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P. Fabio Ciardi, OMI
La vida consagrada “escuela de comunión”…

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3. La comunión con el laicado como “perspectiva”

 

            Bajo el acoso de la eclesiología de comunión y el desarrollo de la situación de hecho, los religiosos ya no se sienten miembros autónomos del pueblo de Dios, sino parte del cuerpo eclesial, y comprueban que su cometido ha de desarrollarse con la contribución de todos en el respeto de las diversidades vocacionales. Cambian las relaciones personales: nos ponemos, respecto a los laicos, no sólo en actitud de servicio, sino de grata acogida, porque estamos convencidos de no tener sólo algo que dar, sino también mucho que recibir. Nos esforzamos en excluir toda forma de superioridad en una colaboración que renuncia, cuando es necesario, al derecho de propiedad en las iniciativas y en los puestos directivos.

            El carisma mismo, espiritual y apostólico, es considerado don a la Iglesia, del que la Congregación que lo encarna es responsable, pero no propietaria; y, por tanto, se reconoce que también los laicos pueden apropiárselo en su estado de vida. De ello toma nota Caminar desde Cristo: “Hoy se descubre cada vez más el hecho de que los carismas de los fundadores y de las fundadoras, habiendo surgido para el bien de todos, deben ser de nuevo puestos en el centro de la misma Iglesia, abiertos a la comunión y a la participación de todos los miembros del Pueblo de Dios” (n. 31).

            Sólo juntos se puede dar vida a una comunidad que transmita la cultura evangélica y asuma la corresponsabilidad en la gestión de las obras. Lentamente se adquiere el concepto de “Familia”, que se fundamenta en reconocer que el carisma del fundador encuentra encarnación no solamente en la consagración religiosa, sino en otros modos de vivir la vida cristiana; y esto crea lazos profundos entre todos los que sienten animada su propia vida por el mismo carisma.

            Y hasta se repiensa el propio carisma original. Podemos leer, como ejemplo típico, lo que escribe el superior general de los Hermanos de San Juan de Dios: “Estoy convencido de que San Juan de Dios, hoy, no crearía nuevos hospitales, ni se pondría a dirigirlos; sino que dedicaría sus esfuerzos a formar hombres, a crear en el laicado mentes y corazones en grado de asegurar a nuestras obras aquel clima profesional, humano y de gestión que a menudo falta. Lo repito: nosotros no llegamos a ser hermanos, priores, provinciales, generales para ser directivos, sino para testimoniar, orientar, formar a nuestros colaboradores en la misión de asistir de forma integral al enfermo, al necesitado [...]. La gran tarea que nos espera en el futuro próximo es exactamente esta: ser, dentro de nuestras obras, guía moral, es decir, conciencia despierta y, si es necesario, crítica, para que nuestros colaboradores se alíen a nosotros en el servicio del enfermo. Es una opción decisiva, ya no aplazable, que nos costará notable esfuerzo, quizás hasta la pérdida de prestigio en algún caso, pero que permitirá a nuestras obras funcionar mejor, incluso bajo el aspecto de la gestión [...]. Los laicos poseen una única e indivisa “identidad”, en cuanto que son a la vez miembros de la Iglesia y miembros de la sociedad. De su peculiar condición hacen derivar coherentemente su participación en la misión salvífica de la Iglesia; como bautizados, pueden y deben vivir su responsabilidad apostólica no solamente en las realidades temporales y terrenas, sino en las propiamente eclesiales” 6[6].

            Estas tres etapas del camino de comunión y mutua implicación no son siempre así de lineales. Con frecuencia conviven una con otra.

 




6 Padre L. Marchesi, La Hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios en marcha hacia el 2000, PSIK, Roma 1986, pp. 50-52.






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