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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Del nombre Perú y de cómo se gobernaban las gentes de él en los tiempos primeros de su gentilidad
Queriendo comenzar la relación de la gobernación que las gentes del Perú tenían en tiempo de su infidelidad, y en que las hallaron nuestros primeros españoles que allí entraron, será bien primero acordarnos de lo que queda escripto en los capítulos precedentes de los edificios, de los templos, de la religión, de los dioses y de los sacrificios y de la gente de guerra y de otras muchas cosas que quedan explanadas y otras tocadas, que no podían introducirse y usarse y conservarse sin grande prudencia y
sabiduría natural de los gobernantes, y de los gobernados también, y digna de ser a otras muchas naciones puesta por dechado y ejemplo de bien y de muy ordenadas y suficientísimas repúblicas; lo cual, en la memoria reducido, sin que más dello tratásemos, podría y debría bastar sin duda, para que todo el mundo tuviese a aquellas gentes por capacísimas y ordenatísimas y ejercitadas muy mucho en los actos del bueno y sotil juicio de razón, y florecer en todas las tres especies de prudencia monástica, económica y política, de que arriba en el capítulo 42 y siguientes 57 a la larga queda escrito. Pero todavía más en particular y copiosamente quiero referir la perfección y suficiencia de sus repúblicas, cuanto a la Real y única gobernación, según que ya es público, no sólo a religiosos, que son los que más desas cosas de los indios antiguos por trabajar de saber las lenguas, para las predicar, penetran y alcanzan, pero a los mismos seglares que a aquellos reinos han pasado: y dellos tengo también por escrito mucho de lo que aquí diré, que me han dado.
Es, pues, de saber, para principio desta
nuestra relación, que este vocablo o nombre Perú, por el cual los españoles llaman y significan todos aquellos reinos, no es nombre que los indios jamás conoscieron, sino que, porque la primera villa que poblaron y llamaron Sant Miguel, fue poblada en un valle que los indios llamaban Piura, la última luegua (sic, por luenga) 58, de allí se originó nombrar los españoles todas aquellas grandes tierras y reinos Perú. Y las tierras y reinos que los nuestros por el Perú, son todo lo que se comprende desde la provincia de Quito, donde fundaron una villa que dijeron de Sant francisco y que parte límites y términos con la provincia que dijimos de Pasto, hasta la villa de la Plata con los suyos. Esta distancia, de largo, será de más de setecientas leguas, y de ancho terná, por lo más, ciento y diez o ciento y quince leguas, y por lo menos, más de cincuenta. Esto es lo que llaman nuestros españoles Perú. Y pues hablamos de nombres, digamos aquí cómo aquellas gentes no sólo habían puesto nombres a cada provincia, pero a cada pueblo, y no solamente a cada pueblo, mas aun a cada
cerro y valle y rincón de toda la tierra, que aun no es mal indicio de tener buena policía.
Y cuanto a la especie de su gobernación, es de saber que siempre fue desde su principio Real y de uno, que es la más noble y más natural, como muchas veces arriba se ha dicho; y esta tuvo dos estados, o se hobo de dos maneras. El uno fue a los principios, que duró, según se ha podido examinar por nuestros religiosos, hasta quinientos o seiscientos años. Todo este tiempo se gobernaron aquellas naciones por Reyes o Señores, y estos eran como parientes mayores y padres de familias, de quien se puede conjeturar que habían todos aquellos procedido; cuya jurisdición y poderío no excedía los términos de cada pueblo; y estos pueblos unos eran mayores y otros menores. Teníanles todos gran reverencia y obediencia, y ellos los tractaban y amaban como a hijos. Tenían gran rigor en que unos a otros no hiciesen agravios e injusticias, y señaladamente castigaban el hurto y fuerza de mujeres y adulterio. Y esta gobernación es naturalísima como trae Aristóteles cuasi al Principio de su Política, de la cual queda en los capítulos de arriba hecha larga mención.
