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Bartolomé de las Casas
De las antiguas gentes del Perú

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Capítulo XXIII

De los contadores mayores que instituyó este Inga y de sus cargos y atribuciones, y cómo llevaban sus cuentas y con qué. De los tributos y distribución de las provisiones de boca almacenadas en los depósitos. Comparación de los Señores y gente de Los Llanos con los de la Sierra, en sus costumbres, trajes y género de vida

Proveyó este Rey prudentísimo que hobiese por las provincias de sus reinos contadores mayores en los asientos arriba dichos donde había grandes depósitos. Estos tenían tanta cuenta y razón en todo lo que se sustentaba y gastaba y repartía y a quién y cómo y cuándo y por qué causas, que era cosa digna de toda memoria y admiración. Tenían cuenta de todos los que nascían y se morían y de qué enfermedades; cuántos niños, cuántos muchachos y muchachas, cuántos viejos y viejas; cuántos se habían absentado de cada provincia y por qué causa; cuantos y de dónde a ella habían venido y todo el número de la gente que había, que uno solo no erraba. Este contador


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mayor tenía en cada pueblo un teniente y contador menor, que llamaban Llactacamayoc, que quiere decir la guarda del pueblo. Estos daban cuenta muy por menudo al mayor, que habitaba en el asiento principal, de todas las cosas que a su cargo estaban, y el mayor luego en la suya lo asentaba.

Cuando el Rey pasaba con ejército o sin él, que se gastaba o distribuía mucho, poníase por cuenta todo el mahíz, todas las comidas, todas las ropas, los calzados, las armas, las hondas, los arcos, las flechas, las porras, las lanzas, las rodelas, y hasta las piedras cuántas se daban para tirar con las hondas; por manera, que no se daba cosa, aunque se diese y repartiese a cient mill soldados, que no se asentaba y quedaba del cuándo y cómo y cuánto y a quién, razón y memoria y recuerdo.

La cuenta de aquellas gentes del Perú no eran pinturas, como la de la Nueva España, y tampoco era como la nuestra, porque ambas fueran harto fáciles, sino otra más que todas memorable y admirable. Y eran unos ñudos en unas cuerdas de lana o algodón. Unos cordeles son blancos, otros negros, otros verdes y otros amarillos y otros colorados. En aquellos hacen unos ñudos, unos grandes y otros


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chicos, como de cordón de Sant Francisco, de unidades, decenas, centenas y millares, por los cuales más fácilmente se entienden que nosotros con nuestras cuentas de alguarismo y de las llanas; y lo que más de todo nos admira, que están tan diestros y resolutos en aquellas cuentas, aunque sean viejas de muchos años, que si agora se les pidiese cuenta de los gastos que se hicieron pasando la gente de guerra del Rey Guaynacapa, que murió más ha de treinta y cinco años, la darían tan verdadera, que un grano de mahíz no faltase. Tienen destos cordoncillos llenos de ñudos sus rimeros tan grandes y tantos, que tienen casas llenas donde saben o tienen memoria de sus antigüedades. Cosa dignísima de oír e de ver y saber más que admirable.

Cerca de los tributos con que las gentes de sus reinos le servían, ordenó este Príncipe, y después dél los sucesores siempre lo guardaron, que el principal tributo fuese aquellas sementeras que están dichas en cada provincia. Dellas le llevaban los más propíncuos alguna comida donde él estaba; lo demás se encerraba en los depósitos que para ello eran edificados, para gastarse en las obras que ya se han dicho. También si venía algún año estéril


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sacaban de aquellos depósitos y repartíase por la comunidad. Servíanle eso mismo con tributos de las demás cosas que alcanzaban en sus tierras y con algún pescado que le traían de la mar y de los ríos, todo en muy poca cantidad, más por el recognoscimiento del Señorío, que por el provecho que dello había. Y por esta causa, nuestros religiosos, escudriñando esto, han oído a viejos indios, que de ciertos pueblos que había en los arenales estériles, donde pocas cosas provechosas se daban, se contentaba este Señor con que le tributasen algunas lagartijas, porque allí se criaban muchas.

Los Reyes y grandes Señores le servían con algún oro y plata y con vasos hechos dello, esto, no cosa limitada, sino lo que a cada Señor le parecía; y no de todas las tierras y provincias, sino de solas aquellas donde había minas.

Item, en todas las minas principales estaban indios cierta parte del año que le sacaban oro, no más de tres o cuatro de cada provincia, y de aquellas provincias questaban junto con las minas. Estos estaban allí con sus casas el tiempo que les cabía, y dábales de comer la república que allí los ponía. Y esto era muy poco; porque aquellas gentes y los Señores dellas


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hizo Dios y la Naturaleza muy desnudos de cudicia de oro y plata, porque de nada les servía para la sustentación humana y natural, y como de cosa superflua, ya que lo habían en tanta cantidad, usaban destos metales para vasos y tazas para beber y comer, y para las sillas en que se asentaba el Inga, y algunas joyas para se adornar y que para esto era menester; y principalmente todo lo empleaban en el culto divino y para el servicio y honor de Dios verdadero, o de aquello que estimaban por verdadero Dios. Para esto (ya que faltaba la cudicia de athesorar) bastaba lo que cada provincia daba, que era poco; sino que como eran muchas, allegábase mucha cantidad. Y no daba entonces a un Rey tan poderoso toda una provincia que tenía diez mill vecinos cuanto es lo que agora contribuye un pueblo de quinientos a uno de los españoles que llaman comendero (sic); y esto es cierto, y así lo afirman los que allí lo han examinado y averiguado, que son siervos de Dios.

