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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
De la universal obediencia y sumisión que al Inca se tributaba; privilegios y distinciones; educación de los hijos de los nobles; castigo de los rebeldes; unidad de lengua; piedad y caridad de Pachacútec; comía en publico en las plazas como sus vasallos
Fue grande la auctoridad y majestad que este Rey Pachacuti e sus sucesores mostraron y tuvieron; y así, todos los Señores subjectos suyos y súbditos dellos y los de todos sus reinos los tenían en grandísima veneración y era suma la obediencia y amor que les habían. Ningún Señor y Rey, por grande y rico y poderoso que fuese, podía entrar ni parecer ante él sino descalzo de sus zapatos, que llaman uxotas, y con alguna carguilla a cuestas, la cual tornaba antes que llegase a la puerta de donde Inga estaba. Lo mismo ningún Señor se asentaba delante dél en las sillas bajas junto con el suelo que
los desta Isla española llamaban duohos 98, sin su especial mandado, sino que cuando se asentaba, era en el suelo. Tampoco podía tener silla en su casa ni en otro lugar alguno si él no se la daba y licencia para que se pudiese en ella asentar.
Él andaba sólo en andas de oro macizo todas sobre hombros de hombres, y era gran dignidad y favor ser uno de aquellos que a cuestas lo llevaban, y éstos eran en muchos honores y gracias muy privilegiados, como agora son los de la boca del Emperador. Ninguno otro podía tener ni andar en andas de ningún metal ni de otra materia, por gran Señor que fuese, sin su particular licencia, y concedérsele era sumo privilegio, y en todos sus reinos no había seis a quien concedido lo hobiese, habiendo infinitos grandes Señores. A algunos Señores de los no muy grandes daba licencia y privilegio que pudiesen andar en hamacas, en que iban también a hombros de hombres, pero iban echados y envueltos como si fueran en una larga honda porque de aquella manera son; ni podían ir asentados que los viesen los circunstantes, aunque por la dispusición
de la hamaca fuera posible, porque era privilegio ir en hombros de otros asentados que se pudiesen ver. Por manera que estas gentes tenían en suma reverencia a sus Reyes y les eran obedientísimas y en gran manera subjectas.
Todos los Señores eran obligados, por haberlo él así ordenado y mandado, de enviar sus hijos, desque llegaban a quince años, a la corte, que allí se criasen y sirviesen al Señor; y tenían en el Cuzco sus casas y servicio para que aprendiesen la lengua general de aquella ciudad y policía della, y cómo habían de obedescer al Rey, y así él les tomase amor y experimentase para cuánto podían ser por su prudencia y habilidad, y ellos se desenvolviesen y aprendiesen crianza y buenas costumbres, andando en el Palacio Real, y sobre todo, para tener prendas de todos los Señores de sus reinos que le serían subjectos y no harían novedad. Mayormente se les enseñaba la obediencia y fidelidad que al Rey debían tener, porque sobre todos los delictos aborrecía el Inga los que no obedescían y se rebelaban, y estos eran tenidos por las gentes proprias y antiguas y súbditas de Inga, como los del Cuzco, en grande oprobrio, y siempre los vituperaban de palabra, y los llamaban
abçaes 99, que quiere decir traidores a su Señor; y esta palabra es la más ignominiosa y de mayor afrenta que se puede decir a hombre de todo el Perú; y así, el Inga que anda alzado contra los españoles, llama a los indios de todos aquellos reinos abçaes traidores, porque no le quieren obedecer y servir por miedo de los españoles.
Y a los que alguna vez se habían rebelado, este Rey Pachacuti no les dejaba tener algún género de armas, y siempre andaban abatidos y de todos corridos y vituperados. Y esto es cierto, que ningún hijo de Señor y Principal nascía en aquellos reinos, que no hobiese gran cuidado con él su padre sobre que aprendiese la lengua del Cuzco, y la manera que había de tener en saber obedecer y servir y ser fidelísimo, así al Rey Inga, como a sus mayores; y aquel que no sabía la lengua del Cuzco o para la saber era inhábil, no le daban jamás Señorío por la dicha causa; y aún agora se veen algunos de los Señores, puesto que todo está disipado y desordenado después que entramos en aquellas tierras; 100 el cual
mandaba a sus hijos que aprendiesen con diligencia la lengua española, y les enseñaba cómo habían de servir e de obedecer a los cristianos por la misma causa; y esto procedía de la loable costumbre que tenían en tiempo deste Rey Pachacuti Inga; y esto testifican así como aquí lo digo, los mismos seglares.
