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Pio XII Mystici corporis Christi IntraText CT - Texto |
9. Y así como el cuerpo humano se ve dotado de sus propios recursos con los que atiende a la vida, a la salud y al desarrollo de sí y de sus miembros, del mismo modo el Salvador del género humano, por su infinita bondad, proveyó maravillosamente a su Cuerpo místico, enriqueciéndole con los sacramentos, por los que los miembros, como gradualmente y sin interrupción, fueran sustentados desde la cuna hasta el último suspiro, y asimismo se atendiera abundantísimamente a las necesidades sociales de todo el Cuerpo. En efecto, por medio de las aguas purificadoras del Bautismo, los que nacen a esta vida mortal no solamente renacen de la muerte del pecado y quedan constituidos en miembros de la Iglesia, sino que, además, sellados con un carácter espiritual, se tornan capaces y aptos para recibir todos los otros sacramentos. Por otra parte, con el crisma de la Confirmación se da a los creyentes nueva fortaleza, para que valientemente amparen y defiendan a la Madre Iglesia y la fe que de ella recibieron. A su vez, con el Sacramento de la Penitencia se ofrece a los miembros de la Iglesia caídos en pecado una medicina saludable, no solamente para mirar por la salud de sí mismos, sino aun también para apartar de otros miembros del Cuerpo místico el peligro de contagio, e incluso para proporcionarles un estímulo y ejemplo de virtud. Y no es esto sólo: ya que, por la sagrada Eucaristía, los fieles se nutren y robustecen con un mismo manjar y se unen entre sí y con la Cabeza de todo el Cuerpo por medio de un inefable y divino vínculo. Y, por último, por lo que hace a los enfermos en trance de muerte, viene en su ayuda la piadosa Madre Iglesia, la cual por medio de la Sagrada Unción de los enfermos, si, por disposición divina, no siempre les concede la salud de este cuerpo mortal, da a lo menos a las almas enfermas la medicina celestial, para trasladar al Cielo nuevos ciudadanos -nuevos protectores para aquélla -, que gocen de la bondad divina por todos los siglos.
De un modo especial proveyó, además, Cristo a las necesidades sociales de la Iglesia por medio de dos sacramentos instituidos por El. Pues por el Matrimonio, en el que los cónyuges son mutuamente ministros de la gracia, se atiende al ordenado y exterior aumento de la comunidad cristiana, y, lo que es más, también a la recta y religiosa educación de la prole, sin la cual correría gravísimo riesgo el Cuerpo místico. Y con el Orden sagrado se dedican y consagran a Dios los que han de inmolar la Víctima Eucarística, los que han de nutrir al pueblo fiel con el Pan de los Angeles y con el manjar de la doctrina, los que han de dirigirle con los preceptos y consejos divinos, los que, finalmente, han de confirmarle con los demás dones celestiales.
Respecto a lo cual procede advertir que, así como Dios al principio del tiempo dotó al hombre de riquísimos medios corporales para que sujetara a su dominio todas las cosas creadas, y para que multiplicándose llenara la tierra, así también en el comienzo de la era cristiana proveyó a su Iglesia de todos los recursos necesarios, para que, superados casi innumerables peligros, no sólo llenara todo el orbe, sino también el reino de los cielos.