por su contenido. Y puede ser destinado solamente a una persona de soberana dignidad ante los ojos de Dios.