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Bartolomé de las Casas
De las antiguas gentes del Perú

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Capítulo XV

En el cual se prosiguen la gobernación antigua y costumbres de las gentes del Perú, (conviene a saber), la diligencia que tenían en cultivar la tierra, de las acequias, de los tributos que daban en aquel tiempo primero a los Señores, de los casamientos, de las sepulturas y muchas cerimonias en ellas notables

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Tenían estas gentes gran policía y cuidado en la labor y cultura de las heredades, que allá llaman chácaras, en todo género de comida. Labrábanlas y cultivábanlas mucho bien. Tenían lo mismo gran policía por la industria que ponían en sacar las aguas de los ríos para las tierras de regadíos, primero por acequias principales que sacaban por los cerros y sierras con admirable artificio, que parece imposible venir por las quebradas y alturas por donde venía. Comenzábanlas de tres y cuatro leguas y más de donde sacaban el agua. Después,


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de aquellas acequias grandes sacaban otras pequeñas para regar las heredades, y en esto tenían muy delicada y maravillosa orden, y en repartir el agua para que todos gozasen della, que una gota no se les perdía.

Los tributos que por aquellos tiempos daban a los Señores, estos eran, (conviene a saber): que se juntaba todo el pueblo a edificarles sus casas y hacerles sus sementeras y beneficiárseles en sus tiempos, y hacían de común todas las otras cosas públicas; y así eran muy pocos y muy livianos los tributos que daban los pueblos a los Reyes y Señores. Hacíanles algunos servicios de algunas cosas menudas de comer, como fructas y otras semejantes. Cuando la comunidad se juntaba a hacer cosas que pertenecían al servicio y utilidad del Señor o de la república, el Señor los mantenía.

Guardaban grande orden cerca de sus casamientos. Ninguno se casaba con su hermana, ni con su prima hermana, ni con su tía, ni con su sobrina, hija de su hermano o hermana de su padre. Teníase tal abuso por gran delito, porque no solamente llamaban hermanas, ni madres ni hijos, a los que verdaderamente lo eran, pero a los primos hermanos llamaban


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hermanos y a los tíos padres y a los sobrinos hijos. Casábanse siempre con sus iguales: los Señores con Señoras y los plebeyos con las plebeyas. La edad de que se casaban era desque llegaban y subían de veinte años. Cuando se casaban los Señores que tenían licencia de tener muchas mujeres, con la mujer que recibían por principal, que siempre tenían entre las demás una dellas por tal, obraban ciertas cerimonias más que con las otras en señal de que había de ser la principal; y destas eran comer y beber y hacer ciertos bailes y danzas y otras alegrías más que en las otras esmeradas. Cuando había entre ambos, marido y mujer, igualdad o mayoría de parte de la mujer, siempre el varón daba a los padres de la mujer algunos dones, como eran cantidad de ovejas, carneros, vasos de plata, ciertas sillas o asientos de los en que se solían asentar 63, y algunas veces alguna mujer. Todo esto daban en recognoscimiento del beneficio que por dalle su hija rescibían, y en señal de la confirmación de la perpetua confederación, deudo y amistad que por el tal casamiento entrellos se contraía. También para que la misma mujer


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cognosciese que tenía mayor obligación a amar y servir a su marido, por el servicio que por aquello se hacía a sus padres. Y puesto que, como es dicho, se hacían algunas cerimonias para hacer diferencia de la mujer que se admitía por principal, pero de tal manera tomaban aquella una, que se casaban también con otras más o menos cuanto al número, conforme a la cualidad y posibilidad del que se casaba, no derogando a la que se admitía por principal; y esta era comúnmente la que era de más noble generación y más ilustre linaje; y si acaecía ser algunas iguales o cuasi iguales, aquella lo era que servía a su marido mejor o era dotada de algunas gracias naturales, como de mayor hermosura y disposición, o más alegre y afable, o tejía más rica ropa, o guisaba mejor de comer para su marido, y así en lo demás. Por manera, que siempre había de ser una principal, y esta tenía cargo y cuidado de la guarda de las obras y mandarles lo que habían de hacer, y con esta tenía el marido más frecuente comunicación en lo público y secreto, porque con las demás se había más como con criadas que como con mujeres iguales. Y así, los hijos de aquella principal eran más favorecidos y en todo mejorados; y si alguno


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dellos salía tal que merecía suceder en el Estado y Señorío, era preferido en él a los demás. La gente común y vulgar comúnmente no tenía más de una; tratábanse ambos como hermanos en las obras y amor, y así se llamaban entre sí hermanos.

