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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Capítulo XXV
De la elección que Pachacútec hizo en su hijo Amaro para heredarle, y cómo tuvo que revocar este acto soberano y designar a otro de sus hijos para este cargo; y de sus últimas disposiciones y leyes, y de su muerte
Este tan glorioso y venturoso Rey Pachacuti Inga, o Pachacuticapacingayupangui, Rey que volvió o trastornó aquel mundo, después de haber muchos prudentísima y gloriosamente haber (sic) gobernado y puesto en todos aquellos tan grandes reinos suyos tan provechosa y esmerada policía, llegó a ser mucho viejo y a tener muchos hijos y verlos en su vida muy hombres y de mucha prudencia y virtud adornados. El cual, viéndose tan viejo y cercano a la muerte, escojó uno de sus hijos, que tenía por nombre
Amarotopainga, hombre bien sabio y entendido en las cosas de casa y de mandar hacer edeficios y labranzas, pero nada sabio ni aficionado a las cosas de la guerra. Este fue el tercero hijo suyo, porquel primero se llamaba Apoyanguiyupangui, y el segundo Tillcayupangui. Escojó, como dije, a Amarotopainga, el tercero, para que le succediese en el universal imperio de sus reinos, el cual quiso que gobernase y mandase mientras él vivía; y así mandó y gobernó cinco o seis años; dentro de los cuales el prudente viejo aconsejaba e instruía al Amarotopainga lo que le convenía hacer, y cómo se había de haber en la gobernación de los reinos, para que hiciese lo que debía, teniendo a todos en paz y justicia, para que fuese amado y estimado de todos sus súbditos.
En este tiempo cognosció el Rey viejo Pachacuti la poca habilidad y discreción que para gobernar tantos reinos su hijo Amarotopainga tenía, y que su prudencia para más de labranzas y edificios y otras cosas de casa familiares [no] se extendía; lo cual, también los Señores y Grandes del reino y los pueblos entendiendo, comenzaron a hacer dél poca estima, y principalmente los demás hijos de Pachacuti e hermanos suyos, de donde procedió rebelarse
algunas provincias del Collao; y para reducirlas a su obediencia debida, mandó el padre al hijo que fuese con sus gentes de guerra y las subjectase y trujese a su obediencia. El cual, puesto que contra su voluntad, por fuerza o por vergüenza hobo de ir, donde se dio tan mala ingna (sic) y mostró tan descuidado y tan ajeno de hombre para guerra, que sino fuera por el esfuerzo y animosidad e industria de sus hermanos, mayormente del cuarto dellos, que se llamaba Topaingayupangi, que se mostró valeroso más que todos, perdiera la batalla y fueran vencidos de los contrarios.
Por esta falta y poquedad de Amaroinga se confirmó el padre, y los Señores y pueblos, que aquel no era digno de suceder en el reino, ni para tantos y tan grandes reinos gobernar.
Vueltos, pues, los hermanos y gentes de la guerra con su victoria, no habida por el principal capitán, antes estuvieran por perderse todos por su incuria y flojedad, el buen viejo Pachacuti, en público y en secreto informado de los capitanes y de los demás de todo lo acaecido y de quien lo había hecho mejor o peor, y sabida de todo la verdad, cognosciendo que se había engañado en la elección de
Amaroinga por su sucesor, y que si moría quedando por Señor, perdería los reinos que él con tantos trabajos, prudencia y cuidado había augmentado y conservado tantos años; y cognoscido también la habilidad, esfuerzo y prudencia que el cuarto hijo, hermano de madre del dicho Amaro, en aquella guerra había mostrado, hizo llamar a todos sus hijos y tres hermanos suyos y a todos los principales hombres de la ciudad; pero no quiso questuviesen presentes los Señores de las provincias comarcanas, sino solamente los naturales de la ciudad y los deudos, porque Amaroinga no se afrentase por lo que quería hablarle. Los cuales todos juntos, Pachacuti les hizo una muy larga y solene plática, trayéndoles a la memoria el origen, y esfuerzo, y valor, y prudencia y buen gobierno de sus antepasados, en especial el de su agüelo y padre, y los hechos y trabajos y hazañas que él mismo había hecho; y cómo, por haber sido tan sabios y valerosos, habían sus reinos tanto augmentado, viniéndole a subjectar tantas y tan grandes provincias para que las gobernase y tuviese en paz, como lo había hecho, y otras que por sus armas e vencimientos había él subjuzgado, trayéndoles y probándoles por diversos ejemplos todo
lo que pretendía platicalles; y prosiguiendo su razonamiento adelante, les dijo: que por el deseo que siempre tuvo y al presente tenía de conservar él tan gran Señorío que el Sol le había dado por la primera victoria que arriba queda declarada, y por el amor que a todos los de sus reinos tenía, [quería] que después de sus días viviesen en justicia y paz, considerando que era viejo y que presto había de acabarse, había escogido y nombrado por su sucesor en tantos reinos a Amaroinga, hijo tercero, no porque lo quisiese más que a los otros ni porque fuese el mayor, pues había otros dos que nascieron antes, sino pareciéndole que como en otras cosas le vía prudente y bien inclinado, tuviera también talento y capacidad para que gobernara y conservara los reinos que sus padres le habían dejado y él había mucho, como vían, dilatado y augmentado. Por este respecto y no particular afición, entre seis hermanos que eran, lo había elegido a aquel.
