3. La perspectiva litúrgica del Concilio no se
limita al ámbito interno de la Iglesia, sino que se abre al horizonte de
la humanidad entera. En efecto, Cristo, en su alabanza al Padre, une a
sí a toda la comunidad de los hombres, y lo hace de modo singular
precisamente a través de la misión orante de la "Iglesia,
que no sólo en la celebración de la Eucaristía, sino
también de otros modos, sobre todo recitando el Oficio divino, alaba a
Dios sin interrupción e intercede por la salvación del mundo
entero" (n. 83).
La vida litúrgica de la Iglesia, tal como la presenta la
constitución Sacrosanctum Concilium, asume una dimensión
cósmica y universal, marcando de modo profundo el tiempo y el espacio
del hombre. Desde esta perspectiva se comprende también la
atención renovada que la Constitución da al Año
litúrgico, camino a través del cual la Iglesia hace memoria del
misterio pascual de Cristo y lo revive (cf. n. 5).
Si todo esto es la liturgia, con razón el Concilio afirma que toda
acción litúrgica "es acción sagrada por excelencia
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no iguala
ninguna otra acción de la Iglesia" (n. 7). Al mismo tiempo, el
Concilio reconoce que "la sagrada liturgia no agota toda la acción
de la Iglesia" (n. 9). En efecto, la liturgia, por una parte, supone el
anuncio del Evangelio; y, por otra, exige el testimonio cristiano en la
historia. El misterio propuesto en la predicación y en la catequesis,
acogido en la fe y celebrado en la liturgia, debe modelar toda la vida de los
creyentes, que están llamados a ser sus heraldos en el mundo (cf. n.
10).