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Gustavo Adolfo Bécquer El Caudillo de las manos rojas IntraText CT - Texto |
Las nubes, amontonándose en el Occidente, envuelven el cadáver del sol en un sudario de brumas antes que descienda a su sepulcro.
La noche se adelanta; una noche sin astros y sin transparencia; la brisa murmura la oración de los muertos, sollozando melancólica entre los espesos juncos; el perfume de las flores que se abren en la sombre vaga en el espacio; el grito del chakal y el silbo de las aves nocturnas resuenan confundiéndose con esos rumores siniestros y misteriosos que nacen, tiemblan y se dilatan en el seno de la oscuridad, sin que podamos decir quien los produce.
- Ave inmortal - exclama Pulo, deteniéndose en su camino - , he aquí que la noche se ha apoderado de la tierra y que en balde procuro seguirte, pues la sombra te ha robado a mi vista.
El grito del chakal se oye cada vez más próximo; tu sabes que no le temo; más estoy sin armas y, por lo tanto, inhábil para defenderme de sus traidores ataques.
Volvamos atrás y esperemos al día para proseguir nuestra jornada. Temerario valor juzgo el de aquel que arriesga su vida contra enemigos que no puede exterminar o vencer; si al menos la luna brillara en el cielo, su luz me guiaría a través de este pantano, donde a cada paso que doy temo encontrar la muerte, sepultándome en sus aguas cenagosas e inmóviles.