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Bartolomé de las Casas
De las antiguas gentes del Perú

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Capítulo V

De la gente militar, su educación y disciplina; armas, provisiones y almacenes para ellas; táctica y política en la guerra

Yendo, pues, por este camino, y prosiguiendo la materia comenzada de la gente de guerra, entremos en la relación de las gentes del Perú, dejados otros reinos y provincias.


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Grande solía ser la provisión y cuidado tenía della, para que fuesen proveídos todos los hombres de guerra en aquella tierra. De aquí e de otros muchos argumentos que abajo se traerán, parece seguirse que en aquellos reinos del Perú había gente señalada y dedicada para sólo la guerra, sin tener ni que vacasen a otro ningún oficio; y es así, según afirman los religiosos que por muchos años de conversación y experiencia la lengua de aquella tierra estudiaron y supieron y de propósito han inquirido las leyes y costumbres y secretos y antigüedades de aquellas gentes penetrado 36. Tenían, pues, ordinarias guarniciones y gente de armas que no entendían en otra cosa sino en las guerras y estar aparejados para ellas. Por esto eran muy privilegiados y exentos de otros servicios.

El modo que se tenía en elegir los hombres para la milicia, era éste: En cada pueblo había maestros de enseñar la manera de pelear y ejercitarse en las armas.


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Estos tenían cargo de tomar todos los niños de diez hasta diez y ocho años, en cierta hora o horas del día, e dábanles forma de reñir de burlas o de veras entre sí e [que] se ejercitasen como quiera en las armas; y los que destos salían de más fuerzas y más valientes, más ligeros y aptos para la guerra, y feroces, aquellos mandaba el Rey que los señalasen y fuesen dedicados al ejercicio bélico, y desde adelante cada día más usasen a pelear de burlas o de veras, hasta que fuesen de edad para servirse dellos en las guerras. Mandábales dar sueldo conveniente de que comiesen y se criasen, y que gozasen de sus privilegios.

Tenían otra manera de probar los niños y cognoscer lo que después de grandes harían en las peleas. Después de llegados a los diez y ocho años, poníanlos delante del capitán general o de aquel maestro que tenía cargo deste ejercicio, y mandaba a uno que tenía una porra o alguna otra arma en la mano, «ven acá, mátame aquél», [e] iba y alzaba la porra como que le quería dar; y si el mozo rehuía la cara de miedo, apartábalo y dejábalo para que toda su vida fuese labrador, y su oficio y ocupación fuesen obras serviles; pero al que no huía la cara, dedicábanlo para el


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arte militar, mandándole que siempre se ocupase en ella; y desde luego era hidalgo, y gozaba de los militares privilegios. Por estas vías tenían los Reyes de aquellos reinos de señalados hombres muchas grandes guarniciones.

Todos los privilegios y exenciones que le gente de guerra de los Reyes concedidos tenían, eran a costa del Rey; y cuando movía guerra alguna, de sus rentas todos los gastos y sueldo de la gente pagaba, porque el pueblo en cosa ninguna fuese gravado. Para provisión de lo cual, tenían los Reyes modo y providencia admirables. Habían mandado edificar en los cerros muy altos y lugares cómodos, según la calidad y disposición de las provincias muchas casas en renglera y juntas unas con otras, muy grandes, y depósitos de todas las cosas de que había en todo el reino, que ninguna cosa faltaba. Unas estaban llenas del maíz o trigo, pan común de la tierra firme destas Indias, y frísoles, habas, papas, camotes, xicamas, que todas son raíces comestibles y buenas, con otras especies dellas. Había depósitos de sal, de carne seca y curada al sol sin sal, carne también salada y pescado salado y pescado sin sal, curado al Sol y otras cecinas; y finalmente grandísima


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provisión y abundancia de comida, cuanta se podía haber y había por todo el reino.

Había otros depósitos de ovejas y carneros vivos, así para comer como para llevar cargas. Había casas y depósitos llenos de lana en gran cantidad, y de mucho algodón con sus capullos y en pelo, y también hilado. Otras casas llenas de camisetas y mantas hechas de lana fina y de lindos colores, y de camisetas y mantas de algodón. Casas llenas de cabuya, inequen y de pita, que ya dijimos ser especie de lino, y de cáñamo; desta mucha en pelo y en cerro, y de hilada y torcida, e infinitas sogas y cabestros dello hechos. De inmensa [¿innúmera?] cantidad de cotaras 37, que son su calzado para los pies, como alpargates, hechos de diversas y lindas maneras. Había depósitos también de mantas muy ricas y de naguas, que son las faldillas o medias faldillas, y camisas riquísimas para solas las grandes señoras. Había depósitos de gran número de toldos, que son como tiendas de campo, para la gente de guerra. Infinita cantidad de hondas


