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Gustavo Adolfo Bécquer El Caudillo de las manos rojas IntraText CT - Texto |
XVI
- ¡Sacerdotes, caudillos, siervos! - prorrumpe al fin el señor de Orisa - . ¡La cólera de los dioses esta suspendida sobre mi cabeza como una espada pendiente de un cabello; mis manos, que desde la terrible hora en que subí al solio ningún mortal ha visto desnudas, están manchadas de sangre! Vedlas; esta sangre es la de mi antecesor, la de mi hermano, a quien arranque la vida con la corona. Schiwen, el dios del remordimiento y de la expiación, me exige ojo por ojo, corona por corona, vida por vida. Cúmplase su voluntad. ¡Sacerdotes, caudillos, siervos: rogad por el ultimo de los Dheli, cuya raza va a desaparecer de la tierra!
La multitud, sobrecogida y llena de terror, permanece en silencio. Pulo, volviéndose hacia el altar en que esta colocado el dios, prosigue de este modo, dirigiéndose al informe ídolo, que parece que contare sus labios con una muda e infernal sonrisa.