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Bartolomé de las Casas De las antiguas gentes del Perú IntraText CT - Texto |
Capítulo XXVI
De las ceremonias que Pachacútec había ordenado para sus funerales y de sus sucesores, y cómo se observaron. Llantos y lutos
Dejadas las cerimonias que del tiempo antiguo primero de dos que hobo en aquellos referimos que se hacían en los entierros, debía este Rey tan prudente, como en todas las cosas para perficionar las repúblicas ordenó cosas muy nuevas (por lo cual lo llamaron «vuelta del mundo»), añidir también cerimonias y orden nueva cerca de las que debían hacerse en la muerte suya y de sus sucesores, mayormente cuanto a lo que tocaba a la seguridad del reino, por que en su fallecimiento no hobiese algún alboroto.
Ordenose que estando el Rey enfermo, lo metiesen en los más secretos aposentos de sus casas, que no lo viesen sino solos sus mujeres y hijos y el que lo había de heredar, los muy privados y el médico o médicos que lo curaban (y éste nunca salía de junto a él.) Ninguno de los de fuera entraban allá, ni aún los de casa sabían
si empeoraba o mejoraba. Cuando veen que va empeorando, mayor recaudo ponen para que no se sepa. Ya que muere, tiénenlo encubierto un mes y nadie sabe cosa dél. Entretanto, el sucesor enviaba a las provincias de que había mayor sospecha de alboroto, avisando a los gobernadores secretamente de lo sucedido y que pusiesen recaudo en la quietud de los pueblos. En aqueste tiempo mataban algunas personas de las más familiares, mujeres y criados, que le habían de ir a servir, y estos no eran otros sino los que de su voluntad solamente se ahorcaban para ir con él a servirle, o los que clamaban pidiendo que los ahogasen para ir aquel camino, porque lo tenían por singular ventura y favorable privilegio.
Lavábanle el cuerpo todo muy bien y vestíanle de los mejores y más ricos vestidos y ropas que él tenía y las joyas y vasos de que más se arreaba y servía, con todo lo cual le sepultaban y las mujeres y criados ya muertos cerca dél. Todo esto así hecho, tiénenlo así en su casa, sin que hombre de los de fuera sepa que es muerto, como si estuviese vivo.
Pasado el mes, ya que por diligencia del sucesor estaba proveído lo que convenía para la paz y tranquilidad del reino, y
que ya estaba todo sosegado, comenzaban los hijos y hermanos y más propincos parientes a medio llorar, fingendo un día que está ya muy malo y propinco a la muerte, y otro día que no tiene ya remedio, y otro día, finalmente, que ya es muerto.
Sacan en público sus andas en que solía andar y su silla en que se asentaba y sus alhajas ricas que con él no enterraban, y poníanlas en un cadahalso alto y comenzábanlo luego todos plenamente a llorar. Duraba el lloro con grandes cerimonias, solenidad y aparato y con cinfonías (sic) y trompetas con voces grandes 106. Había grandes maestras mujeres endechaderas, que cantaban todas sus virtudes y hazañas. Juntábanse todos los Señores de la tierra y muy grandes gentes a llorallo, y ayunaban dos días sin comer o poco o nada, y al tercero día dábanles opulentísimamente de comer y beber.
Publicaban luego, que los criados y personas que al difuncto mucho amaban que quisieren ir a servir a su Señor, fuesen de su libertad. Luego, algunas mujeres y hombres que habían sido muy sus servidores y familiares, se ahorcaban para ir
a servirle; otros que no tenían tanto ánimo para se matar, rogaban a sus amigos que los ahogasen, por tener por gran honra y beneficio ir a servirlo. Ninguno para esto forzaban que no fuese voluntario; porque decían, que el que no iba de su voluntad allá, no le serviría de buena gana o se huiría por no le servir, y aun también, porque los voluntarios y que se convidaban eran tantos, que de forzallos no había necesidad.
Duraban estos lloros y obsequias seis y ocho meses; y las deste Pachacuti duraron un año. En todo este tiempo daban de comer a yentes y vinientes, aunque fuesen infinitos. Hacían muchos y diversos actos en estos lloros, dignos de ser contados; pero déjanse por la brevedad.
El luto que tenían o se ponían, era vestirse todos los que traían luto de ropas pardas, así las mujeres como los varones. Los hombres no se ponían las insignias de las orejas; ni ellos ni ellas hacían en todo un año cosa de alegría, ni se la ponían de que hobiesen placer.
Eran los Señores muy llorados, y puesto que para con todos los Señores se guardaba esta costumbre, principalmente así en lo tocante a la succesión como en el enterramiento y principales cerimonias, pero
todavía en cada provincia y pueblos tenían maneras de llorar y lutos particulares y diferentes, los cuales Pachacuti no les quitó, porque las costumbres y leyes buenas y trajes que tenían las provincias y pueblos que sojuzgaba o se le daban, elijéndole por Señor, siempre se las dejaba; sólo añidía lo que tocaba la religión y o cultu del Sol, y todo aquello que sentía que para perfecta república les faltaba. Y así, generalmente convenían en que al Señor, cuando enfermaba, lo encubrían que no lo viese nadie sino sus mujeres y hijos y sus muy privados; y éstos habían de estar sin pecado público, mayormente cuanto al pecado de deshonestidad.
Item, común era por todas las provincias llorarlo muchos días y dar de comer y beber a costa del Señor muerto a cuantos iban y venían.
Item, a todas las provincias era común todos los parientes y amigos traer, cuando venían a honrar el difuncto, de todo lo que en sus casas tenían: unos maíz, otros ovejas, otros otras comidas; y presentábanlo todo delante el difuncto, que conmúnmente ponían en el patio de sus casas, donde lo lloraban. Y sí era cosa viva lo que allí habían presentado y ofrecido, delante el cuerpo lo mataban y sacaban
el corazón y poníanlo en un palo alto. Y acabado de llorar, que lloraban cuatro o cinco días más, o más o menos, según acostumbraban, conforme a la calidad de la persona, llevábanlo a enterrar comúnmente a las sepolturas que usaban tener en el campo y llevando sus armas e insignias en palos altos con gran lloro y procesión.
Después de sepultado, volvían todos a comer, donde tenían de los bienes del difuncto y de lo que habían traído ellos, grandes comidas aparejadas. Allí se juntaban a comer todos los deudos y todo el pueblo y cuantos pobres había y se podían hallar, y si era gran Señor, de otros pueblos; y ponían la ración del muerto ante su silla o asiento donde se solía asentar, y allí comían y bebían todos en abundancia, y de cuando en cuando tornaban a llantear.
En algunas partes, allende lo que arriba en el capít. 15 dejamos dicho, hacían un bulto y figura con mantas debajo, junto a la sepoltura, y vestíanle las vestiduras del difuncto. Cada luna nueva encendían un gran huego delante la figura (la cual decían que representaba su ánima), y traían delante allí todo su servicio de comida y bebida que le daban cuando era vivo, y de
la misma manera le servían. La parte que les parecía que él solía comer, quemaban en aquel huego, diciendo que el huego lo comía en su lugar y se lo daba en el otro mundo, donde había ido a parar. Lo demás que sobraba comían sus mujeres y criados y las demás personas que si fuera vivo comieran de su plato.
Todas estas maneras de cerimonias se guardaron en la muerte y entierro deste Rey Pachacuti, e fueron más que sobre otro algún Rey señaladas.