13. Un aspecto que es preciso cultivar con más
esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta
necesario "para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu
Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración
personal con la palabra de Dios y la voz pública de la
Iglesia" (Institutio generalis Liturgiae Horarum, 202). En una
sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo
aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el
valor del silencio. No es casualidad que, también más allá
del culto cristiano, se difunden prácticas de meditación que dan
importancia al recogimiento. ¿Por qué no emprender, con
audacia pedagógica, una educación específica
en el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia cristiana?
Debemos tener ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús, el cual
"salió de casa y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba" (Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y
signos, no puede descuidar el del silencio.