En las gentes de las sierras, el oficio de los varones comúnmente era entender en las cosas del campo, como en las sementeras y heredades, y cazas y pesquerías y otras semejantes; y el de las mujeres en criar sus hijos, hilar y tejer y hacer ropa para sí o sus maridos y familia, guardar y curar y administrar las cosas domésticas y de por casa. Iban también con los maridos a los ayudar en las labranzas, cuando había necesidad. En algunas provincias o pueblos particulares, aunque raro, tenían costumbre contraria; porque las mujeres salían a ejercitar las obras del campo, como las labranzas, y los maridos se quedaban en casa hilando y tejendo y haciendo lo demás. Y aunque parece costumbre irracional, pero bien hay quien los excuse della, pues hobo algunas naciones que primero la usaron, y aun las de España, según queda declarado atrás. Y aquello era sólo en algunas partes de los serranos: en las gentes de Los Llanos, que


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llaman yungas, nunca la mujer se ocupaba en las cosas del campo, sino en las de casa; los maridos en las cosas que requirían salir fuera, como queda declarado.

No tenían moneda alguna para contratar, sino sólo aquello que al principio enseña la razón natural, que se llama y es el derecho de las gentes, (conviene a saber): comutar unas cosas por otras, como, ropa por comida, carne por pan, frutas por pescado, y así en las demás de que unas personas carecían y otras abundaban. En aquellos tiempos vivían muy templadamente cuanto al comer y beber y el apetito de mandar y señorear. Contentábanse con lo que había en su tierra y pueblo. No hacían pan de mahyz, sino que lo comían tostado y cocido, excepto en la provincia de Puerto Viejo, que hacían pan dello. Era gente muy partida y que comunicaba y partía con los demás cuanto comían, como si fueran ejercitados en obras de verdadera caridad. Y esto es en tanto grado y en todas las Indias común y general (de lo cual en otras gentes podríamos dar verdadero testimonio, por lo haber visto muchas veces), que, si están comiendo, por poco que sea lo que tienen, y llegan otros, aunque sean muchos


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, todo lo reparten y todos han dello de gustar y aunque no sea lo que uno cupiere sino tanto como una uña, y porque lo resciba, si no quisiese, lo han de forzar.

Era grande el cuidado que tenían cerca de sus entierros y sepolturas y difuntos, en lo cual eran en gran manera religiosos, celando y guardando los cuerpos de sus difunctos. Los yungas, que son las gentes de Los Llanos hacían sus sepolturas grandes y güecas en los campos y arenales, debajo del arena, donde los enterraban. Éstas eran de forma de una alberca cuadrada de quince o veinte és de cuadra y honda de dos estados, unas mayores y otras menores, según era la cualidad de la persona que se había de sepultar. En cada pared de las cuatro, por la parte de adentro, hacían una bóveda donde cupiesen cuatro o cinco personas, tan alta como un hombre, con una puerta pequeñita y angosta. Dentro de aquella bóveda entierran al Señor con algunas personas que él más amaba y con algunos servidores que le iban a servir allá, no tantas como de algunos de la Nueva España. Entiérranlas alrededor dél y allí todas sus joyas y vasos y piedras preciosas, y tornan luego a cerrar la portezuela


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con barro y piedra o adobes, que parece no haber allí nada. Hacen lo mismo a las otras tres partes o bóvedas, que son para en que los hijos y nietos se han de sepultar. Después hinchen de arena todo el hoyo, que dijimos ser como alberca cuadrada, hasta con el otro suelo la emparejar. Otras veces la ciegan de arena hasta el medio, por no tener quizá tanto trabajo. La gente común hace sus sepolturas mayores o menores, según la calidad de cada uno, pero todos se entierran en hueco y cubiertos con maderos y barro y como tienen la posibilidad.

Sepúltanlos a todos envueltos en muchas mantas, cada uno según tiene el caudal, cubiertos los rostros, calzados los pies, y los hombres con sus paños menores. Lávanlos primero que los envuelvan en las mantas. Entierran con los hombres los instrumentos con que la tierra o las otras cosas de sus oficios labraban; con las mujeres las ruecas y husos y los telares y aspas con que tejían y devanaban. Poníanles comida y bebida para tres o cuatro días, guisada, y en ellos no cerraban las sepolturas, parece que creyendo que habían menester comer aquel tiempo que debía de durar el camino que llevaban. Poníanlos echados, el rostro hacia


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arriba, y atábanles con unas cuerdas recias los muslos y los brazos junto al pecho, como nosotros, e cruzados.

