2. Con el paso del tiempo, a la luz de los frutos que ha producido, se ve
cada vez con mayor claridad la importancia de la constitución Sacrosanctum
Concilium. En ella se delinean luminosamente los principios que fundan la
praxis litúrgica de la Iglesia e inspiran su correcta renovación
a lo largo del tiempo (cf. n. 3). Los padres conciliares sitúan la
liturgia en el horizonte de la historia de la salvación, cuyo fin es la
redención humana y la perfecta glorificación de Dios. La
redención tiene su preludio en las maravillas que hizo Dios en el
Antiguo Testamento, y fue realizada en plenitud por Cristo nuestro
Señor, especialmente por medio del misterio pascual de su bienaventurada
pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa
ascensión (cf. n. 5).
Con todo, no sólo es necesario anunciar esa redención, sino
también actuarla, y es lo que lleva a cabo "mediante el sacrificio
y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida
litúrgica" (n. 6). Cristo se hace presente, de modo especial, en
las acciones litúrgicas, asociando a sí a la Iglesia.
Toda celebración litúrgica es, por consiguiente, obra de Cristo
sacerdote y de su Cuerpo místico, "culto público
íntegro" (n. 7), en el que se participa, pregustándola, en
la liturgia de la Jerusalén celestial (cf. n. 8). Por esto, "la
liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al
mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (n. 10).