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Gustavo Adolfo Bécquer El Caudillo de las manos rojas IntraText CT - Texto |
II
La niebla del crepúsculo se levanta del fondo de los silenciosos lagos, y el padre del día se esconde tras las nubes amontonadas en el Occidente, cuando Pulo, que tiene fijos los ojos en la senda que conduce a su palacio y en la cual nadie aparece, exclama, poseído de profundo desaliento:
- El día huye, la noche vence y el peregrino tarda. Por ventura, ¿habré ofendido nuevamente al dios con mi impaciencia? ¡Mi impaciencia! ¡Ah! Cuando de su llegada pende la de su esposa, y de la terminación de su trabajo la conclusión de mis padecimientos y el perdón de mis culpas, ¿es posible que no ansíe apagar el ultimo rayo de luz que brilla en el ocaso, y traer la noche sobre las llanuras, para que con ella llegue el divino mensajero?