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P. Fabio Ciardi, OMI
La vida consagrada “escuela de comunión”…

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3. Los laicos en el ámbito de los Institutos de vida consagrada

 

            Pasemos ahora a una tercera clase de laicos, los unidos directamente a nuestros Institutos. Son todos los que piden compartir nuestra espiritualidad y misión, animados por el carisma del Fundador. Verdaderamente es un capítulo nuevo de la experiencia de la vida consagrada de estos años. Lo afirmaba, por ejemplo, el Capítulo General de los OMI de 1992, manifestando lo que está sucediendo asimismo en casi todas las demás Congregaciones: “Está naciendo una nueva realidad: familias, parejas, individuos, jóvenes desean comprometerse más estrechamente con nosotros manifestando un especial apego a nuestro carisma. Este fenómeno, relativamente nuevo, es un signo de los tiempos. Nosotros no somos propietarios de nuestro carisma: el carisma pertenece a la Iglesia. Por eso nos alegramos de que haya laicos que, llamados por Dios, deseen compartirlo4[4].

            La Exhortación apostólica Vita consecrata afirma de forma positiva que, “debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos. ... se puede decir que se ha comenzado un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las relaciones entre las personas consagradas y el laicado” (n. 54). Reconoce en este fenómenouno de los frutos de la doctrina de la Iglesia como comunión” (ibidem), volviendo a lanzar la relación de comunión y colaboración con los laicos como un tipo de respuesta eficaz a los desafíos de nuestro tiempo. “Una manifestación significativa de participación laical en la riqueza de la vida consagradaleemos en el n. 56 – es la adhesión de fieles laicos a los varios Institutos bajo la fórmula de los llamados miembros asociados o, según las exigencias de algunos ambientes culturales, de personas que comparten, durante un cierto tiempo, la vida comunitaria y la particular entrega a la contemplación o al apostolado del Instituto, siempre que, obviamente, no sufra daño alguno la identidad del Instituto en su vida interna”.

            En esta experiencia de comunión no se ve sólo la oportunidad de una mejor práctica del trabajo apostólico y pastoral, sino una auténtica y positiva fecundación recíproca. Los laicos, al compartir los valores fundamentales del carisma, “serán introducidos en la experiencia directa del espíritu de los consejos evangélicos y animados a vivir y testimoniar el espíritu de las Bienaventuranzas para transformar el mundo según el corazón de Dios” (n. 55). Los consagrados, por su parte, se sentirán impelidos a profundizar, gracias a la contribución de los laicos, en algunos aspectos de su carisma todavía no explorados o no suficientemente vividos.

            Caminar desde Cristo recuerda que “si, a veces también en el pasado reciente, la colaboración venía en términos de suplencia por la carencia de personas consagradas necesarias para el desarrollo de las actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración de vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto. (...)Si en otros tiempos han sido sobre todo los religiosos y las religiosas los que han creado, alimentado espiritualmente y dirigido uniones de laicos, hoy, gracias a una siempre mayor formación del laicado, puede ser una ayuda recíproca que favorezca la comprensión de la especificidad y de la belleza de cada uno de los estados de vida. La comunión y la reciprocidad en la Iglesia no son nunca en sentido único” (n. 31).




4 Actas capitulares OMI, Testigos en Comunidad Apostólica, 40.






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