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y piedras hechizas para tirar con ellas; arcos y flechas y hachas de armas y porras de cobre y de plata, y macanas, que son llanas, aunque sirven como porras; rodelas, plumajes; infinita bixa, ques la color bermeja, conque se untaban para se parar horribles y feroces en las batallas; de manera, que ninguna cosa en aquestos depósitos de provisión faltaba, ni para guerra ni para paz. Las porras eran a manera de estrellas, y pasaba el palo por medio con un astil cuasi de cuatro palmos, y traíanlas ceñidas al cuerpo del brazo, y las hachuelas de armas, con otro hastil de tres palmos, al otro lado, atadas a la muñeca del brazo. Algunas porras eran de piedra labrada. Estos vocablos cotaras, macanas, bixa y maíz y maguey, fueron vocablos DESTA isla, y no de la Tierra Firme, porque por otros vocablos allá estas cosas llaman.

Las causas porque movían comúnmente sus guerras eran, o porque alguna provincia de las subjetas se venía a quejar de otra que no era súbdita, por alguna injuria o daño della recebido, o porque alguna de las subjetas contra el Rey se rebelaba; y éstas eran las causas ordinarias. Otras hobo, algunas veces por ambición del Rey, queriendo dilatar su imperio, y señorío


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, como hacen muchos tiranos en el mundo.

Antiguamente, antes que señoreasen aquellos reinos los Reyes Ingas, tenían guerra sobre las aguas y tierras; y por estas causas tenían sus pueblos en cerros altos y en peñas, y hacían fortalezas donde subían su comida con mucho trabajo y pena. No tenían otras armas sino hondas, y unas rodelas. Éstos eran los de las sierras; pero los de los Llanos, que se llaman yungas, tenían flechas y unos dardos que tiraban con amiento, y debían ser como las tiraderas de ESTA isla.

Cuando la provincia era pequeña contra la cual se determinaba la guerra, enviaba el Rey a un debdo suyo por capitán general; pero si era grande, iba él en persona a dar la batalla.

La gente de guerra estaba tan bien morigerada, tan modesta, tan ordenada y tan contenida dentro de los límites de la razón, que cincuenta mill hombres y muchos más que solían, si era menester, juntarse, iban por los caminos reales; y llegando y pasando por los términos de cualquiera lugar chico o grande, no entraba en el pueblo hombre alguno dellos, sino todos se aposentaban en el campo; y si convenía, por la comodidad, entrar en el


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pueblo, estábanse en la plaza sin entrar en alguna casa; y aunque viniesen rabiando de hambre, no osaría hombre de ellos tomar un pollo ni grano de maíz, ni hacer menos a ningún vecino, contra su voluntad, un hilo de lana.

Luego, los oficiales que para esto allí, el Rey tenía puestos, sacaban las provisiones de comida y bastimento que tenían ya guisada y aparejada, y de todas las otras cosas que al ejército y a cada particular persona dél eran necesarias. Repartíanse por sus cohortes y capitanías los vestidos, calzados, tiendas y armas y todo lo demás que les faltaba. Hurto, agravio, fuerza, mala palabra a ninguna persona era dicha ni hecho, ni había quien ninguno del ejército se quejase, porque hobiera gran castigo, y sobre ello había gran orden y cuidosísimo recaudo. Pero, principalmente procedía esta observancia, de ser la gente de su naturaleza más que otra del mundo subjectísima y obedientísima a sus Reyes y Señores, por su innata mansedumbre y humildad. Y así, aquellos ejércitos, tanta era su modestia, su orden, su regla y la justicia que para con todos guardaban, que más se podían decir parecer convento de frailes muy regulados, no quiero decir que destos soldados, pero


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que ni muy quietos y honestos ciudadanos 38.

La misma provisión y en toda abundancia de las cosas necesarias hallaba el ejército en cualquiera despoblado por donde pasaba, porque en todas partes había los grandes depósitos llenos de las cosas de provisión de suso señaladas.

Cuando comenzaban a pelear, lo primero era con las hondas, en que eran muy diestros y con que disparaban infinita pedrería, como entre nosotros disparamos nuestra artillería, cuando al ejército contrario puede alcanzar; después que más se acercaban, peleaban con las flechas; a la postre venían a las manos y usaban de las porras y macanas y las otras armas 39.

Si la gente contraria o culpada salía a recibir de paz con humildad y satisfacía y aplacaba de obra o por palabra, siempre los recebían con benignidad, y a los que les hacían guerra solamente peleaban hasta subjectarlos. Después de subjectos, tomábanles


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alguna gente para su servicio, a manera de esclavos, los cuales poco difirían de libres en los trabajos que los imponían y en el ordinario tratamiento. No eran crueles contra los enemigos ni se holgaban de matar ni hacer en ellos crueldades después de rendidos, antes fácilmente se aplacaban y perdonaban las injurias recebidas, desque vían las victorias ser concluidas.

