15. Para educar en la oración, y especialmente
para promover la vida litúrgica, es indispensable el compromiso de
los pastores. Implica un deber de discernimiento y guía. Esto no se
ha de ver como un principio de rigidez, en contraste con la necesidad del
espíritu cristiano de abandonarse a la acción del Espíritu
de Dios, que intercede en nosotros y "por nosotros, con gemidos
inenarrables" (Rm 8, 26). A través de la guía de los
pastores se realiza más bien un principio de
"garantía", previsto en el plan de Dios sobre la Iglesia y
gobernado por la asistencia del Espíritu Santo. La renovación
litúrgica llevada a cabo en estas décadas ha demostrado que es
posible conjugar unas normas que aseguren a la liturgia su identidad y su
decoro, con espacios de creatividad y adaptación, que la hagan cercana a
las exigencias expresivas de las diversas regiones, situaciones y culturas. Si
no se respetan las normas litúrgicas, a veces se cae en abusos
incluso graves, que oscurecen la verdad del misterio y crean desconcierto y
tensiones en el pueblo de Dios (cf. Ecclesia de Eucharistia,
52; Vicesimus quintus, 13). Esos abusos no tienen nada que ver con el
auténtico espíritu del Concilio y deben ser corregidos por los
pastores con una actitud de prudente firmeza.