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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Capítulo XII
De los sacrificios, ritos, adoraciones, fiestas religiosas
Réstanos de aquí adelante por referir, para fenecer la materia que traemos entre manos, los sacrificios que las naciones infinitas de los reinos del Perú ofrecían a Dios y a sus dioses. Para comienzo de lo cual, hase de considerar que dos estados tuvieron aquellos reinos principales: uno fue antes que los Reyes Ingas comenzasen a reinar, cuando las gentes dellos vivían más
simple y rudamente contentándose con solo natural, sin tanta delicadez de policía como después introdujeron los Reyes Ingas. En este tiempo primero fueron muy religiosos para con sus dioses, los cuales arriba dijimos, hablando dellos, eran los buenos Señores que bien y amorosamente los habían gobernado, y otros, en cuyo error la ignorancia e industria de los malos ángeles los había precipitado. A estos servían con gran vigilancia, y en cuanto ellos podían los agradaban o agradarlos imaginaban mayormente los habitadores de la sierra y los que cerca de la mar moraban. Los primeros, porque los dioses les diesen los frutos de la tierra; y los de la costa, que comúnmente suelen ser pescadores, porque les deparasen buenos lances de pescado y los guardasen de los peligros de la mar; por lo cual tenían sus templos en ciertas isletas. Las ofrendas y sacrificios que les hacían eran de ovejas, de plumas pintadas, de maíz, de vino, y de ropa hecha de lana de muchos colores, y de todas las otras cosas que ellos tenían entonces por preciosas. Nunca se ha entendido que por aquellos tiempos se ofreciesen hombres.
El otro estado y tiempo fue después que comenzaron a señorear y gobernar
los Reyes Ingas, los cuales en lo temporal y espiritual fueron muy delicados y muy proveídos en la orden que dieron en su policía. Desde aqueste gobierno destos Reyes Ingas, comenzó la religión, así como todo lo demás, a florecer y afinarse más que en los tiempos antiguos. Fueron, pues, los sacrificios destos tiempos postreros en dos maneras: unos generales, que se ofrecían por toda la república y en su nombre; otros, particulares, que cada persona particular ofrecía por su devoción y según sus necesidades.
Los generales fueron en tres maneras: porque unos eran cuasi diarios y comunes; otros, en ciertos tiempos del año; otros en tiempo de algún infortunio y necesidad de hambre, o enfermedades o semejantes adversidades. Los comunes eran como haciendo gracias a los dioses, principalmente al Sol, por los beneficios rescebidos y que se recibían cada día; y éstos eran de cosas comunes, como de unos animalejos que parecen gazapos de conejos, que en la lengua de la isla Española llamaban curies (la penúltima sílaba luenga), y sebo de animales, ovejas y carneros, uno o dos dellos. Estos sacrificios se ofrecían en los templos principales del Sol cada día, quemando todas aquellas
cosas los sacerdotes que estaban deputados para ello. También ofrecían de sus vinos en mucha cantidad, y ofrecíanlo desta manera: que tenían en los templos una pileta de piedra muy linda, debajo de la cual había un sumidero, donde lo derramaban y se consumía 51.
Otros sacrificios se ofrecían en ciertos tiempos, unos cada mes al principio que parecía la Luna: estos eran de las mismas cosas, puesto que en mayor cantidad como tres veces más de lo común de cada día. Otros eran más grandes, dos veces en el año (conviene a saber), una cuando hacían sus sementeras, porque fuesen fértiles y prósperas; y otra cuando las cogían, porque se las había dado de Dios o el que ellos pensaban que lo era.
Estos sacrificios eran de las mismas cosas, pero en mucho mayor cantidad y copia, y de otras cosas particulares, como de la yerba coca, que tanto entrellos vale y es preciosa. Ofrecíanles también ropa de lana hecha en vestidos; vestidos de varón si fingían el ídolo ser hombre, y de mujer, si la fingían diosa mujer.
Tenían otros sacrificios generales en los tiempos de gran necesidad, de hambre o mortandad, la cual, si era muy grande, sacrificaban niños y niñas inocentísimas, que no tuviesen pecado alguno; y éstos sin los animales y las otras cosas, porque tales sacrificios eran más que otros copiosos, siempre más o menos, según el infortunio que ocurría era mayor o menor.