De la misma manera que los servían en la vida era servido después de muerto de sus familiares, (conviene a saber), poniendo delante la sepultura comida y bebida, donde la quemaban; desta traían mucha todos los que lo venían en su muerte a honrar. Renovábanle la ropa, y del ganado que poseía cuando vivo, le señalaban cierta parte, que también le quemaban. Finalmente, en muchas cosas le servían después [de] muerto, como en la vida servirle acostumbraban, creyendo que su ánima vivía en otro mundo, aunque de la presente faltaba. Teníanle gran reverencia, veneración y amor y temor, lo cual, después de muchos tiempos, yendo creciendo, llegaba y se convertía en idolatría; porque muchas veces acaecía que, habiendo sido algunos Señores buenos y para sus pueblos provechosos y dellos muy amados, acaecía (sic) que, andando el tiempo, crescía tanto el amor y veneración, que por dioses los reputaban, y con sus ofrendas y sacrificios y plegarias ocurrían a ellos en sus necesidades, como a tales. Y este discurso al principio llevó en el mundo poco a poco, cuando se introdujo


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estimar los hombres ser dioses, la idolatría, como parece por el Libro de la Sabiduría, cap. 14, donde se asignan della algunas causas; y aunque los errores destas gentes, haciendo de hombres dioses, los movían a ofrecerles dones y sacrificios, y a los ídolos ropa, maíz, vino, plumas, ovejas, oro y plata y otras cosas preciosas suyas; pero, que en los tiempos antiguos, que ofreciesen hombres, nunca se ha entendido ni sospechado.

Después de sepultado el cuerpo volvíanse todos los que a las obsequias habían venido a la casa del difunto, y allí comían y bebían lo que habían traído y ofrecido los parientes y amigos antes, y sí era Señor o persona principal, juntábase todo el pueblo y también pueblos comarcanos y hacíase gran limosna a los pobres que concurrían, dándoles de comer y de beber y también de vestir, al menos a algunos. A la comida estaba presente la silla o asiento en que se solía el Señor asentar, y si el Rey o Señor principal era el difunto, había un bulto en el mismo asiento, y si no, estaba la ropa de su vestir. Poníanle también delante la comida que si él fuera vivo había de comer. Los yentes y vinientes que entraban y salían, hacían grande acatamiento al mismo


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asiento, como si allí estuviera viva la persona real. Tenía cuidado de todo este oficio funeral y que se cumpla y ordene todo y no falte alguna de las cerimonias, y de cómo y dónde se ha de abrir la sepoltura y de lo que en ella con el difunto se había de sepultar, el que sucedía en el estado, y él era solo el que los ojos le cerraba de la manera que arriba dijimos que en tiempo de Santa Lucía se acostumbraba por los romanos; lo que no habemos dicho tampoco entre aquestas gentes visto, ni oído ni hallado 64. Este lo amortajaba y hacía todas las otras cosas principales que hacerse convenía por su persona, y otras que en su presencia se hiciesen mandaba.

Llorábanlo cinco y seis días y aun diez, y si era el Señor, concurría todo el pueblo a llorallo. Había mujeres que tenían el oficio de endechaderas, como dejimos arriba que las tenían los varones ilustres de Roma 65. Éstas lloran por todos y cuentan las perfecciones y virtudes del difunto y el bien que hizo al pueblo, la


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falta que por su muerte al bien público y casa y deudos hace llorando y cantando, a la cual responde otro gran número de gente, también llorando, al propio de lo que las endechaderas y endechaderos cantan esto estando el cuerpo del difunto puesto en una plaza o patio antes de sepultado; andan en rededor dél, y en algunas partes traen los lloradores bordones en las manos, al cuerpo ceñidas las mantas. Hay otros que tallen dolorosamente flautas. Después que aquellos están cansados, asiéntanse y levántanse a llorar y hacen otro tanto. Así le lloran de noche y de día hasta que acuerdan de lo sepultar. Pónenle cada día ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada. Así mismo le sirven de comida fresca, quemándosela delante. Está la cabecera la principal mujer en amor y la madre, si la tiene, y la segunda mujer a los pies; las demás llorando bajo al rededor. De cuando en cuando todos los llorantes levantaban un ahullido muy alto y doloroso que causaba espanto. De las ovejas que para la comida mataban, las asaduras tenían puestas en unos palos colgadas delante del cuerpo todo el tiempo que no lo sepultaban, las cuales miraban de


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rato en rato los sacerdotes y adevinos o hechiceros, y según de la color que se paraban, mayormente los livianos decían el estado en que el difunto en la otra vida estaba.