Cuando morían los padres de los niños generosos que se criaban en la corte, si eran de edad y para gobernar sabios, dábales licencia el Inga para que fuesen a heredar los Estados de sus padres y gobernar sus vasallos; pero si para gobernarlos había cognoscido no ser hábiles, proveía de Señor o gobernador como mejor le parecía convenir al pueblo; y lo mismo si no eran de edad, para en tanto que lo fuesen.
Tenía también Pachacuti Inga esta orden: que a los hijos y descendientes de los que sublimaba, poniéndolos en cargos, gobernaciones y oficios honrosos, nunca se los quitaba, puesto que los padres hiciesen algún mal recaudo, a los cuales solamente con muerte o con otra pena, según la calidad del delito, castigase. Y en esto era harto conforme con la divina ley nuestra: non portabit filius iniquitatem patris, etc.
También ordenó que todos los Reyes y Señores y personas principales de todo su Imperio hablasen la misma lengua de la ciudad del Cuzco, como más general; porque decía que así se comunicarían mejor, y comunicándose las provincias, engendrarsela entrellas amor, de donde se seguiría tener perpetua paz; y también porque los que venían de luengas tierras a negociar con él, no tuviesen de intérpretes necesidad.
No sin causa grande fue aqueste tan piadoso Príncipe de todos sus reinos muy amado, porque aunque carecía de lumbre de fe ni tenía noticia de aquel precepto divino: quod superst date elemosinam; y aquel que refiere Sant Juan en su Canonica: Qui habuerit substantiam huius mundi, et viderit fratrem suum necesse haberet, et clauserit viscera, etc.; no le faltaba piedad y compasión natural de hombre compasivo y humano para con los pobres y necesitados, ni providencia y cuidado real de bueno y virtuosísimo Príncipe, proveyendo a las necesidades extremas y ordinarias de sus indigentes vasallos. Todos a una boca, indios y religiosos y seglares, nuestros españoles cristianos afirman ser este Príncipe amicísimo y avidísimo de proveer las necesidades
de los pobres. Era solícito, y los Reyes sus sucesores siempre lo acostumbraron, de tener cuenta con los pobres y viudas y huérfanos y saber todos los que había en sus reinos, aunque eran mayores (porque diga las mismas, palabras que dice un seglar bueno que inquirió esto bien y nos lo dio por escrito) que España y Francia y Alemaña.
Tenía ordenado y mandado que todos los Señores y gobernadores que tenía puestos en las provincias, tuviesen cuidado de tener cuenta y razón, y enviársela, de cada uno de los pobres, viudas, huérfanos y menesterosos que había en su provincia, tierra y gobernación. Rescibida esta relación, mandaba que se les proveyese a todos de sus proprias rentas de suficiente limosna, no sólo para la comida y sustentación ordinaria, pero para criar los niños huérfanos y casar las doncellas que no tenían padre ni madre. Y así, con los pobres, por muchos que fuesen, los pueblos de todos aquellos reinos no rescibían vejación ni pesadumbre alguna y estaban dellos descuidados. Y para esto tenía también ordenado que ningún indio particular se moviese a ir de una parte a otra de su provincia o pueblo sin sciencia y licencia e mandado
de sus Señores o gobernadores y principales; y los que aquesto quebrantaban y andaban desmandados, eran muy rigurosamente castigados. Y especialmente había mandado tener gran rigor en que no hobiese vagabundo alguno, sino que todos tuviesen y trabajasen para tener de comer en sus pueblos y repúblicas.
Hacía otra obra de benignidad real ejemplar no sólo de piadoso humilde Príncipe y en gran manera humano, pero de caritativo Rey e cristiano, conviene a saber: que no comía vez alguna que no mandase traer e pusiese a comer consigo tres o cuatro pobres mochachos o viejos de los primeros que por allí se hallaban, que no se lee más de Sant Luis Rey de Francia.