Todos estos sacrificios eran de bienes de la comunidad, y para que siempre hobiese provisión, había ovejas en gran número, y otros animales que el Rey había mandado recoger de todo el reino y de las ciudades, dedicados y consagrados a esto de muchos años antes. Daban también de sus ganados para estos sacrificios, por su devoción, muchas personas particulares. Todo lo cual se contaba y se hacía trato o tratos dello, y con aquel título se guardaba y beneficiaba.
Ya dijimos arriba en el cap. 7, donde hablamos de los dioses, cómo en aquellos reinos principalmente se adoraba Conditiviracocha, que tenían ser el Criador del Mundo y Señor dél y de todas las cosas; y que el Sol decían ser el mayor y mejor criado suyo, el cual hacía todo lo que su señor Conditiviracocha le mandaba y que hiciese ordenaba. Y así, todos los sacrificios
que hacían, principalmente al Criador y Señor de las cosas Conditiviracocha los enderezaban. A éste, pues, en especial, tenían costumbre de sacrificar cada Luna nueva, cuatro o cinco hombres, mujeres y mancebos, todos vírgines, que no tuviesen alguna mancha de pecado. Estos sacrificaban en dos isletas que había en dos lagunas, la una en el Collao, cuyo templo se llamó Titicaca; la otra laguna es en la provincia de los Carangas 52, Al Sol, que era el principal, criado de Dios Criador, honraban y sacrificaban grandes sacrificios, quemándole ovejas, carneros y sebo, coca y otras cosas muchas, cosas (sic) que se podían quemar; vino (sic) y de lo mejor de sus vinos. Ofrecíanle chaquira, que son unas cuentas muy menudas comí o aljófar muy menudo, y aquella de oro, que es de las más artificiosas y preciosas que ellos hacen y en más estiman. Algunas veces, dicen, que, aunque muy raro, le ofrecían algún hombre. Pero para más dar a entender, porque es digno de oír e nuestros españoles vieron una fiesta que hacían al Sol, dándole gracias, mayormente por la cosecha de los frutos, será bien aquí referilla.
Había un llano a la salida de la ciudad del Cuzco, hacia donde sale el sol, al cual sacaban en amaneciendo todos los bultos de los Reyes y Señores pasados que estaban en los templos de la ciudad, que eran muchos. Los más dignos y de mayor autoridad ponían debajo de muy ricos toldos hechos de pluma, por muy lindo artificio hermosos y labrados. Desta toldería y de una banda y de otra se formaba una gran calle, que ternía un tiro bueno de herrón de treinta pasos de ancho. Salía el Rey Inga con más de trescientos Señores, todos orejones caballeros de gran nobleza y sangre, a los cuales ninguno se allegaba, por Señor que fuese, si era de otro linaje. Hacían dos coros estos Señores, como procesión, en medio de la calle, tanto a una como a otra parte. El Rey Inga tenía su tienda en un cercado con una silla y escaño de oro muy rico un poco apartado de la hila de los dos coros. Salían todos aquellos caballeros orejones muy ricamente vestidos con mantos, camisetas ricas de argentería y brazaletes y patenas en las cabezas, de oro fino muy relumbrante. El Rey siempre salía más rico que todos. Salidos allí, estaban muy callando esperando que saliese el Sol, el cual, así como comenzaba a salir, comenzaban ellos
a entonar con gran orden y concierto un canto, meneando cada uno dellos un pie a manera de compás, como nuestros cantores de canto de órgano. Y como el Sol se iba levantando, ellos entonaban su canto más alto, y al entonar, levantábase el Rey con grande autoridad 53 y poníase en el principio de todos y era el primero que comenzaba el canto, y como decía, decían todos. E ya que había estado un poco en pie, volvíase a su silla y allí estaba negociando y despachando a los que negocios traían; y algunas veces, de rato en rato, íbase a su coro 54, y estaba un poco cantando y volvíase a su silla y negociaba y proveía lo que ocurría ser necesario. Y cuanto el Sol se iba encumbrando hasta el Mediodía, tanto, levantaban ellos las voces; y de Mediodía abajo las iban ellos bajando, teniendo gran cuenta con lo que el Sol caminaba; y así estaban todos cantando desde quel Sol salía hasta que se ponía del todo.
