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Bartolomé de las Casas
De las antiguas gentes del Perú

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Capítulo XX

De los puentes y acequias, templos y Casa Reales que ordenó Pachacútec; de los términos y mojones que señaló a cada provincia, y los tocados y formas de la cabeza con que se distinguían unos de otros los naturales dellas

Proveyó de mandar este Príncipe, que en todos los ríos principales, por ambos lados caminos reales, mayormente por el de la Sierra, se hiciesen puentes, los cuales se hiciesen maravillosos y de mucho artificio e ingenio. En lo más angosto de los ríos, que son caudalosísimos, por donde va el camino real, edificaron de una parte y de otra a la lengua del agua, ciertos pilares de cal y canto o piedra, muy anchos y muy altos. Del uno al otro iban cinco maromas tan gruesas como el muslo, de bejucos, que son como correas de la manera de las de la yedra, puesto que mejores y muy más recias. Sobre ellas tejían


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de varas muy delgadas un cañizo tan ancho como braza y media. Dende los lados sobían otras sogas gruesas tejidas como red, tan altas como hasta los pechos, a manera de barandas. Echaban mucha yerba como cáñamo y muy espesa en el cañizo, porque pasaban por las puentes hombres y mujeres y niños y bestias, las que ellos tenían, como ovejas y carneros, y lo que mucho más es, los españoles con sus caballos.

Había siempre dos puentes juntas, una por donde pasasen los hombres, y otra para las mujeres; y en muchas provincias, en especial en las de Los Llanos, había lo mismo dos caminos para ir a los lugares y pueblos, el uno de los varones y el otro de las mujeres.

El artificio con que sacaban las aguas destos poderosos ríos por acequias y traellas por las sierras altísimas y repartillas y aprovecharse dellas sin que se les perdiese gota, dicen algunos españoles, que, al parecer de muchos, pocos ningunos les hicieron ventaja de los nascidos. Descendían las aguas por aquellas acequias para regar los llanos y valles donde nunca jamás llueve, con las cuales regaban sus heredades y sementeras, que todos aquellos valles no parecían sino unos vergeles


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hechos de mano, pintados todos de arboledas y yerbas por las hileras de las acequias, como si fueran cada un paraíso de deleites; y tanto los encarecen los nuestros, que afirman en todo lo más de la redondez del mundo más hermosos ni más bien labrados y adornados no se figurarían.

De los otros edificios de los templos y de sus Casas Reales que mandó hacer en diversas partes tan sumptuosos y tan riquísimos, y la fortaleza que hizo o mandó hacer en su ciudad Real del Cuzco, puesto que algunos indios la atribuyen a su hijo Tepa Inga 96, que le sucedió inmediatamente, asaz queda en los caps. 2 y 7 dellos dicho.

Mando que todos los pueblos pusiesen límites y amojonasen sus términos de ciertas señales o mojones pequeños, pero los de las provincias los pusiesen mayores y más señalados; porque los pueblos de cada provincia eran cuasi todos una misma cosa, por estar debajo de un Señor; mas, los de una provincia parece (sic) ser más distinctos y haber otras distinciones, y así convenía que fuesen mayores.

Tenía ordenado por todos sus reinos,


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que todos los vecinos de cada provincia, que eran diez mill vecinos, trujesen sobre su cabeza una señal en que fuesen cognoscidos de los de las otras; y así, unos traían unos aros de cedazos; otros los cabellos hechos cuerdas muy menudas y muy largas; otros unas trenzaderas negras de lana de tres o cuatro vueltas, de anchor de cuatro dedos; otros otras trenzas de largor de dos o tres brazas, de anchor de un dedo, también de lana; otros unas hondas de un hilo como de cáñamo; otros un gran pedazo de lana hilado, largo como madeja; otros unos pedazos muy largos y muy delgados de una toca muy de algodón, revueltos a la cabeza como almaizar morisco. Finalmente, no había provincia en toda la tierra, con ser innumerables, que los vecinos de cada una no trujesen su señal en la cabeza, que entrando en la plaza de la ciudad del Cuzco, en la cual entraban por cuatro partes, como en cruz, y viéndolos de lejos, no cognosciesen de qué provincia eran, sin que más del traje viesen; y esto hasta hoy dura.

A aquesta diligencia destas señales para cognoscerse las personas de qué provincias eran, parece poderse ayuntar la costumbre antigua, que también tenía cada


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provincia, de formar las mismas cabezas, porque fuesen cognoscidos los vecinos de cada una della; y así, cuando infantes, que acababan de nascer, y de allí adelante, mientras tenían las cabezas muy tiernas, les ataban ciertas vendas o paños con que se las amoldaban según la forma que querían que tuviesen las cabezas; y así, unos las formaban anchas de frente y angostas del colodrillo; otros anchas de colodrillo y angostas de frente; otros altas y empinadas, y otros bajas; otros angostas; otros altas y angostas; otros altas y anchas, y otros de otras maneras; finalmente, que en las formas de las cabezas tenían muchas invenciones, y ninguna provincia, al menos de las principales, había que no tuviese forma diferente de las otras de cabezas.

Los Señores tomaron para sí e para todo su linaje, que se llamaba Ingas, tres diferencias de cabezas, puesto que después algunas dellas comunicaron a otros Señores de algunas provincias, sin que fuesen del linaje de los Ingas, por especial privilegio. La una era que acostumbraron a formar las cabezas que fuesen algo largas, y no mucho, y muy delgadas y empinadas en lo alto dellas, y lo que a mí parece; por haber visto alguno de los


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Señores del linaje de los Ingas, la forma dellas era ni más ni menos que la de un mortero. La segunda fue, que andaban siempre tresquilados, no muy atusados sino como tresquilado de tiempo de seis meses. La tercera, que traían una cinta negra de lana del anchor de un dedo y de tres o cuatro varas en largo al rededor de la cabeza. Y allende desto, el Rey o Señor supremo, que antonomatice y por excelencia llamaban Inga o Capac (que significa emperador y soberano Príncipe), traía al cabo desta cinta una borla colorada o de grana, grande y de fina lana, que le colgaba sobre la frente hasta casi la nariz, la cual echaba él a un lado cuando quería ver; por autoridad y majestad echábasela en medio del rostro, porque no le mirase alguno en él sino cuando él quisiese que le viesen.






96.Tupac Inga.






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