Parte,  Capítulo

 1    I, 1 |     muchedumbre de arbustos, entre cuya frescura descuellan camelias
 2    I, 1 |         interés de toda vivienda a cuya ventana se asoma un semblante
 3    I, 6 |        viejo asunto de las novelas cuya lectura debe permitirse
 4    I, 6 |            a testigos presenciales cuya veracidad no debe ponerse
 5    I, 10|            las lanchas pescadoras, cuya vuelta al abrigo le producía
 6    I, 11|          la gravedad del caso, por cuya razón creyó prudente callarse.~ ~ - ¡
 7    I, 12|            de D. Juan Amarillo, en cuya casa hay un ventanuco desde
 8    I, 13|        señalando un cerro aplanado cuya falda tocaba el mar y que
 9    I, 28|            el semblante de Morton, cuya hermosa mirada parecía descender
10    I, 34|      entrar en el puente de Judas (cuya fábrica de palo era en extremo  ./. 
11    2, 1 |      prueba de arenas y lodos, por cuya combinación de colores los
12    2, 3 |           que se determinaría, por cuya inquietud no cesaba D. Juan
13    2, 4 |         Salvador, imagen de madera cuya hermosa cabeza llena de
14    2, 8 |           aquella mente suprema en cuya previsión descansan los
15    2, 11|      civilizados ninguna religión, cuya moral diga: «Matarás, mentirás,
16    2, 15|     vaporosos brazos blanquecinos, cuya colosal gesticulación en
17    2, 20|         apagados o por la del mar, cuya exclamación grave y mugidora
18    2, 20|            el desprecio de Dios en cuya santa idea crecí y crecieron
19    2, 24|            visita - dijo Teresita, cuya cara brillaba ya como un
20    2, 25|           la mala salud de Gloria, cuya naturaleza en los últimos
21    2, 29|          Juan Amarillo.~ ~ Morton, cuya alma era un volcán, trató
22    2, 29|           y salieron del jardín en cuya puerta estaba Sansón, como
23    2, 30|             y entonces Serafinita, cuya ley era la obediencia, cedió
24    2, 32| derribaríamos los vanos altares en cuya piedra nos han degollado,
25    2, 32|       aromas y bellezas las flores cuya semilla hemos arrojado aquí.
26    2, 32|            en los abismos ocultos, cuya luz no vemos los de acá.