En todo este tiempo se hacían grandes oblaciones al Sol. En una parte donde cerca de un árbol estaba un terrapleno,
estaban unos indios que en un gran huego echaban muchas carnes de ovejas donde las quemaban y consumían en él. En arte mandaba el Rey echar muchas otra ovejas a la gente pobre que allí estaba llegada, que anduviesen a la rebatiña, quien más pudiese haber, cosa que causaba mucha alegría y pasatiempo. A las ocho del día, salían de la ciudad más de docientas mujeres mozas, cada una con su cántaro nuevo grande, que cabía más de arroba y media, llenos de chicha, que es su vino, embarrados, con sus tapaderos, los cuales todos eran todos nuevos y de una misma forma y manera y con un mismo embarramiento. Venían éstas de cinco en cinco con mucha orden y concierto, esperando de trecho en trecho, y ofrecían aquello al Sol y muchos cestos de la yerba coca, que ellos tienen por tan preciosa.
Hacían muchas y diversas cerimonias, que serían largas de contar, y baste decir que, a la tarde, cuando el Sol quería ponerse, mostraban ellos en el canto y en sus meneos gran tristeza por su ausencia enflaqueciendo de industria las voces mucho; e ya cuando del todo desaparescía el Sol de la vista dellos, hacían una grande admiración, y alzadas o puestas las
manos, lo reverenciaban con profundísima humildad. Luego alzaban el aparato puesto para la fiesta, quitándose la toldería o tiendas y cada uno a su casa se iba, llevando las estatuas a sus adoratorios. Todo esto hicieron ocho y nueve días arreo con la mesma orden e solenidad y autoridad quel primero.
Aquellos bultos o estatuas que ponían en los toldos, eran de los Reyes Ingas pasados, Señores de la ciudad y reino del Cuzco; cada uno de los cuales tenía muchos hombres de servicio, que les estaban todo el día mosqueando con unos ventalles de Pluma de cisnes de spejuelos, muy ricos. Ternían también sus mujeres Mamacomas en cada toldo doce y quince, las monjas y beatas que habemos dicho.
Concluidas todas las fiestas, el último día llevaban muchos arados de mano, los cuales antiguamente solían ser de oro, y acabados los oficios, tomaba el Rey un arado y comenzaba a romper y arar la tierra, y lo mismo hacían todos los otros Señores, para que de allí adelante por todos sus reinos hiciesen lo mismo; porque sin que el Rey hiciese esto, ningún hombre había que osase arar la tierra ni tocar en ella, porque tenían por cierto que ningún fruto daría.
Hacíanle otra manera de servicio y honra: que tenían su imagen o figura hecha de bulto de oro toda, con su rostro de hombre, con sus rayos alrededor, como le pintamos nosotros. Esta tenían siempre aposentada en cierta capilla dentro del templo muy rica de oro, la cual sacaban ciertas veces al Sol, porque tenían opinión que le daba virtud el Sol, sacándolo a él. Terníanle también hechas mucha cantidad de mazorcas de mahíz (como arriba dijimos hablando de los templos), todas macizas de finísimo oro, puestas antes que entrasen donde estaba el Sol. -El Sol escondieron los indios que nunca pareció. Dicen los indios que el Inca que esta alzado lo tiene consigo 55. -Ningún indio común osaba pasar por la calle del Sol calzado, ni aunque fuese gran Señor entraba en las casas del Sol con zapatos. Y esto todo cuanto a los sacrificios generales y comunes.
Cuanto a los particulares que cada uno de su voluntad ofrecía sin necesidad y por su devoción o según la ocasión que se le ofrecía, era sacarse los pelos de las cejas y soplábalas hacia el Sol o hacia el templo; echar plumas pintadas; echar coca;
quemar sebo y de (sic) los animalejos dichos curíes. Si la persona que ofrecía tenía más caudal, quemaba ovejas; echar vino de lo que ellos tienen por mejor; ofrecer pedacillos de oro y de plata y de cobre, cada uno del metal que puede y así la cantidad.