Tenían cierta manera de orden de caballería, cuasi como los de la Nueva España, aunque no con tantas cerimonias ni a tanta costa, puesto que, por ventura de más alta guisa; y debía ser para obligar los caballeros a hacer valentías en las guerras. Esta era la de los Orejones, la cual no podía ninguno tomar ni profesar sino los del linaje de los. Señores Ingas, y con licencia y privilegio del Rey. Las cerimonias que para esto hacían eran estas: el que había de ser orejón y armado caballero, había de ayunar cuatro días sin comer cosa alguna, y al cabo dellos; hacíanle correr por unos cerros mirándolo todo el pueblo. Después mandábanle luchar con otros mancebos, y ejercitado y probado en esto, horadábanle las orejas por el cabo de abajo, ques lo más blando dellas, y metíanle por el agujero un palillo delgado


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y pequeño. Luego hacíanles más grandes aquellos agujeros, y más y más, hasta ser tan grandes que puedan meter por ellos un rollete de muchas vueltas como un aro de cedazo chequito con que suelen los taberneros colar el vino. Si es gran Señor el caballero, póneselo de oro o de plata. E aina parecerán estas orejas a las de los fanesios, gentes de unas islas que están en el Océano septentrional; los cuales, según Plinio (lib. 4. cap. 27) 40, viven desnudos, pero tienen unas orejas tan grandes, que les cubren todo el cuerpo.

Esta era y es la suprema hidalguía y honra y caballería entre ellos, y manera de armarlos caballeros o hacer profesión en ella, después de ser Supremo Señor en aquella tierra. Ninguno podía usar de esta insignia, que era tener las orejas tan grandes como dicho es, sino los del linaje del Señor Supremo, ni sin su autoridad y licencia, ni sin haber hecho las cerimonias ya dichas. Hacía, empero, el Rey mercedes, aunque raras veces, a algunos señores grandes que pudiesen hacer estas


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cerimonias y usar de aquel privilegio, yendo las orejas de aquella manera.

Después que los españoles entraron en aquellos reinos, muchos de los Señores que hay usan ya libremente de aquella preeminencia, como falta quien se lo impida; pero en tiempo de los Reyes ninguno lo osara hacer.

En estos actos y cerimonias se les ponía el nombre con que aquellos caballeros para toda su vida habían de quedar, quitado el que hasta allí habían tenido. Había costumbre entre todas aquellas gentes de mudar tres veces los nombres: uno ponían al niño y la niña de cuatro días nacido, el cual era puesto ab eventu (conviene a saber) por alguna cosa que a él o a otros aquel tiempo acaeciese segundo, en llegando el niño a los ocho años, y entonces le tresquilaban los cabellos y poníanle aquel nombre que su padre o agüelo había tenido cuando niño. La tercera mutación del nombre acostumbraban hacer a los diez y ocho años, y tresquilábanlo otra vez, poníanle nombre comúnmente de su padre o agüelo, y con éste se quedaba y nunca más se había de tresquilar; pero a los señores y caballeros de la dicha caballería, ponían el nombre con que había de quedar en aquellos actos


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de la profesión que dijimos, lo cual concluido, todos los parientes y amigos hacían muy señalada y regocijada fiesta de comer y beber, con bailes y danzas y todas las maneras que tenían de alegría y regocijo. Y con esto se fenecían las cerimonias de aquella orden y caballería, y así quedaban en gran dignidad y estima de todos, aquestos los caballeros armados así, aunque harto a menos costa de trabajos y penitencia y ayunos y vigilias y devoción y bendiciones sacerdotales, y también peligros, que los caballeros de la Nueva España que profesaban la orden y caballería de Tecuitli; y aunque parece aquesta de los orejones de más autoridad y dignidad y estima, empero la de los Tecuitles cierto más pomposa y más célebre y adornada de cerimonias y con más propios y trabajosos actos del caballero que la profesaba se merecía. Y esto, cuanto a la tercera parte de la república bien ordenada y que es estar proveída de gente de guerra, que la hobo entre aquestas indianas gentes, sufficiat.






36.Entre ellos su correligionario y amigo fray Domingo de Santo Tomás, autor del arte primero y vocabulario que de la lengua quíchua se han impreso, y de quien Cieza de León aprendió muchas cosas acerca de las costumbres de los yuncas costeños, según declara en el cap. LXI de la Primera parte de la Crón. del Perú.



37.En lengua de Haití; Cactlis, en la mexicana; uxutas u ojotas en quíchua.



38.Así el periodo, que no hace sentida. Tiene muchas tachas y enmiendas y el autor olvidó, sin duda, la forma definitiva en que había de quedar. Este caso no es único sino frecuente en el voluminoso original de la Apologética.



39.También se servían de las porras como armas arrojadizas.



40.Las Casas cita equivocadamente el cap. 23. El texto de Plinio reza: Fanesiorum... in quibus nudas alioquin corpora proegrandes ipsorum aures tota contegant.






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