CONCLUSIÓN

El cristiano que lee con esmero la Carta Novo Millennio Ineunte y la Carta Rosarium Virginis Mariae, ambas Cartas Apostólicas y también ambas publicadas al comienzo de nuevo Milenio, se convence que debe "caminar desde Cristo con María".

Iluminado por la luz suprema de los Evangelios y guiados por las orientaciones doctrinales del Concilio y de la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, el miembro de un Instituto de vida consagrada se da cuenta que debe "caminar desde Cristo con María”, no sólo como cristiano si no también como persona consagrada y como miembro de un determinado Instituto con un patrimonio espiritual específico en la Iglesia.

Verdaderamente tenemos necesidad de personas consagradas que, dejándose configurar por el Padre con la fuerza del Espíritu y convirtiéndose en "personas cristiformes" (VC 19) y “mariaformes" (cfr. VC 28; 94), ofrezcan a todos en el nuevo Milenio un límpido y alegre testimonio de su "específica acogida del ministerio de Cristo" (VC 16) y de la "peculiar espiritualidad" (VC 93) cristológica y mariana del propio Instituto.

Quiero concluir esta aportación mía a la reflexión con un breve pero denso pensamiento mariano que ayuda a contemplar a la Virgen de la Anunciación como la suprema consagrada, orante y misionera del Evangelio: "La oración de la Virgen María, en su "Fiat" y en su "Magnificat", está caracterizada por la generosa oferta de todo su ser en la fe" (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2622).

Sábado, 18/1/2003 – AMCG