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Juan Pablo II Ecclesia in Asia IntraText CT - Texto |
El Espíritu Santo y el Cuerpo de Cristo
17. El Espíritu Santo conserva firme el vínculo de comunión entre Jesús y su Iglesia. Habitando en ella como en un templo (cf. 1 Co 3, 16), el Espíritu la guía, ante todo, a la plenitud de la verdad sobre Jesús. También es él quien hace posible que la Iglesia continúe la misión de Jesús, dando en primer lugar testimonio de Jesús y realizando así lo que él mismo había prometido antes de su muerte y resurrección, es decir, que enviaría al Espíritu a los discípulos para que dieran testimonio de él (cf. Jn 15, 26-27). Así pues, la obra del Espíritu en la Iglesia consiste en atestiguar que los creyentes son hijos adoptivos de Dios, destinados a heredar la salvación, la prometida plena comunión con el Padre (cf. Rm 8, 15-17). El Espíritu, adornando a la Iglesia con diferentes dones y carismas, la hace crecer en la comunión como un solo cuerpo, compuesto por muchas partes diversas (cf. 1 Co 12, 4; Ef 4, 11-16). El Espíritu congrega en la unidad a todo tipo de personas, con sus respectivas costumbres, recursos y talentos, haciendo que la Iglesia sea signo de comunión de toda la humanidad bajo una sola cabeza, Cristo63 . El Espíritu confiere a la Iglesia la forma de comunidad de testigos, que, con su fuerza, dan testimonio de Jesús Salvador (cf. Hch 1, 8) y, en este sentido, es el agente primario de la evangelización. De todo ello los padres sinodales pudieron concluir que, de la misma forma que el ministerio terreno de Jesús se desarrolló con la fuerza del Espíritu Santo, así también «este mismo Espíritu fue dado a la Iglesia en Pentecostés por el Padre y por el Hijo para cumplir la misión de amor y servicio de Jesús en Asia»64.
El plan del Padre para la salvación del hombre no termina con la muerte y la resurrección de Cristo. Con el don del Espíritu de Cristo, los frutos de la misión salvífica se ofrecen a través de la Iglesia a todos los pueblos de todos los tiempos mediante el anuncio del Evangelio y el servicio y la promoción de la familia humana. Como enseña el concilio Vaticano€II, la Iglesia «se siente impulsada (...) por el Espíritu Santo a colaborar a que se lleve a cabo el plan de Dios, que constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo»65. Habiendo recibido del Espíritu la fuerza para realizar la salvación de Cristo en la tierra, la Iglesia es el germen del reino de Dios y espera con impaciencia su venida final. Su identidad y misión son inseparables del reino de Dios que Jesús anunció e inauguró mediante todo lo que hizo y dijo, principalmente mediante su muerte y resurrección. El Espíritu recuerda a la Iglesia que no existe para sí misma, sino para servir a Cristo y a la salvación del mundo en todo lo que es y hace. En la actual economía de la salvación, la actividad del Espíritu Santo en la creación, en la historia y en la Iglesia forma parte del plan eterno de la Trinidad con respecto a todo lo que existe.