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Juan Pablo II Ecclesia in Asia IntraText CT - Texto |
Compartir las esperanzas y los sufrimientos
28. Los padres sinodales también eran conscientes de la necesidad de una comunión y colaboración efectivas con las Iglesias particulares presentes en los territorios asiáticos de la ex Unión Soviética, que se están reconstituyendo en medio de las difíciles circunstancias que han heredado de un tormentoso período de la historia. La Iglesia las acompaña con la oración, compartiendo sus sufrimientos y sus nuevas esperanzas. Exhorto a toda la Iglesia a prestarles apoyo moral, espiritual y material, poniendo a su disposición también personas ordenadas y no ordenadas, pues son realmente necesarias para ayudar a esas comunidades en la tarea de compartir el amor de Dios revelado en Cristo con los pueblos de esas tierras141.
En muchas partes de Asia, nuestros hermanos y hermanas siguen viviendo la fe entre restricciones o con una total privación de libertad. Con respecto a estos miembros sufrientes de la Iglesia, los padres sinodales expresaron especial preocupación y solicitud. Juntamente con los obispos de Asia, exhorto a los hermanos y hermanas de esas Iglesias que viven en circunstancias difíciles a unir sus sufrimientos a los del Señor crucificado, dado que tanto nosotros como ellos sabemos que sólo la cruz, cuando se lleva con fe y amor, es camino hacia la resurrección y la vida nueva para la humanidad. Aliento a las diferentes Conferencias episcopales nacionales en Asia a establecer una oficina para ayudar a esas Iglesias; por mi parte, aseguro la continua cercanía y solicitud de la Santa Sede a cuantos sufren persecución por la fe en Cristo142. Invito a los Gobiernos y a los responsables de las naciones a adoptar y poner en práctica políticas que garanticen la libertad religiosa para todos los ciudadanos.
En diversas ocasiones los padres sinodales dirigieron su mirada hacia la Iglesia católica que está en la China continental y oraron para que pronto llegue el día en que nuestros amadísimos hermanos y hermanas chinos gocen de libertad para practicar su fe en plena comunión con la Sede de Pedro y la Iglesia universal. A vosotros, queridos hermanos y hermanas chinos, os dirijo esta ferviente exhortación: no permitáis nunca que las dificultades y las lágrimas disminuyan vuestra adhesión a Cristo y vuestro compromiso en favor de vuestra gran nación143. El Sínodo expresó también una cordial solidaridad con la Iglesia católica que está en Corea y manifestó su apoyo a «los esfuerzos (de los católicos) por ofrecer asistencia al pueblo de Corea del norte, privado de los medios indispensables de supervivencia, y por contribuir a la reconciliación entre esos dos países, formados por un único pueblo, con una única lengua y una única herencia cultural»144.
Del mismo modo, el pensamiento del Sínodo se dirigió a menudo a la Iglesia de Jerusalén, que ocupa un lugar especial en el corazón de todos los cristianos. Las palabras del profeta Isaías sin duda encuentran eco en el corazón de millones de creyentes de todo el mundo, para los que Jerusalén ocupa un lugar único y muy amado: «Alegraos con Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría con ella todos los que con ella hacíais duelo; de modo que os alimentéis hasta hartaros del seno de sus consuelos» (Is 66, 10-11). Jerusalén, ciudad de la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, ha sido con demasiada frecuencia escenario de conflictos y división. Los padres sinodales exhortaron a las Iglesias particulares a mostrar solidaridad con la Iglesia que está en Jerusalén, compartiendo sus sufrimientos, orando por ella y colaborando con ella para servir a la paz, a la justicia y a la reconciliación entre los dos pueblos y las tres religiones presentes en la ciudad santa145. Renuevo el llamamiento que he hecho en repetidas ocasiones a los líderes políticos y religiosos, así como a todas las personas de buena voluntad, a buscar caminos para asegurar la paz y la integridad de Jerusalén. Como escribí en otra ocasión, tengo el ardiente deseo de ir en peregrinación religiosa, como mi predecesor Pablo VI, para orar en la ciudad santa donde Jesucristo vivió, murió y resucitó, y a visitar el lugar desde el cual, con la fuerza del Espíritu Santo, los Apóstoles partieron para proclamar el evangelio de Jesucristo al mundo146.