Llegando hasta aquí la plática, dicen que comenzó a llorar, y llorando vuelve la cara y endereza sus palabras a Amaroinga, refiriéndole todo lo que había hecho por él, cómo le había honrado y autorizado más que a los otros sus hermanos,
mandando a ellos y a toda su ciudad real del Cuzco y a todos sus reinos que lo tuviesen por Rey e sucesor suyo, y que así quisiera él que permaneciera, pero que el Sol no le había querido aceptar, sino que le sucediese aquel que mejor supiese gobernar y conservar la orden quél había puesto, y procurar la defensa y quietud y paz y conservación de los pueblos infinitos que le había dado.
Dicho esto, comenzole a poner delante los defectos que después que le había cometido la gobernación había hecho, en especial la poca industria y orden y recaudo que se había dado en la guerra pasada, y cómo, si no fuera por sus hermanos, principalmente por Topaingayupangi, quedaran todos vencidos y se perdiera aquel Estado.
Después de le haber dicho sus faltas, volvió luego a escusallo, diciendo que aquello bien creía él que no había sido por su culpa ni por ser él malo, sino porque el Sol no había querido que él fuese Señor, pues no le había hecho muy valiente y más sabio, y por tanto, que quería y determinaba y le mandaba que solo hobiese cargo de las cosas pertenecientes a la ciudad, y de hacer reformar los edificios della y de los que demás se hobiesen de
edificar, y todo lo demás de la casa; y que como el Sol lo quería, así lo quería él y así se lo encargaba y mandaba; y que no entendiese de allí adelante más de tener aquel cargo. Y para esto, constituyolo por cabeza y capitán del primer linaje Real, llamado Capac ayllo, de los diez que arriba en el cap. 17 hecimos mención haber constituido y ordenado en la ciudad, cuando comenzó a gobernar.
Oído todo lo que habemos recitado, el hijo Amaroinga, con grande humildad e obediencia (como si fuera un devoto fraile que le absolviera del oficio de prior o guardián su provincial) baja su cabeza y dice, quel es muy contento de lo que el Sol había ordenado y él, su padre, le mandaba. Levantose y besa la mano a su padre, y luego vase a asentar en su lugar. Todo esto, dicen los indios que no se celebraba sin muchas lágrimas del viejo Rey y padre y de los circunstantes. Y ciertamente materia era y palabras y razones para que no faltasen en abundancia. ¿Y quién hay hoy en el mundo de los hijos Reales, que si el rey, su padre, habiéndole dado el reino y después, aunque fuese por sus muchas culpas, para bien de los pueblos, para traspasallo a otro hermano, se lo quitase, que con tanta humildad, paciencia
y obediencia lo sufriese y aceptase? Hoy, como en esto y en otras muchas particularidades y aun generalidades, nosotros cristianos habemos de ser de aquestas indianas gentes juzgados. Escripto está: ipsi. n. judices vestri erunt.
Cumplido con la deposición de Amaroinga del estado de Rey, e puesto en el de capitán de los caballeros de sangre Real, llamó ante si a Topaingayupangui, su hermano, y era el hijo cuarto, que era muy valeroso y sabio y habilísimo y prudentísimo para gobernar, como después bien lo mostró, y delante de todos le hizo otro maravilloso y eficacísimo razonamiento, en el cual le dio a entender cosas, cierto, harto más altas que había en la política de Platón ni Aristóteles ni otro político estudiado, sino lo que la lumbre natural, que en él estaba bien clara, y la Divina Providencia que en aquella silla real y tan ancha le había entronizado le infundió para bien y utilidad de tan grandes repúblicas y, comunidades, y él pensaba que el Sol material se las dictaba.
