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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Capítulo VII
De los dioses, ídolos y fábulas religiosas
Primero que descendamos a la multitud de los dioses, se ha de saber que antes que el capital enemigo de los hombres y usurpador de la reverencia que a la verdadera deidad es debida, corrompiese los corazones humanos, en muchas partes de la Tierra Firme tenían cognoscimiento
particular del verdadero Dios, teniendo creencia que había criado el mundo y era señor dél y lo gobernaba, y a él acudían con sus sacrificios, culto y generación y en sus necesidades. Y en los reinos del Perú le llamaban Viracocha, que quiere decir Criador y Hacedor y Señor y Dios de todo 42.
Y para que se tenga noticia de los dioses que aquellas tan infinitas naciones tenían y adoraban, es de tomar por regla general, que por todo aquello que se sabe de aquella vastísima Tierra Firme, al menos desde la Nueva España y atrás mucha tierra de la Florida y de la de Cíbola, y adelante hasta los reinos del Perú inclusive
, todos veneraban el Sol y estimaban por el mayor y más poderoso y digno de los dioses, y a éste dedicaban el mayor y más sumptuoso y rico y mejor templo, como parece por aquel grandísimo y riquísimo templo de la ciudad del Cuzco, y otros en el Perú. El cual en riquezas nunca otro en el mundo se vido, ni en sueños se imaginó, por ser todo vestido de dentro, paredes y el suelo, y el cielo o lo alto dél, de chapas de oro y de plata, entretegidas la plata con el oro, no piezas de a dos dedos en el tamaño ni delgadas como tela de araña, sino de a vara de medir, y de ancho de a palmo y de dos palmos, gruesas de a poco menos que media mano, y de media y de una arroba de peso. Los vasos del servicio del Sol, tinajas
y cántaros, de los mismos metales, tan grandes, que, si no los viéramos, fuera difícil y casi imposible creerlo; cabían a tres y cuatro arrobas de agua o de vino o de otro licor, como arriba más largo en el capítulo 2 lo referimos.
Entremos ya finalmente a tratar y fenecer la materia de los dioses en las grandes regiones y reinos del Perú, donde tanta multitud de naciones y tan bien ordenadas y regidas vivían, y muy dadas y ejercitadas en la religión. Todas ellas tenían sus ídolos y dioses artificiados de piedra y madera, cada pueblo y quizá cada casa y vecino en particular. En ellos, según se decía, les aparecía el Demonio en diversas figuras, conviene a saber, que aparecía a los sacerdotes y hablaba con ellos; porque no se tiene el traidor en tan poco, que se deje ver de todos.
Dos especies de gente eran más que las otras religiosas y a los dioses más devotas (conviene a saber), las que vivían en las sierras y las de la costa. Los serranos, por lo que toca a sus sementeras, las cuales muchas veces se les perdían, dellas por falta de lluvia y dellas por sobra de nieves o hielo; los de la costa de la mar por sus pesquerías. Por estas necesidades tenían sus dioses que en aquellas cosas
presidían, y a ellos, cuando les convenía, con sus devociones y sacrificios acudían. Tenían para ellos sus templos en los picos de las sierras altísimas y asperísimas, y en la mar dentro de algunas islas. A todas las cosas que les parescía tener alguna cualidad señalada más que las otras, como si una sierra tenía un pico o alguna peña que diferenciaba de las otras y parecía mejor puesta o de más agradable, a su parecer, hechura, o alguna concavidad, creían tener alguna participación de deidad, por lo cual le tenían especial devoción y le hacían reverencia y sacrificio.
En aquellos tiempos se tuvo por dios una muy rica esmeralda en la provincia de Manta, que es la que agora llaman Puerto Viejo, la cual ponían en público algunos días y la gente simple la adoraba. Y cuando algunos estaban malos, íbanse a encomendar a la esmeralda, y llevaban otras piedras esmeraldas para le ofrecer, por persuación del sacerdote, dándole a entender, que por aquella ofrenda la salud le sería restaurada.
Tenían también a los Señores que les habían bien y justamente y con amor y suavidad gobernado y sido provechosos a los pueblos, por más que hombres, y a poco vinieron a los estimar por
dioses y a ofrecelles sacrificios y acudir a ellos, invocándoles en sus necesidades.