Encima de las sepolturas edificaban ciertas paredes y casas sin cubierta del mismo tamaño, y allí echaban la comida ordinaria y quemaban ovejas y sebo y conejos y otras cosas, como por sufragios que, según creían se consolaban las ánimas. Sus mujeres andábanlos llorando por las heredades y por los otros lugares donde más ellos conversaban, y en algunas partes traían bordones en las manos. Por luto se tresquilan las mujeres y traen un paño grande sobre la cabeza y guardan el luto por lo menos un año; y muchas traen luto toda la vida.

De diversa manera se habían las gentes de la Sierra en hacer las sepolturas y en los entierros y cerimonias, porque en algunas provincias dellas hacían por sepolturas unas torres altas. Eran güecas en lo bajo dellas, obra de un estado en alto; lo demás todo era macizo, que, o era lleno de tierra o de piedra y canto labrado, y todas muy blanqueadas. En unas partes las hacían redondas y en otras cuadradas muy altas y juntas unas con otras y en el


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campo. Algunas hacían en cerrillos, media o una legua del pueblo desviadas, que parecían otro pueblo muy poblado, y cada uno tenía la sepoltura de su abolorio y linaje. Metían los cuerpos en unos cueros de ovejas, cerrados por de fuera, señalados los ojos y narices; vístenles sus ropas; tienen el rostro descubierto de la ropa, aunque cubierto con el pellejo de la oveja. Ponen los cuerpos asentados; las puertas de las sepolturas todas al Oriente; ciérranlas con piedra y barro por espacio de un año; ya que los cuerpos están secos, luego abren las puertas dellas; y en algunos lugares, donde los vivos duermen y, comen, ponen y tienen los cuerpos de sus difuntos. No hay mal olor, porque, allende que los meten dentro de aquellos cueros y les cosen muy junto y recio, con el mismo frío que siempre allí hace, tórnanse los cuerpos como carne momia. Los Señores ponían sus cuerpos en una pieza grande y principal de su casa, y en ella las joyas y vasos de su servicio y vestidos que se vestía y plumajes con que hacía sus fiestas; y el mismo servicio que se le hacía y tenía siendo vivo, se le hacía y tenía después de muerto; porque se le hacía su sementera de mahyz y de las de más comidas, y su vino y guisados de


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manjares, y poniánsele delante como si estuviera vivo. De allí se repartía entre sus criados y los que le servían como él lo solía hacer cuando vivía. Las fiestas que él celebraba y bailes y danzas viviendo, se le hacen y festejan después de muerto, y traen su cuerpo en unas andas por la plaza y por las heredades más principales por donde solía él andar. Esto era cuando eran muy grandes Señores y habían sido buenos para sus repúblicas; y todo lo proporcionaban más o menos, según la grandeza del estado y dignidad del Señor era mayor o menor.

Tenían en gran reverencia y usaban y guardaban exactísima religión con sus difuntos y sepolturas y entierros, y ninguna injuria se les podía cometer ni que más sintiesen, que tocarles a sus difuntos y violalles sus sepolturas. Y cerca desta materia dicen nuestros religiosos que habría muchas cosas notables que decir, si el tiempo diera lugar. Pero las dichas sobran para entender a cuantas naciones de las arriba recitadas hicieron ventaja en este tan señalado indicio y obra de razón (conviene a saber), en tener tan notable cuidado y solicitud de las sepolturas, entierros y obsequias y honra de sus difunctos; y no sólo a las naciones que fueron


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en esto tan negligentes y cuasi bestiales, pero a muchas de las que cerca dellos fueron solícitas y cuidosas y bien racionales; y también no poca hicieron en algunas particularidades a las de las (sic) Nueva España, como podrán ver los que las cosas referidas de los unos y de los otros leyeren y consideraren.






62.Este título es de Las Casas.



63.Tiyanas.



64.Así el periodo que no entendemos. La referencia es a un capítulo de la Apologética que no hemos copiado, porque nada tenía que ver con el Perú, excepto en esa ligera alusión a la leyenda de Santa Lucía.



65.Cita que está en igual caso que la anterior.






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