Tributaban también algunos dellos ropa de lana, y éstos eran los serranos; y los yungas, que son los de Los Llanos, servían con la hecha de algodón. Esta era muy fina y muy curiosa, de diversidad de colores


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finísimos, que hacen de ciertas yerbas. Era cosa de ver y digna de admirar. Y para la más della daba el mismo Señor Inga de sus ovejas la lana, y el pueblo solamente servía con la industria y artificio de hacella.

Ninguno daba tributo en cosa que en su tierra no tuviese.

Destas ropas andaban todas aquellas gentes vestidos, por orden y mandamiento de Inga, este Príncipe (sic), los de la Sierra las vestiduras de lana, y los de Los Llanos, de algodón, hechas todas de una misma hechura: los hombres unas camisetas como camisas, sin collares, las mangas hasta los codos, y de largo hasta poco más de la rodilla, y encima de las camisetas unas mantas de dos varas y media en cuadro, y estas se cubren sobre las camisetas como capa. Traen todos unos pañicos menores como los religiosos de Sant Francisco, excepto que los serranos usaban aquellos pañetes desde que eran de diez y ocho años arriba, y los de Los Llanos, los niños cuasi desque nascían. Las mujeres serranas traían sobre las camisetas unas mantas grandes hasta en pies (sic), ceñidas con unas cintas grandes de lana de muchas vueltas y tan anchas como un palmo, y presas aquellas mantas


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con unos alfileles muy grandes, tan largos como un palmo y tan gordos como una paja de trigo, sin cabezas, y en lugar dellas, unas como hojas de naranjo, Son estos alfileles de oro y de plata y de cobre, según el estado y calidad o dignidad de la persona. También aquellas cintas que dije, traían los Señores de oro y de plata muy primas. Encima destas mantas traían cubiertas unas otras (sic) mantas como mantellinas largas, que cubren los brazos y hastas (sic) las corvas.

El traje de las mujeres de Los Llanos es una saya larga de hasta la garganta del pie. Las Señoras la traen ceñida, y encima desta una mantellina como las de la Sierra; todo esto de algodón, hábito, cierto, honestísimo, porque sube hasta el cuello.

Estas naciones de Los Llanos tenían en gran veneración a los de las sierras, así Señores como súbditos, así como un escudero tiene respecto a un Grande, y por el contrario, los de las sierras estimaban en poco a los de Los Llanos; lo uno, porque los de las sierras eran más valientes hombres en las guerras, que docientos dellos acometían a dos mill de Los Llanos, lo otro, porque los señores de las sierras tenían por muy regalados y haraganes,


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holgazanes, soberbios y viciosos a los de Los Llanos, y por eso los tenían en poco.

Los Señores de Los Llanos servíanse con grandes cerimonias; siempre que caminaban era en hamacas, y lo mismo en ellas llevaban a sus mujeres; y el mayor Señor se mostraba en llevar más hombres que llevasen las hamacas, como si un Señor entre nosotros, para mostrar su grandeza, llevase consigo muchas literas para remudar de una en otra cuando quisiese, o para ostentación de su grandeza. Y así, había Señor en Los Llanos que llevaba en sus caminos docientos y trecientos hamaqueros suyos y de sus mujeres.

Mostraban también estos Señores de Los Llanos su autoridad y potencia en que, cuando iban caminos largos o cercanos, llevaban consigo gran taberna; porque a donde quiera quel Señor parase, mientras allí estuviese, había de ser beber de su chicha, ques como cerveza.

Mostraban en más su auctoridad, que cada vez que salían de su casa, llevaban tres o cuatro trompetas, que son como clarines, y sus truhanes, que les están solaciando mientras comen y beben, y diciendo gracias. Lo mismo para sus mujeres no faltan truhanes; las cuales aman y tienen


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en mucho y son celosísimos dellas, en tanto, que ninguno hombre de muchos que tenían en su servicio, había de ser sino castrado del todo, raso.

Los vecinos todos de las sierras era gente áspera, no nada delicada, ni curaba de regalos, y así, era guerrera. Donde quiera que iba llevaba sus armas consigo y sus toldos o tiendas, debajo de que dormían ellos y sus mujeres, que llevan (sic) consigo para que los sirviese, por los grandes fríos y nieves y aguas. Los Señores y Señoras, por grandes que fuesen, tenían por afrenta ir en hamacas y en hombros de hombres; y así, también como los súbditos, iba a pie, y sus mujeres no menos, sino era cuando era muy viejo o estaba enfermo, y la Señora si estaba preñada. De sus mujeres, una le lleva (sic) sus mantas y camisetas; otra la comida; otra la ropa de su cama; dos o tres pajes le llevan sus armas. Précianse de hombres dispuestos y feroces. Tienen en poco a sus mujeres; así, que si les cometen adulterio quellos lo sepan o barrunten, luego las matan.

Comen asentados en sus duhos o asientos bajos, que les llevan siempre de camino, y muchos manjares, o de diversas maneras guisados, sirviéndoselos sus proprias


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mujeres, lo que no hacen los Señores de los Llanos, porque tienen para ello sus cocineros y oficiales. Comen los de la Sierra por pan mahíz en grano tostado y cocido, y beben chicha, con otros guisados y bebidas que sus mujeres les hacen. Y acordémonos que, antiguamente, por pan comían pulchas (sic) de harina y agua y sal, no poco tiempo, los romanos.

Quiero aquí añadir una virtud común a todas aquellas gentes, grande y admirable, y esta es, que si una vez prometen o juran (y creo quel juramento es por el Sol) de guardar secreto y no decir lo que se les ha por secreto encomendado, escusado es sacárselo, aunque les hagan pedazos. Argumento es esto, que, rescibiendo nuestra santa fe, haciendo juramento, temerían de ofender a Dios en quebrantallo.




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