Estas y otras cosas tenían en veneración las gentes de aquellas provincias en todo el tiempo que precedió al señorío y reinado de los Reyes Ingas, mayormente al primero, que llamaron Pachacuti Inga, que quiere decir «Vuelta del Mundo» y porque los puso en mucha y más polida policía que la que antes tenían, y por esta polideza y mejoría les parecía que se volvía el Mundo de un lado a otro.
Pero este Rey y sus sucesores, más discreto y verdadero conoscimiento tuvieron del verdadero Dios, porque tuvieron que había Dios que había hecho el Cielo y la Tierra, y el Sol, y Luna, y estrellas y a todo el Mundo, al cual llamaban Condicibiracocha, que en la lengua del Cuzco suena, «Hacedor del Mundo». Decían que este dios estaba en el cabo postrero del Mundo, y que desde allí lo miraba, gobernaba y proveía todo; al cual tenían por Dios y Señor, y le ofrecían los principales sacrificios. Afirmaban que tuvo un hijo muy malo, antes que criase las cosas, que tenía por nombre Taguapicaviracocha; y éste contradecía al padre en todas las cosas, porque el padre hacía los hombres buenos y él los hacía malos en los cuerpos y en
las ánimas; el padre hacía montes, y él los hacía llanos, y los llanos convertía en montes; las fuentes que el padre hacía, él las secaba; y finalmente, en todo era contrario al padre; por lo cual, el padre, muy enojado, lo lanzó en la mar para que mala muerte muriese, pero que nunca murió 43. Parece aquesta ficción o imaginación significar la caída del primer Ángel malo, hijo de Dios por la criación, pero, malo por su elación y siempre contrario de Dios su Criador. Fue lanzado en la mar, según aquello del Apocalipsi, capítulo 20: Diabolus missus est in stagnum, etcétera. Decían también que el Sol era el principal criado de Dios, y que es el que habla y significa lo que Dios manda; y no iban en esto muy lejos de la verdad, porque ninguna criatura (sacados los ángeles y los hombres) así representa los atributos y excelencias de Dios (según San Dionisio, 4. de los Divinos nombres), como el Sol. Y así, como tenga y produzga tan excelentes y diversos efectos ¿qué otra cosa parece sino manifestar y publicar las excelencias
y operaciones que en estas cosas criadas obra el Criador y verdadero Dios? Por lo cual lo servían y honraban y ofrecían sacrificios; pero primero y principalmente a Conditibiracocha, Hacedor del Mundo, como a Señor de todo.
Aquel Rey Pachacuti, como comenzó a gobernar aquellos reinos, como fueran muchos juntos, como se dirá, lo primero en que puso orden fue en las cosas del cultu divino, y para esto quiso informarse de todos los dioses que cada pueblo y provincia y casa tenía; y cuando le venían a dar la obediencia, inquiría qué dioses tenían y ofrecían sacrificio y acudían en sus necesidades. Cada uno le daba cuenta de su dios, diciendo unos que tenían por su dios a la mar, como los pescadores; otros a las peñas altas, o sierras como los labradores y gente serrana; otros a las aves o a tales aves; otros a los árboles o a maderos que ellos labraban; otros había que adoraban las zorras, o leones o tigres, porque no les hiciesen daños y por persuasión de los demonios que en aquellas bestias o en figuras dellas respondían y hablaban con los sacerdotes. Otros, también decían que veneraban a Señores que habían tenido, porque los habían blanda y suavemente gobernado; y así poco a
poco vinieron en opinión que aquellos eran más que hombres.