Lo mismo era de las comunidades, que según cada pueblo y lugar era poderoso, en bienes y riquezas, así más o menos en los sacrificios se esmeraba. Para cumplimiento de lo cual tenían sus ganados y heredades y bienes hechas y contribuidas (sic) por toda la comunidad. Y esto conforma mucho con lo que el Filósofo dice, en el 7. de la Política, cap. 10, De la ciudad bien ordenada (conviene a saber), que los sacrificios que se han de ofrecer a los dioses por la ciudad, se contribuyan y cojan de todos los vecinos, dando cada uno su parte: praeterea in sacrificiis cultuque, deorum, sumptus comunes esse debeat totius civitatis, etc. Hec Philosophus.
Todas las veces que comían coca, ofrecían coca al Sol, y si se hallaban junto al huego, la echaban en él, por manera de adoración o reverencia, como a criatura de Dios. Cada vez que sobían algún puerto de nieve o frío, en la cumbre tenían un gran montón de piedras como por altar,
y en algunas partes puestas allí muchas ensangrentadas saetas, y allí ofrecían de lo que llevaban. Algunos dejaban allí algunos pedazos de plata, otros, de oro, otros, pelos de las pestañas, otros, de las cejas, otros, de algunos cabellos. Tienen por costumbre caminar por allí con gran silencio; porque dicen que si hablan, se enojarán los vientos y echarán mucha nieve y los matarán.
El fundamento sobre que fundaban toda la veneración del Sol, era porque decían que criaba todas las cosas y que les daba madre. Al agua, porque mojaba la tierra, decían que tenía madre, y teníanle hecho cierto bulto. Al huego, y al maíz y a las otras sementeras decían que tenían madre y a las ovejas y ganados. Del vino, decían que la madre era el vinagre. A la mar decían que tenían madre (sic) y que se llamaba Machimacocha [sic, por Mamacocha]. El oro tenían que eran lágrimas del Sol cuando el Sol lloraba.
Era tanta la religión y ejercicio della que aquellas gentes tenían, que si les nacía un hijo o tenían alguna prosperidad o cosa que les diese placer, o habían de comenzar alguna obra, primero ofrecían sacrificios al Sol, por el beneficio rescebido, dándole gracias copiosas.
Todos los sacrificios dichos que se hacían a los ídolos y cosas inanimadas, aunque iban todos enderezados, como se dijo principalmente a Conditiviracocha, Criador de todo, también los hacían a los cuerpos muertos de los Reyes y de otras notables personas que habían hecho algunos bienes señalados a las repúblicas; para lo cual tenían heredades y hatos de ganados y servicio de hombres y mujeres que las servían, y vasos de plata y oro como lo tenían y eran servidos cuando eran vivos.
Hacían una cerimonia como penitencia cuando se hallaban haber ofendido en algún pecado, y esta era, que se iban al río y se desnudaban y lavaban todo. Creían, como ya es dicho, muchas naciones, que las aguas tenían virtud de quitar o lavar los pecados; y esta errónea opinión creo que tenían y tuvieron todas estas indianas naciones, pues tan frecuentes y espesas veces se lavaban todos, no sólo cuando estaban sanos, pero cuando muy enfermos y como primer remedio y último. Y en ESTA ISLA e islas fue muy ejercitada y frecuentada esta cerimonia y uso. Si sentía el pecador que su pecado era grande, tomaba por penitencia y remedio quemar los vestidos que a la sazón tenía cuando lo cometió.
Ya se dijo arriba, cuando de los sacerdotes y monjas que había en aquellos reinos del Perú, cómo ordinaria y perpetuamente aquellas tenían cargo de hacer y labrar muy rica ropa y alhajas y hacer los vinos y tener provisión y abundancia dellos, todo para los sacrificios y servicio y cultu del Sol.
Y con todo, esto damos fin a la materia de los sacrificios antiguos de las gentes idólatras antiguas y de las modernas, que para que las convertiésemos enseñándoles la vía de salvación nos las descubrió Dios: ¡gracias a Dios! Creo que por los unos y por los otros ritos y religión tantos y tan innumerables han sido los que habemos recitado, que no puede descubrirse alguna otra nación que por pocos o por muchos diversos y exquisitos que sean los que a sus dioses ofrezca, que no se pueda reducir a alguna especie de los dichos, y lo mismo de la que más concierne a la religión o superstición.