Destos Señores y Reyes pequeños (que pluguiera a Dios así fueran hoy los de todo el mundo), cada uno tenía su manera de gobierno en su pueblo, según que mejor le parecía convenía al bien público de su Comunidad; y así cada uno abundaba en su sentido, según dice cierto decreto de las provincias 59. Tenía cada pueblo su policía; tenían sus comercios y contractaciones, comutando unas cosas con otras; tenían sus leyes particulares y costumbres; su peso y medida y cuenta en todo, y lengua particular, por la cual entre sí comunicando se entendían. Tenían poca contratación con otros pueblos y provincias, si no eran estos muy propincuos. Vivían a los principios muy pacíficos pueblos con pueblos, contentos cada uno con lo que tenía; después hobo entre unos pueblos y otros algunas guerras y discordias (porque los hombres, desde la primera quel Demonio tuvo con nosotros, por simples y buenos de su naturaleza que sean, siendo muchos y se multiplican [do]? mucho, no se pueden evadir que algunas veces no rifen), principalmente sobre aguas y tierras y términos dellas. De donde vino que hacían sus pueblos en los cerros más altos y en
peñas, donde subían los mantenimientos y bebida con harto trabajo; y tenían sus fortalezas muy fuertes de cantería para su defensa, como queda tocado arriba.
Las armas suyas principales eran hondas; no tenían flechas ni arcos, más de unas como rodelas para se defender de las piedras. Esto era en las gentes de las sierras; pero en los llanos que llamaban yungas peleaban algunos con flechas sin yerba; en otras partes con dardos hechos de unas cañahejas, y en lugar de caxquillos, puntas de palmas o de güeso, y tirábanlos con amiento, los cuales eran en tirallos muy diestros y certeros. Por aquellos llanos o valles hacían los Señores sus casas en cerros, y si no les había, con amontonar mucha tierra los componían por artificio.
Toda la tierra que decimos ser comprendida en lo que llaman el Perú, nunca se supo qué fuese comer carne humana, sino fue un pedacillo de tierra, en la entrada, hacia Panamá 60. En toda la cual,
eso mismo tuvieron siempre por abominable el vicio nefando de contra natura, excepto en alguna parte de la costa de la mar, como se dice de Puerto Viejo, que algunos y no todos cometían el tal vicio; pero no por eso se dejaba entre ellos de tener por cosa vilísima. En las montañas, algunos andaban desnudos; en todo lo demás de toda la tierra, todos andaban vestidos.
La costumbre y ley que tenían de suceder en los estados y Señoríos, era: que cuando el Señor se vía viejo, y cercano por naturaleza o por enfermedad a la muerte, ponía los ojos en el hijo que para la gobernación del pueblo y bien de los súbditos le parecía; y sino tenía hijo que fuese ya hombre y para regir dispuesto, consideraba un hermano suyo o otro pariente, el más cercano, si de hermano carecía; y finalmente, si no tenía pariente, nombraba otra persona, que, consideradas muchas, escogía, que tuviese
prudencia para regir o procurar la utilidad del pueblo y a él fuese agradecido. Éste, así, dentro de sí, elegido y por tal cognoscido, encomendábale para proballo cosas del gobierno. Enviábalo con negocios y para que mandase poner en ejecución algunos mandamientos suyos en el pueblo; lo uno para quel pueblo cognosciese que aquel había [de ser] el sucesor en el Señorío, y ser su Rey e Señor, y comenzasen a tractar con él y a cobralle amor; lo otro, para que él se ejercitase y entendiese la práctica de los negocios y la gente, y cobrase buena opinión entre ellos, haciendo algunos buenos actos de gobernación, y así, se enseñase a mandar y gobernar, teniendo aún el Señor vivo, que le corrigiría y enmendaría lo que errase. Esta era infalible regla y costumbre allí, e aún en todas las Indias, según lo que tenemos entendido: nunca encargar la gobernación a muchachos, aunque fuesen sus propios hijos. Tampoco cometían gobernación a quien no supiera bien gobernar y tuviese autoridad con el pueblo. Finalmente, la sucesión de los Señoríos en aquellos tiempos, era por eleción del Señor de aquella persona que mayor probabilidad y concepto se tenía que había de gobernar bien y a provecho de la
república, y no por herencia, puesto que, si se hallaba hijo o pariente cercano del Señor, si era tal aquél era preferido a los demás. Créese haber sido la razón, parte el amor natural que los hombres a los hijos y a los que más les toca [tienen]; parte, porque parece que cuanto la persona fuese más conjunta al Señor pasado, el pueblo le tendrá mayor respecto, reverencia y amor. En algunas provincias de los yungas que se llaman tallanas, y algunos de los guacauilcas [sic, por huancavilcas] ciertas naciones tenían costumbre que no heredaban varones, sino mujeres; y la Señora se llamaba capullana 61. Los yungas son las gentes de Los Llanos.