Dándole cada uno cuenta de los dioses a quien servían y adoraban, dicen que de muchos de los dioses que le referían se reía y burlaba y dando a entender que aquellas cosas no eran dignas de ser dioses, y así se lo declaró diciendo que era escarnio tener y adorar cosas tan bajas y viles por dioses, y que no los debían de reverenciar ni ofrecer sacrificio; pero que, por no dalles pena, les daba licencia que los tuviesen como antes los tenían, si quisieren, con tal condición que sirviesen y reverenciasen por sumo y mayor dios que todos los dioses al Sol. Porque, decía él, que el Sol era la mejor cosa de todas y la que más bienes y provechos hacía a los hombres, por lo cual los hombres eran obligados a servirlo y venerarlo más que otra cosa alguna por Dios y Señor. Y para inclinarlos más a la veneración y reverencia y aceptación por cosa más veneranda que otra, después de Dios, al Sol, por su mismo ejemplo dedicó luego las casas que tenía en la ciudad del Cuzco de su padre y agüelo, y predecesores, donde al presente, su padre, que aún era vivo, y él habitaban, para templo del Sol; de las cuales se salieron y en ellas hicieron
aquel solenísimo, riquísimo y admirable templo, de que arriba en el cap. 2 hecimos mención. Estas Casas y Palacios Reales hasta entonces se llamaban Chumbichuncha, y de allí adelante se llamaron Coricancha, que quiere decir «cercado de oro», porque hizo labrar en muchas piezas excelentes más y mayores que las que había de piedra maravillosamente labrada, cercadas de planchas de oro y plata enrededor, y por mezcla en algunas partes se puso plata, como en el cap. 55 44 ya se refirió.
Puso en una pieza muy rica y señalada dellas la estatua del Sol, de bulto, toda de oro, con el rostro de hombre y los rayos de oro como se pinta entre nosotros. Esta sacaban algunas veces al Sol, porque decían que le comunicaba el Sol verdadero a aquel de oro su virtud. Hacíanle cada día dentro de aquella capilla o pieza rica grandes sacrificios, como se dirá. Mandó hacer mucho número de mazorcas de maíz, todas de oro fino, que estaban delante del Sol. Tenía dentro del mismo templo o del circuito de los edificios una huerta mediana, que hoy también vive, trayendo
la tierra muy fértil de muy lejos para plantalla, y para la regar se trujo una fuente de luenga distancia por caños labrados de maravilloso artificio, que hoy también sirve de su oficio en la misma huerta. En esta huerta se sembraba cada año maíz e otras sementeras para comida, que se ofrecía todo al Sol en sacrificio. Esta huerta cavaba y sembraba con sus propias manos el mismo Rey Pachacuti Inga y sus hermanos y deudos más cercanos, y esto estimaban por grande honor y dignidad, así en el tiempo del sembrar como en el de la cosecha. En estos dos tiempos se hacían grandes fiestas, convites, alegrías y regocijos.
Puso en este templo, para servicio del Sol, gran número de mujeres y doncellas, hijas de Señores, unas, las más principales, consagradas para mujeres del Sol; otras para criadas y sirvientas suyas; otras para criadas destas mujeres; otras para criadas de sus criadas. Sus mujeres y criadas le servían haciéndole ropa muy rica labrada por maravilla, y vino y las comidas que le ofrecían. Todas estas mujeres y criadas eran doncellas vírgines, y guardábase con tanto rigor, que si se quebrantara se tuviera por inexpiable delito, y no se castigara con menos que con crudelísima
muerte. Afirman nuestros religiosos, muy entendidos y expertos en aquella lengua, que muchas veces oyeron afirmar a los viejos dellos, nunca haberse hallado jamás falta en esto en aquellas mujeres. Era inestimable honra y dignidad ser del número dellas. Llamábanse Mamaconas, que en su lengua quiere decir Señoras Madres. Puso eso mismo en aquel templo sacerdotes que celebrasen y ejercitasen su oficio cerca del culto del Sol. Adornolo de maravillosos y ricos y grandes vasos de oro y plata para servicio del Sol. Finalmente, lo proveyó en edificios, vasos, ministros varones y mujeres, riquísima y abundantísimamente, como prudentísimo y religiosísimo, devoto y magnánimo Rey o Señor. En tanto grado se halla este Rey haber sido estudioso y vigilante cerca del cultu del Sol, tenido cuasi por Dios, aunque falso Dios, que afirman los nuestros que pluguiese al verdadero Dios, que, a ejemplo de aquel que le ignoraba, nosotros que por su benigna (sic) condescendencia le cognoscemos, cerca de su servicio fuésemos tan solícitos y devotos como él lo era para con el Sol, que creía, y estimando erraba, ser poco menos que Dios, o quizá lo igualaba con Dios, aunque confesaba haber sido hechura del verdadero Dios.