Dijo, pues, que el Sol quería que los Reyes y Señores que habían de gobernar los pueblos fuesen muy prudentes y sabios, y que amasen mucho a los buenos y remediasen a los pobres y castigasen a los
delicuentes y hombres malos, porque así se lo había ordenado y mandado el Sol, y así lo había hecho él y guardado siempre; para efecto de lo cual había señalado y nombrado a su hermano Amaroinga, estimando que lo hiciera así; y puesto quél era bueno y amaba los buenos y remediara los pobres, pero que tenía el corazón muy blando y no castigaba los malos, y por eso no le temían y se le alzaban; y que pues él tenía buen corazón para lo uno y para lo otro, que fuese hombre que de tal manera quisiese bien a los buenos y, hiciese bien a los pobres, que fuese recio y riguroso para con los desobedientes y malos y que hiciesen mal a otros. Y que tuviese por cierto, que si así lo complía, el Sol le amaría y le favorecería, y los Señores, sus vasallos, y los pueblos con todo el reino lo reverenciarían, temerían, obedecerían y querrían mucho. Y si no lo hiciese así, supiese que se indignaría contra [él] el Sol, y que él le privaría del principado, como había hecho a su hermano. Y que aunque fuese muerto, su illapa, que quiere decir su ánima 105, estando en la otra vida, se lo quitaría.
Acabada su exhortación, y amenaza, mandó a todos sus hermanos y a sus tíos, hermanos del Rey, e a otros parientes y a toda la ciudad que estaba presente, que luego allí le alzasen y rescibiesen por su sucesor y por su Rey. Mandó también llamar todos los Señores y gobernadores de sus reinos que viniesen a su corte para que hiciesen lo mismo, dándole la obediencia. Mandó asimismo al dicho Topaingayupangui, su sucesor, que cuando fuese viejo, mirase mucho en escoger de sus hijos para que le sucediese, no el que más él quisiese o a él se aficionase o el mayor, sino el que cognosciere para gobernar y bien de los pueblos ser el mejor. Y constituyó que así se guardase adelante siempre por todos sus succesores. Y de tal manera esto se guardó, que aún se guarda por los pocos Señores que han quedado hasta hoy. Certifican nuestros religiosos haber visto Señor, que, al tiempo de su muerte, preguntado por ellos a quién de sus hijos quería dejar por sucesor del poco Estado que le había quedado, respondió: a fulano quisiera yo dejar, porque le quería mucho, pero no es bueno para gobernar; y por tanto, no quiero dejar sino a fulano que sé que es para ello mejor. Y así prefirió el bien común de todos a su
afición particular. Y esto es así verdad, porque el mismo siervo de Dios que se halló presente me lo certificó.
Ejemplo es éste para que se nos diga aquello del profeta: Erubesce Sydon, ait mare. Porque, cierto, cosa sobre hombres o sobre la naturaleza humana y arduísima es que los Reyes, viendo que sus hijos no son para gobernar ni reinar, mayormente los que más aman, y que, negado su natural deseo y afición, pasen el reino a otro. Así lo dice el párrafo 3 de la Política, capítulo II.: Reges non relinquere filiis suis si eos videant idoneos non esse: arduum est et supra naturam humanam. Hec ille. ¿Quién de los Reyes hoy del mundo, aun de los cristianos, esto hará? Pues entre estas gentes menospreciadas hobo quien lo hiciese.
Otras muchas ordenanzas para perfeción de la policía de sus reinos muy puestas en razón hizo este buen Príncipe Pachacuti e dejó mandadas a su hijo, que del todo no se han podido examinar ni dellas tener noticia particular, como no consten por letras de historia, por no tenerlas, sino por los vicios de mano en mano y por los cantos y romances que en las fiestas cantan bailando, que son sus principales historias. Basten las cosas dichas para juzgar
que mucho más es lo que era que lo que habemos podido averiguar.
Resta decir una cosa muy notable que certifican todos los viejos dél. Esta es, que cuando ya era muy viejo, dijo a sus hijos que le había hablado el Sol y certificado que su Señorío se había de acabar muy presto, porque no había de haber más de su linaje de los Ingas Reyes sino otro o otros dos después dél; y así acaeció, porque no hobo más de su hijo Topainga y su nieto Guainacapac. Éste muerto, quedaron dos hermanos que al principio tuvieron gran división entre sí, hasta que llegamos nosotros que lo posimos en paz.
Este Señor vivió algunos años después de haber nombrado a su hijo Topainga por su sucesor, y vido la buena y prudente gobernación que usaba en el reino y reinos que le había encomendado; de donde rescibía inestimable alegría y consolación. Y al cabo murió este glorioso Rey lleno de días, en gran contentamiento y quietud, viendo que dejaba su tan gran Estado y Señoríos, por quien tanto se había desvelado y trabajado, a tan buen sucesor.