Introdujo este Señor otra costumbre harto (por ser conforme a la simplicidad de los antiguos) loable. Esta fue, que todos comiesen en las plazas, y para la introducir, él fue quien mejor la usaba. En saliendo el Sol, él salía de sus palacios e íbase a la plaza; y si hacía frío, hacían huego grande, y si llovía, tenían una gran casa conforme al pueblo donde se hallaban. Después de haber estado un rato platicando y la hora que acostumbraban de almorzar se allegaba, venían
las mujeres de todos los que allí estaban con sus comidas en sus ollitas guisadas y sus cantarillos de vino a las espaldas; y si allí se hallaba el Señor, por su comida y servicio comenzaban, y luego servían a los demás. A cada uno servía y daba de comer su mujer, y al Señor lo mismo, aunque fuese el mismo Inga, le servía la Reina, su principal mujer, los primeros platos y la primera vez de beber; los demás servicios hacían los criados y criadas. A las espaldas de cada vecino, se ponía su mujer espaldas con él espaldas; de allí le servía todo lo demás, y después del primer plato, comía ella de lo que había traído en su plato apartado, estando, como dije, a las espaldas.
Unos a otros se convidaban de lo que cada uno tenía, y se levantaban con ello a dárselo, así de la bebida como de los manjares. Nunca jamás bebían sin que de comer hobiesen acabado. Convidábanse con el beber, cada uno a su amigo, y cualquiera que convidaba al Señor, el Señor lo tomaba de su mano y bebía de buena gana.
Fenecido el almuerzo, si era día de sus fiestas, cantaban y bailaban y estábanse allí todo el día holgando; pero sí era día de trabajo, todos se iban luego cada uno a su oficio a trabajar.
Esto hacían cada día al almorzar, que era su comida principal. A la noche, cada uno cenaba en su casa de lo que tenía; y nunca comían más de dos veces, y la principal era la de la mañana.
Comían todos en el suelo sobre un unas esteretas sentados, y diversidad de guisados, todos los más con ají o pimienta de la verde o colorada, y de cada cosa poquito, porque todo lo que aparejan para sus comidas es cuasi nada. Ninguno ha de estar mirando a los que comen que no coma de lo que los otros; porque, como ya he dicho arriba, no hay generación en el mundo que así lo que tiene con los que no tienen reparta. Y dicen de nosotros los cristianos que somos gente mala, porque comemos solos y no convidamos a nadie, y burlan de nosotros cuando nosotros nos convidamos parlando, y que ellos convidan de veras y de obra, no de palabra. Los cuales, aunque no tengan sino un grano de mahíz, lo han de partir con los que estuvieren delante, todo con abiertas entrañas, forzando de veras a los que rehúsan, cuando veen que tienen los otros poco, tomallo.
Son gente en el comer y beber muy templada; y aunque algunos en algunas fiestas solenísimas y regocijos grandes se
embeodaban, siempre lo tuvieron por vicio y por malo embriagarse. Y mayormente la gente noble tenía en poca estima el que de vino se cargaba; pero, si no se embriagaba, al que bebía mucho vino tenían por valiente hombre; y en algunas grandes fiestas se desafiaban a beber, poniendo grandes apuestas con esta condición, que aunque bebiese mucho, si se emborrachaba, nunca ganase; porque decían, que, estando borracho, ya era otro del que había apostado, y así, no le pertenecía ganar algo.
Dije que comer en la plaza era conforme a la simplicidad antigua, porque así lo dice Valerio Máximo, libro 2., cap. I. de Institutis antiquis: que antiguamente, cuando la simplicidad en el comer loable solía ser guardada y alabada, indicio de humanidad y de continencia, los grandes Señores no tenían por indecente cosa comer y cenar en público, aunque todo el pueblo los mirase.
La razón da Valerio Máximo, porque (dice él) no solían comer tantos ni tales manjares que tuviesen vergüenza de que el pueblo por ellos los reprendiese o detestase; porque tenían tanto cuidado de la templanza, que el más frecuente manjar que comer usaban, eran puchas 101
, que se hacen de harina y sal y agua. Destas puchas dice Plinio (lib. 18., cap. 8.) que no poco tiempo por pan usaron los romanos.