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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Del sacerdocio y de los ministros de los templos y dioses
Del sacerdocio y ministros de los templos y dioses de los reinos del Perú, no se ha podido colegir su cierta orden, su número y distinción, más de que había Sumo Sacerdote, que llamaban en su lengua Vilaoma, y otros sacerdotes a aquel subjectos e inferiores, y aun esto no se sabe decir en particular; los sacerdotes que había dicen que eran casados. La causa fue, que, como las riquezas que había en aquellos reinos fueron las mayores que juntas se hallaron en todo el mundo, y éstas, por la mayor parte, poseían los templos, y las guardaban y conservaban
los sacerdotes, como los nuestros entraron tan de súpito y todo su principal negocio era recoger y no dejar punta de todo aquello que fuese y aun que pareciese oro, y lo primero que los sacerdotes, cuando lo pudieron hacer, procuraron, fue trasportallo y ponello en cobro; por miedo de que no los atormentasen, desaparecieron, y así se cuasi enterró aquel nombre de sacerdote. Sucedió la eversión y el deshacimiento y anichillación (sic) intempestiva, celérrima y momentánea de toda su república, que los nuestros en más breves días que en ninguna de las otras regiones destas Indias hicieron con sus mismas que entre sí tuvieron discordias; y así, como desapareció tan presto el sacerdocio de la manera que se ha referido, no se ha podido alcanzar en particular la distinción y número de sus individuos y su orden. Podrá también haber concurido alguna inadvertencia de los religiosos que después supieron las lenguas, los cuales, como preguntaron y escudriñaron muchas otras cosas de la religión, no miraron con preguntar lo que tocaba a esta del sacerdocio 49. Solamente
no se ha podido ignorar, por ser cosa más que otra señalada y muy notoria, la orden que en los templos había de las monjas.
Éstas, según que arriba en el cap. 7 se dijo, eran en cada templo muchas, y entre ellas había distinción y orden y gran religión, consagradas todas al Sol; y oficio tenían de sacerdotes, pues ofrecían sacrificio de muchas cosas que por sus manos obraban para el divino culto y servicio, principalmente del Sol y quizá también de otros dioses. Destas, todo su negocio era obrar de sus manos ropa, de lana finísima para el templo, teñida de diversas y muy vivas y graciosas colores. Hacían del más excelente y fino y delicado vino, para ofrecer en sacrificio al Sol, que en la tierra se usaba, porque diversos vinos parece que entrellos se solían beber y usar.
Servían de noche y de día en los templos del Sol con gran cuidado y solicitud, y de creer es que las cerimonias y devociones que ejercitaban debían ser muchas y muy de notar, pues tan religiosos y diligentes y esmerados y curiosos fueron los Reyes Ingas cerca del culto divino, mayormente del Sol. Los cuales, en todo lo que perteneció a toda especie de gobernación,
en grande manera (como por mucho de lo que queda dicho y se dirá parecer), sobre muchos Príncipes del mundo se señalaron; y así, no pudo ser si no que fueron muchas y notables las ocupaciones que para el servicio espiritual que en los templos se había de obrar, los Reyes ordenaron. Porque tanto número de vírgenes hijas de Señores, que pasaban muchas veces de docientas, y para el culto divino allí ayuntadas, no habían de estar ociosas ni en obras profanas ocupadas, luego creer debemos que entendían en los sacrificios y tenían muchos ejercicios espirituales.
De tres en tres años se renovaban estas vírgenes desta manera: quel Rey, si estaba presente, o su Gobernador y Virrey, que se llamaba Tocrico [Tucuiricuc], en su absencia, hacíalas presentar ante sí, y de las que ya estaban en edad de casarse, escogían tres, o cuatro o cinco, las más hermosas y de mayor dignidad, para mujeres del Sol; apartaba otras tres o cuatro, las de mayor hermosura, para sí mismo el Rey, o si estaba ausente, apartábalas el susodicho Tocrico o Gobernador; las demás casábalas con hijos de los Señores, y algunas daba el Rey a grandes Señores, sus vasallos, aunque tuviesen otras mujeres, lo cual ellos tenían por muy gran favor y merced;
las que restaban, que no eran de tan buenos linajes, daba licencia a sus padres para que buscasen con quien las quisiesen casar. Casadas todas las que había para casar, mandaba el Señor a los oficiales que dello tenían cargo, que tornase a hinchir el número de las vírgines que faltaban de diez años arriba, hijas de Señores, para que, como las pasadas, en el templo se criasen y sirviesen de los oficios en que aquellos se habían ejercitado.
Como arriba en el cap. 7 se tocó, guardaban estas monjas Mamaconas en sí, al menos exteriormente, tanta castidad, que se cree no haber habido personas en alguna parte del mundo que más dignamente puedan de esta virtud ser alabadas. Religioso de los nuestros alcanzó a ver y baptizar una destas ya bien vieja y que había sido escogida para mujer del rey Guaynacaba, padre de los Reyes Guascar y Atabaliba, y porque murió el Rey presto, no llegó a su tálamo, y viviendo ella muchos años después, jamás quiso casarse, y así permaneció en su virginidad; al tiempo de cuya muerte, llorándola un Señor hermano suyo, entre otras cosas de que la loaba o causaban lástima, decía: «¡hermana mía, que mueres virgen a cabo de tantos años!»
Y con esto acabamos lo que de los ministros y sacerdotes de los templos y dioses tenían en su religión supersticiosa estas gentes que arriba comentamos.