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Juan Pablo II
Ecclesia in Asia

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CAPÍTULO V

COMUNIÓN Y DIÁLOGO PARA LA MISIÓN


Comunión y misión van juntas

24. Por obediencia al eterno designio del Padre, la Iglesia, prevista desde los orígenes del mundo, preparada en el Antiguo Testamento, instituida por Jesucristo y hecha presente en el mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés, «continúa su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios»113, mientras avanza hacia la perfección en la gloria del cielo. Dado que Dios desea «que todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo»114, la Iglesia es en el mundo «el designio visible del amor de Dios por la humanidad, el sacramento de la salvación»115. Así pues, no se la puede considerar simplemente como una organización social o una agencia de asistencia humanitaria. A pesar de que cuenta entre sus miembros con hombres y mujeres pecadores, debe ser considerada como el lugar privilegiado del encuentro entre Dios y el hombre, en el que Dios elige revelar el misterio de su vida íntima y realizar su plan de salvación del mundo.

El misterio del designio de amor de Dios se hace presente y activo en la comunidad de los hombres y mujeres que han sido sepultados con Cristo mediante el bautismo en la muerte, de forma que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, también ellos caminen en una vida nueva (cf. Rm 6, 4). En el centro del misterio de la Iglesia se halla el vínculo de comunión que une a Cristo-Esposo con todos los bautizados. A través de esta comunión viva y vivificante, «los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo»116 ; unidos al Hijo con el vínculo del amor del Espíritu, están unidos al Padre y de esta comunión fluye la comunión que comparten unos con otros mediante Cristo en el Espíritu Santo117. Así pues, el primer fin de la Iglesia consiste en ser el sacramento de la unión íntima de la persona humana con Dios y, como la comunión de los hombres radica en esta unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano118 , ya comenzada en ella; al mismo tiempo, es «signo e instrumento» de la plena realización de esta unidad, que aún está por venir119.

La vida en Cristo tiene como requisito esencial que quien entra en comunión con el Señor fruto: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Jn 15, 5). De tal manera es esto verdad, que la persona que no da fruto no permanece en la comunión: «Todo sarmiento que en mí no da fruto, (el Padre) lo corta» (Jn 15, 2). La comunión con Jesús, fuente de la comunión de los cristianos entre sí, es condición indispensable para dar fruto; y la comunión con los demás, don de Cristo y de su Espíritu, es el fruto más hermoso que los sarmientos pueden dar. En este sentido, comunión y misión están inseparablemente unidas, se hallan entrelazadas y se implican mutuamente, de tal forma que «la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión»120 . El concilio Vaticano II, utilizando la teología de la comunión, pudo describir a la Iglesia como el pueblo de Dios en peregrinación, al que, en cierto modo, todos los pueblos están vinculados121. Sobre esta base, los padres sinodales subrayaron el vínculo misterioso que existe entre la Iglesia y los seguidores de otras religiones asiáticas, advirtiendo que «están relacionados con la Iglesia de modos y en grados diferentes»122 . Entre pueblos, culturas y religiones tan diversos, «la vida de la Iglesia como comunión es de suma importancia»123 . En efecto, el servicio de unidad de la Iglesia tiene una relevancia específica en Asia, donde hay muchas tensiones, divisiones y conflictos, causados por diferencias étnicas, sociales, culturales, lingüísticas, económicas y religiosas. En ese marco las Iglesias locales que están en Asia, en comunión con el Sucesor de Pedro, necesitan promover entre sí una comunión más profunda de mente y corazón, mediante una colaboración más estrecha. Asimismo, son vitales para la misión evangelizadora las relaciones con las demás Iglesias y comunidades eclesiales y con los seguidores de otras religiones124. Por consiguiente, el Sínodo renovó el compromiso de la Iglesia en Asia con vistas a la tarea de promover tanto las relaciones ecuménicas como el diálogo interreligioso, consciente de que construir la unidad, trabajar por la reconciliación, entablar vínculos de solidaridad, promover el diálogo entre religiones y culturas, erradicar prejuicios y suscitar confianza entre los pueblos es esencial para la misión evangelizadora de la Iglesia en el continente. Todo ello exige de la comunidad católica un sincero examen de conciencia, valentía para la reconciliación y un renovado compromiso en favor del diálogo. En el umbral del tercer milenio, es evidente que la capacidad de la Iglesia de evangelizar requiere que se esfuerce a fondo por servir a la causa de la unidad en todas las dimensiones, dado que comunión y misión van unidas.




113 SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, XVIII, 51, 2: PL 41, 614; cf. CONC. ECUM. VAT. II, const. dogm.Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.



114 CONC. ECUM. VAT. II, decr.Ad gentes,sobre la actividad misionera de la Iglesia, 7; cf. const. dogm. Lumen gentium,sobre la Iglesia, 17.



115 PABLO VI, Discurso a los cardenales con ocasión de su onomástico (22 de junio de 1973): L'Osservatore Romano,edición en lengua española, 1 de julio de 1973, p. 12.



116 JUAN PABLO II, exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 18: AAS 81 (1989) 421.



117 Cf. ib.; const. dogm.Lumen gentium,sobre la Iglesia, 4.



118 Cf. Catecismo de la Iglesia católica,n. 775.



119 Cf. ib.



120 JUAN PABLO II, exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 32: AAS 81 (1989) 451-452.



121 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, const. dogm. Lumen gentium,sobre la Iglesia, 16.



122 Propositio 13.



123 Ib.



124 Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Relatio ante disceptationem: L'Osservatore Romano, 22 de abril de 1998, p. 6.






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