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Francisco de Quevedo
Canciones

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Llama a Aminta al campo en amoroso desafío

Pues quita al año primavera el ceño,

y el verano risueño

restituye a la tierra sus colores,

y en donde vimos nieve vemos flores;

y las plantas vestidas

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gozan las verdes vidas,

dando a la voz del pájaro pintado

las ramas sombras, y el silencio el prado:

ven, Aminta, que quiero,

que viéndote primero,

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agradezca sus flores este llano,

más a tu blanco pie que no al verano.

 

   Ven, veraste al espejo de esta fuente,

pues suelta la corriente

del cautiverio líquido del frío,

15

perdiendo el nombre, aumenta el suyo al río.

Las aguas que han pasado,

oirás por este prado

llorar, no haberte visto, con tristeza:

mas en las que mirares tu belleza

20

verás alegre risa,

y cómo las dan prisa,

murmurando su suerte a las primeras,

por poderte gozar las venideras.


- 118 -


 

   Si te ofende el sol ardiente y puro,

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ven, que yo te aseguro,

que si te ofende, le has de vencer luego,

pues se vale él de luz, y tú de fuego.

Mas si gustas de sombra,

en esta verde alfombra

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una vid tiene un olmo muy espeso,

no si diga que abrazado o preso;

y a sombra de sus ramas

le darán nuestras llamas,

ya los digan abrazos o prisiones,

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envidia al olmo, y a la vid pasiones.

 

   Ven, que te aguardan ya los ruiseñores,

y los tonos mejores,

porque los oigas tú, dulce tirana,

los dejan de cantar a la mañana;

40

y los tonos mejores,

porque los oigas tú, dulce tirana,

los dejan de cantar a la mañana;

tendremos invidiosas

las tórtolas mimosas,

45

pues viéndonos de gloria y gusto ricos,

imitarán los labios con los picos;

aprenderemos dellas

soledad y querellas,

y en pago aprenderán de nuestros lazos,

50

su voz requiebros, y su pluma abrazos.

 

   ¡Ay! si llegases ya, qué tiernamente

al ruido de esta fuente

gastáramos las horas y los vientos,

en suspiros y músicos acentos.

55

Tu aliento bebería

en ardiente porfía,

que igualase las flores de este suelo,

y las estrellas con que alumbra el cielo,


- 119 -


sellaría en tus ojos,

60

soberbios con despojos,

y en tus mejillas, sin igual, tan bellas,

sin prado flores, y sin cielo estrellas.

 

   Halláramos aquí la blanca aurora

riendo, cuando llora;

65

la noche alegre, cuando el cielo y tierra,

tantos ojos nos abre como cierra:

fuéramos cada instante

nueva amada y amante,

y así tendría en firmeza tan crecida

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la muerte estorbo, y suspensión la vida;

y vieran nuestras bocas,

en ramos de estas rocas,

ya las aves consortes, ya las viudas,

más elocuentes ser, cuanto más mudas.

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