Hizo edicto público y universal en todos sus reinos y señoríos, mandando a todos los Señores y sus antiguos subjectos, y a todos los que de nuevo por sus nuevas y fama loable, venían a se le subjectar, que cada uno hiciese en los pueblos de su señorío y gobernación, conforme a la calidad del Pueblo, un templo al Sol, y lo adornase y proveyese de suficiente servicio, sacerdotes y otros ministros, a la manera de aquel que en la ciudad del Cuzco él había constituido; y que puesto que les dejaba los dioses antiguos que cada uno tenía, esto no era porque aquellos fuesen dioses, sino por condescender con ellos y contentarlos; por tanto, que ya que se quedasen con aquellos, tuviesen por principal Dios y Señor al Sol y como a tal le edificasen los templos y adorasen y sirviesen. Lo cual se puso así por obra por todas las tierras de su Señorío, que ni poco ni mucho era sino unas mil y tantas leguas.
Y así, en cada provincia, aunque había templos dedicados a particulares dioses, siempre el más principal y suntuoso y de mayor veneración era el del Sol a ejemplo y semejanza del que el gran Rey constituyó, en la ciudad Real del Cuzco al Sol. Del cual está hoy en pie la mayor
parte de los edificios, aunque no con la riqueza y servicio que antes tenía, porque allí se hizo un convento de la Orden de Santo Domingo; pero hay hoy vivos algunos viejos, que eran de los dedicados al servicio de aquel templo, y viejas de las vírgenes Mamaconas.
Digna cosa es esta de mucha consideración, que un hombre sin fe ni cognoscimiento del verdadero Dios, o al menos no parecía que tenía más que los otros, con sola la lumbre de la razón natural conosciese que aquellas cosas que los otros estimaban y servían por dioses, no merecían tal reverencia y servicio como se debe a Dios; e ya que él erraba, escogía al menos la más excelente de las criaturas por Dios, entendiendo y confesando tácitamente, que la cosa que en las cosas es la mejor, aquella merecía y merece ser Dios; y cuanto más que, como arriba queda dicho, expresamente cognoscía que el Sol era criatura del verdadero Dios.
Consideremos también, que si aquél alcanzara fe y cognoscimiento del verdadero Dios, ¿qué fueran los templos, cuáles los ministros, cuántas las riquezas, las cerimonias, los sacrificios que constituyera por honra del divino nombre y ejercicio de la cristiana religión? Al menos, creíble
cosa es, que si no pudiera hacer más y mejores las cosas, hiciérelas con mayor certidumbre y confianza de la remuneración, y más íntima y suave devoción que las hacía por el Sol.
Con esto cierro la materia y relación de los dioses de más de tres mil leguas de tierra destas nuestras Indias; lo cual basta para conjeturar que todas las demás naciones que hay, de que aún no tenemos noticia, serán en esto semejantes a las referidas, poco menos o poco más.
Acerca de Viracocha escribe Las Casas en el capítulo 104 de su ológrafo:
La tercera razón que me movió a detenerme y aquí estos pedazos de fábula [la de Saturno], fue, para que, si entre los sabios antiguos que por sabios eran tenidos, se fingieron ficciones que parecían desvaríos, las cuales, empero, tenían sus morales y prudentes significaciones, por las cuales los poetas sapientísimamente a componerlas se movían, como en el cortamiento de los miembros del cielo y nacer Venus de la sangre y espuma de la mar, ninguno de los que poco saben se maraville que aquestas indianas gentes digan que los españoles fueron espuma de la mar, que los llamen Viracochas, que quiere decir espuma o grosura de la mar, como las gentes naturales del Perú dicen, según los españoles que poco del lenguaje saben; pero según la verdad que verdaderamente alcanzan solos los religiosos, porque la entendían y trabajan de penetrarlas lenguas para convertir a Dios aquellas gentes; Viracocha quiere decir Criador de todas las cosas, el cual nombre pusieron a los españoles. Luego que los vieron, creyendo que venían del cielo y eran sanctos; pero después que cognoscieron sus obras, escarnecen dellos, [por] compatibles tal nombre tanto como al negro Juan Blanco. Porque ellos tienen sus metáforas y significaciones dellas; tienen sus teólogos, sus profetas o adivinos, y no menos de poetas y oradores, y tienen sus cuentos antiguos y refranes o proverbios graciosos, que contienen muchos documentos de verdadera y moral filosofía.